CulturaLa ciudadNoticia importantePrimera planaRelatos breves

Teatro Abierto

A 43 años del debut y el atentado a la sala del Teatro del Picadero. María Virginia Ameztoy

“Era anti gobierno militar, me parecía un horror lo que estaba pasando, yo sentía, percibía cosas y no me gustaban. Cuando la gente de “Teatro Abierto” buscaba un lugar, tenían que encontrar un Quijote que pusiera la sala…, y eso era música para mi alma”. (1).

Guadalupe Noble ríe al declararse Quijote propicio para aquella riesgosa aventura; aun así, su sala sería la sede inicial.

Hacía algo más de un año, a sus 23, que Guadalupe deambulaba la zona junto al director teatral Antonio Mónaco en la búsqueda de un espacio adecuado para sus sueños.

El serpenteante curso del pasaje Rauch (2) –tal el infame nombre que llevaba entonces  la cortada Santos Discépolo–, de por sí, habilitaba la estética y la ubicación en la ciudad.

El edificio fabril desocupado y el convenio para su compra marcaron el comienzo ideal para instalar una sala teatral no convencional, apropiada para el tipo de teatro que querían hacer. La sala, nacida como la concreción de un sueño juvenil, iba a ser, un año después, la protagonista de uno de los movimientos teatrales más importantes que se recuerden en nuestro país.

En plena dictadura militar –aún faltaba transitar el horror de Malvinas–, al atardecer del martes 28 de julio de 1981, Jorge Rivera López, como presidente de la Asociación Argentina de Actores, leía las palabras inaugurales de Carlos Somiglian para Teatro Abierto:

“¿Por qué hacemos Teatro Abierto? Porque queremos demostrar la existencia y vitalidad del teatro argentino tantas veces negada; porque siendo el teatro un fenómeno cultural eminentemente social y comunitario, intentamos, mediante la alta calidad de los espectáculos y el bajo precio de las localidades, recuperar a un público masivo; porque sentimos que todos juntos somos más que la suma de cada uno de nosotros; porque pretendemos ejercitar en forma adulta y responsable nuestro derecho a la libertad de opinión; porque necesitamos encontrar nuevas formas de expresión que nos liberen de esquemas chatamente mercantilistas; porque anhelamos que nuestra fraternal solidaridad sea más importante que nuestras individualidades competitivas; porque amamos dolorosamente a nuestro país y éste es el único homenaje que sabemos hacerle; y porque, por encima de todas las razones, nos sentimos felices de estar juntos”.

La agrupación integrada por casi 200 trabajadores del arte y la cultura –actores, autores, directores, escenógrafos, músicos, artistas plásticos y técnicos– tuvo su fiesta inaugural ese día con una enorme asistencia de público que sobrepasaba en mucho a las 300 butacas de la sala. Fue un estreno apoteótico, con la vibración del impulso de un grupo de autores dispuestos a reafirmar a la dramaturgia argentina, cuya representación estaba prohibida por la censura en las salas oficiales y su estudio borrado en la currícula de las escuelas públicas de teatro.

Veintiún autores escribieron obras breves que, de a tres por día, conformaban siete espectáculos que se repetirían durante ocho semanas. Cada obra tenía un director diferente y los elencos estaban integrados por diferentes actores. Autores, actores y directores que en su mayoría conformaban, al igual que las obras, las listas de “prohibidos” por la dictadura militar.

Las funciones se realizaban en un horario insólito, a las 6 de la tarde, y el precio de la entrada era la mitad de lo que costaba la de cine.

Podemos nombrar como impulsor del proyecto a Osvaldo Dragún, quien se encargó de convocar al resto y a un gran número de actores, directores y técnicos. Entre los autores podemos citar a Aída Bortnik, Roberto Cossa, Patricio Esteve, Griselda Gambaro, Carlos Gorostiza, Ricardo Halac, Ricardo Monti, Eduardo Pavlovsky y Carlos Somigliana. Innunerable fue la cantidad de actores y actrices que protagonizaron sus obras.

Nueve días después de inaugurado el ciclo, el 6 de agosto de 1981, un comando ligado a la dictadura incendió las instalaciones de la sala. La reacción de la gente de teatro y del público fue de total indignación.

Ante la consigna “Teatro Abierto debe continuar”, se abrieron otras salas y fue la del Tabarís, en la avenida Corrientes, la que albergó al movimiento y compartió el enorme éxito que lo acompañó.

Tres ediciones tuvo Teatro Abierto –1981, 1982 y 1983–. Su repercusión estimuló a otros artistas y surgieron Danza Abierta, Poesía Abierta y Cine Abierto, todos como una forma de resistencia cultural ante la barbarie de la dictadura.

El edificio del Teatro del Picadero, ubicado en el redenominado pasaje Enrique Santos Discépolo 1847, a metros de Corrientes y Callao, cobijó por años, luego de su rehabilitación, a una productora de televisión. Posteriormente estuvo a punto de ser demolido, lo que logró evitarse a partir de la lucha de diversas organizaciones –Argentores, Actores, Basta de demoler, entre muchas otras– llevada a cabo en 2006 y 2007, hasta sancionarse finalmente la Ley 2980 que declaró al espacio Patrimonio Cultural de la Ciudad.

En 1991 tuvo una breve reapertura y, finalmente,  el 22 de mayo de 2012, el productor y empresario teatral Sebastián Blutrach recuperó el teatro.

En el rincón fundacional de esta historia, Guadalupe Noble, la hija de Roberto Noble, el fundador de Clarín, asoma como partícipe creativa imprescindible. Guadalupe, Lupita, la joven que estudiaba teatro con Antonio Mónaco y que concretó la utopía de una, un espacio dramático no convencional para dar cabida a propuestas innovadoras.

 

NOTAS:

(1) Guadalupe Noble, reportaje publicado, revista “Noticias”

(2) Coronel Federico Rauch, infame exterminador de aborígenes de los ejércitos de Roca, conocido por su nefasta declaración: hoy hemos ahorrado balas, degollamos a veintisiete ranqueles. Terminó sus días a manos del cacique Arbolito.

 

Share via
Copy link
Powered by Social Snap