Un goleador impensado
RECUERDOS DE LA CANALETA
Últimamente hay palabras que piden salir a cada rato. Recuerdo se lleva el “Premio frecuencia”. Mario Bellocchio
Bueno …, recuerdo que allá por los 60’s del siglo pasado, de repente me encontré en medio de una fiesta paradojal: terminaban siete meses de febriles preparativos y comenzaba mi larga vida –30 años– en un canal de televisión. No hubo bandera, campana, ni luz verde, la señal de partida fue la señal identificatoria de Teleonce, “el canal de la familia”. Casi enseguida Tato Bores lo bautizó como “la canaleta” por la modestia de sus recursos. Y a falta de derroches de capital su propia tropa se transformó en un combustible irreemplazable a la hora de producir contenido.
El detalle prontamente anunciado por sus directivos –que abrevaban otro concepto de explotación– logró que se preocuparan por mantener el clima de trabajo, consciente de que la buena convivencia era el mejor modo de garantizar el rendimiento. Eran tiempos en que, salvo para la técnica, todo el aprendizaje del nuevo “arte” venía de adaptaciones de otras disciplinas a las que la fotografía, el cine y el teatro aportaban sus mejores “armas” y los operarios con mayor experiencia –no mucha todavía– eran la única escuela posible. Y la práctica, mucha práctica … Y mucha camaradería, materia insustituible dada la cantidad de horas diarias de convivencia.
Así se instalaron desde un comienzo dos grandes reuniones de todo el personal y sus familias: la de invierno, para el aniversario, donde Pavón era una fiesta. Y la de verano, antes de fin de año, en algún establecimiento de campo, con asado, torneo de fútbol y todo y donde nadie le retaceaba un lugar a algún abuelo o tío de la familia (¿quién los manda a adoptar ese eslogan? ). En una de las reuniones se contaba, aparte del clima y la generación de lazos extralaborales, con la dotación de “canjes” y donaciones de auspiciantes para provisión de una desbordante alforja para sorteos donde llegaron a descollar premios como un Fiat 600 –el recordado Fitito – y una motoneta, la no menos célebre Siam Lambretta, aparte de televisores y un desbordante número de enseres para el hogar.
La estrella de la fiesta picniquera de fin de año era el asado del mediodía que reunía en mesas separadas a cámaras por aquí, sonido por allá, iluminación más allá, maquinaria, vestuario, maquillaje y siguen las firmas … Los lugares de la recepción iban rotando aunque varias veces recuerdo haber asistido a “El Mangruyo”, una serie de quinchos, arboleda y campos de fútbol en el cruce de la autopista Ricchieri y el Puente el trébol.
Recuerdo –y vuelta a la muletilla– que ya alrededor de 1970, en El Mangruyo para ser más precisos, se produjo un suceso (para mí) inusitado. Connotado hincha de San Lorenzo con ínfulas recientes por el título de los Matadores, nunca tuve más vínculo deportivo con el fútbol que mi simpatía por los Cuervos y mi relación muscular con la dura madera de lapacho del Gasómetro, así que con la redonda solo alguna relación con la pegada. Gambeta y juego de conjunto: cero.
En esas reuniones veraniegas se disputaba un minitorneo interno de cuatro equipos.
(Las muletillas también juegan por la contraria) No recuerdo a los cuatro equipos de esa vez pero lo cierto es que Operaciones y Técnica clasificaron para la final.
Lo que a esta altura me resulta increíble es la audacia de disputar ese encuentro luego de un breve descanso del abundante y regado asado del mediodía.
A eso de las 4 y media de la tarde, el árbitro –de la AFA y todo– dio la pitada inicial y los 22 trataron de moverse como el bagaje acumulado en la mochila corporal delantera les permitiera. Primer tiempo: cero a cero.
Segundo tiempo con más plomo en los botines, se permitió cinco reemplazos en lo que ya era “Solteros contra casados”.
Faltaban unos diez minutos, cero a cero, podríamos haberlos denunciado por acoso futbolero: nos cascoteaban ferozmente el rancho. Cae otro soldado de los nuestros.
–Mario, entrá.
-¿Yo?
–¿Hay otro Mario acá? Quedate arriba y tratá de pescar algo …
Y allá voy a tratar de lucir mis escasas virtudes cumpliendo órdenes de pescador mientras abajo Lunita Tucumana Rubín saca todo. Faltan cinco. Ya firmamos por los penales con las dos manos.
De pronto un patadón de nuestra defensa me cae a los pies, Coronel en el arco de operaciones me sale a hacer “la de Dios” y, créase o no –aún hoy pienso si no tendría más contenido etílico que futbolístico–, se la puse por abajo de rastrón … ¡Gooooooolllllll! ¡Gooolll, carajo! Gol y campeones.
El único gol de mi casi nula historia futbolera hecho con camiseta de fútbol, ??botines de fútbol, ??referí profesional y todo. Mientras nos abrazábamos oía a Coronel excusarse ante sus compañeros: –¿Y éste justo me lo viene a hacer?
Sabía de mis “dotes” el hombre. Me tenía catalogado.