Tomás Martínez, desde Madrid, nos cuenta de la desaparecida relación primordial de la niñez con la tierra misma…
En las graníticas plazas del centro de la ciudad, los niños pueden jugar con patines, patinetas, triciclos, bicicletas y cualquier otro artilugio con ruedas. Lo que no pueden es hacer un “gua”, que seguramente no saben que es; no pueden tocar la tierra, mancharse con ella, jugar en y con ella. Hasta puede que los más aplicados escriban la palabra “tierra” con mayúscula, confundiendo el planeta en que viven, con el, para ellos, desconocido material que compone el suelo natural.
Los que fuimos niños en aquella pequeña ciudad que ya no existe (aunque el lugar continúe llamándose lo mismo), a falta de juguetes, balones y milagrosos aparatos electrónicos, nos arreglábamos con los precarios medios a nuestra disposición, que usábamos y adaptábamos para disponer de infinidad de juegos divertidos, sin coste, de fácil comprensión. Aquellas plazas, menos sofisticadas que las actuales, estaban llenas de chavalería que no conocía el aburrimiento, que no tenía, ni necesitaba la vigilancia de los adultos, que aprendía el funcionamiento de la sociedad sin que nadie se lo explicara, simplemente viviendo.
El natural paso del tiempo, cambio de costumbres, evolución económica y desarrollo tecnológico, entre otros motivos, han formado un irreversible escenario en nada parecido al que vivimos de niños los que ahora somos viejos. Nuestra generación propició, de forma metódica y continuada, la trasformación tan necesaria de aquella sociedad. Nuestro nietos, sin embargo, conocen el aburrimiento, el no saber qué hacer con su ocio, son dependientes de las pantallas electrónicas, de la administración de su tiempo por los adultos. Saben más de materias que antes desconocíamos, pero, con frecuencia, ignoran lo elemental. Están más viajados, pero no conocen su calle, saben idiomas pero ignoran los nombres de los árboles o de las herramientas usuales, manejan Google con soltura pero no tienen noción de como se producen la leche o los huevos que consumen. No sé si son menos felices o su felicidad es tan distinta que sus abuelos carecemos de la capacidad de hacer esta valoración. Es muy posible que ellos consigan, cuando les toque, rescatar para sus hijos, algunos de aquellos sencillos disfrutes que no fuimos capaces de conservar y transmitir.
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- Todo pasa y todo queda,
- pero lo nuestro es pasar,
- pasar haciendo caminos,
- caminos sobre la mar.
(Antonio Machado)