San Martín: los hitos de febrero
EDITORIAL. Todo país tiene su referente histórico, su prócer inoxidable, al que se recurre en los momentos difíciles para señalar una línea de conducta y el heroismo patriótico que se reclama en dosis homeopáticas, cuanto menos, a quienes tienen en sus manos responsabilidades de conducción. En nuestro José de San Martín encontramos, a partir de su natalicio, la coincidencia de un febrero plagado de sucesos de su vida.
25 de febrero de 1778: en Yapeyú, Corrientes, nace José Francisco de San Martín. 3 de febrero de 1813: bautiza con victoria a los Granaderos en San Lorenzo. 12 de febrero de 1817: lleva al triunfo al ejército patriota en Chacabuco y exactamente un año después, 12 de febrero de 1818, jura en Santiago la independencia de Chile. Los dos últimos “jalones” de febrero de no están a la altura de su gloria: en 1824 se marcha a Europa un 10 de febrero y cinco años más tarde, el 12 de febrero de 1829, su pretendido regreso se frustra ante las condiciones políticas adversas, y se niega a desembarcar decidiendo radicarse definitivamente en Francia hasta su deceso (1850).
Este mes, tan visitado por el calendario sanmartiniano, invita a rememorar sus valores. Bastaría simplemente con que convocara a la emulación de su entrega, su lucha generosa, su sacrificio, su austeridad, su estatura moral.
En tiempos en que todos los obstáculos parecen tener las dimensiones del Aconcagua, recordamos sus palabras describiendo la epopeya del cruce de los Andes:
“Las dificultades que tuvieron que vencer para el paso de las cordilleras sólo pueden ser calculadas por el que las haya pasado. Las principales eran la despoblación, la construcción de caminos, la falta de caza y sobre todo de pastos. El ejército arrastraba 10.600 mulas de silla y carga, 1.600 caballos y 700 reses; a pesar de un cuidado indecible sólo llegaron a Chile 4.300 mulas, 511 caballos en muy mal estado, habiendo quedado el resto muerto o inutilizado en las cordilleras; 2 obuses de a 6 y 10 piezas de batalla de a 4, que marchaban por el camino de Uspallata, eran conducidos por 500 milicianos con zorras, y mucha parte del camino a brazo y con el auxilio de 4 cabrestantes para las grandes eminencias. Los víveres para veinte días que debía durar la marcha, eran conducidos a mula, pues desde Mendoza hasta Chile por el camino de Los Patos no se encuentra ninguna casa ni población y tiene que pasarse cinco cordilleras. La puna o soroche había atacado a la mayor parte del ejército, de cuyas resultas perecieron varios soldados, como igualmente por el intenso frío. En fin, todos estaban bien convencidos que los obstáculos que se habían vencido no dejaban la menor esperanza de retirada; pero en cambio reinaba en el ejército una gran confianza, sufrimiento heroico en los trabajos y unión y emulación en los cuerpos”…
…“Al ejército de los Andes queda la gloria de decir: En veinticuatro días hemos hecho la campaña: pasamos la cordillera más elevada del globo, concluimos con los tiranos y dimos la libertad a Chile”.
(José Francisco de San Martín, relato para sus memorias y comunicado a O’Higgins del triunfo de Chacabuco, 1817).