Robotizándonos
Un futuro cuya marejada ya baña nuestras playas y los dueños del poder reciben con los brazos abiertos como si se tratase de la “liberación de la tiranía gremial”. El destacado profesor e investigador Mario Rapoport* sobrevuela en agudo análisis las próximas décadas laborales del mundo y se permite imaginar las consecuencias de la pendiente.
El país de los dueños del mundo**
Por Mario Rapoport
En las próximas dos décadas un 47% de los puestos de trabajo en Estados Unidos corren el riesgo de desaparecer por efecto de la automatización (Martin School de Oxford, 2013). “La automatización reducirá la necesidad de mano de obra en un sector sin necesidad de generar necesidad de ella en otro” (Mc Kinsey Global Institute). “Son muchos los factores que se han sugerido… como motivos del derrumbe del sistema (de bienestar)… pero la rescisión unilateral por parte de los patrones de la reciprocidad de dependencia entre capital y mano de obra… inducida por la globalización… y por el desmantelamiento (del Estado)… ocupa el lugar de honor entre todas las explicaciones…” Bajo el régimen de pleno empleo permanente el despido dejaría de cumplir su función como medida disciplinaria. La posición social del patrono se vería socavada… “el desempleo es una parte importante del sistema capitalista normal” (Jürgen Habermas).
1 Parecía un mundo perfecto. Por fin sus dueños habían logrado deshacerse de la muchedumbre que los acosaba. Ya no se oían más quejas ni protestas. Esos hombres, que antes trabajaban para ellos y a los que había que pagar un sueldo para que se alimentasen y siguiesen trabajando, se estaban extinguiendo. Acumular riquezas con la pesada carga de tener que sostenerlos, era una pesadilla y aparentemente consiguieron eliminarla.
2 Desde que se convirtieron en dueños del mundo (DDM) siempre tuvieron una dura competencia con los demás DDM, que eran muy pocos y se odiaban entre sí. Cada uno quería ganar más que el otro, lo que se les hacía cuesta arriba por tener que gastar gran parte de sus ingresos en sus trabajadores, aunque éstos se quejaban siempre de que no les era suficiente.
3 Los DDM no podían consentir pagarles más porque eso disminuiría su rentabilidad y les haría perder la competencia con sus otros colegas también DDM. En cambio, habían establecido dejarles libres una noche cada dos meses para que pudieran procrear y tener los hijos necesarios que el día de mañana pudieran reemplazarlos en su trabajo. La producción no debía parar ni un minuto y si enfermaban o morían les sucederían esos hijos. Cada fábrica tenía sus propios trabajadores y la ley fundamental que regía era la de la libre competencia. Pero, para que esta fuera lo más limpia posible, estipulaba en su reglamento general que ningún trabajador podía abandonar su trabajo e irse a uno de la competencia. Los que lo intentaban eran inmediatamente arrestados y puestos por años en prisión. Esto afectaba por igual a todos los DDM porque a veces les resultaba difícil sustituir la mano de obra que los abandonaba, al menos si sus hijos eran menores de cinco años, la edad establecida para entrar a sus fábricas.
4 Mientras tanto, cada DDM vivía siempre con la angustia de que los otros DDM ganaran más que ellos y para eso necesitaban bajar los sueldos de sus trabajadores, pero tenían miedo de que se les terminaran yendo y no sabían cómo podían prescindir de los mismos sin parar la producción. Además, esos trabajadores tenían dificultades para seguir el ritmo de las máquinas, aceleradas cada vez más para superar la productividad de los rivales.
5 Entonces se les ocurrió recurrir a los inventores, hombres que tenían también a su servicio, a fin de mejorar y controlar las primitivas máquinas. Y uno de ellos, un verdadero genio, les dijo que se podían reemplazar directamente a los trabajadores por robots, que eran más eficaces y no les costarían nada una vez creados. Pronto los DDM supieron que los demás DDM estaban haciendo lo mismo y se inició una carrera entre ellos para construir más y más robots. Éstos tuvieron un gran éxito y los hombres y mujeres que trabajaban en las fábricas fueron poco a poco reemplazados por los nuevos androides de metal.
6 La competencia entre los DDM se hizo cada vez más feroz, porque vieron desde un principio, amortizada la construcción de los robots, que sus costos iban disminuyendo. Los robots aprendieron sólo mirando lo que los últimos hombres que trabajaban les fueron enseñando, algo que sus cerebros electrónicos registraron fácilmente. De modo que terminaron quedándose con el trabajo de todos. Por un tiempo, en la fábrica sólo se escuchaba el apagado rumor que emitían, parecido al ronroneo de rumiantes. Trabajaban sin parar veinticuatro horas al día, todos los días, y producían cualquier cosa que les pedían.
7 Los ex trabajadores humanos ya no molestaban porque iban desapareciendo poco a poco. Al no tener ningún empleo se reducían con rapidez porque morían de hambre sin dejar descendencia. Sus antiguos dueños disfrutaban la paz que significaba no tener que escuchar más protestas ni discusiones.
8 Con todo, los DDM empezaron a ver con alarma que el tamaño de sus fábricas ya no les alcanzaba porque la producción, cada vez mayor, se expandía en forma explosiva. Se iba acumulando y apilando por todas partes como un cáncer; en las estanterías, pasillos, recostada sobre las paredes, amontonada una sobre otra desde los pisos a los techos, en los baños, entre las máquinas, en todas las oficinas, en suma en cada rincón de la fábrica, hasta que un día ni siquiera los DDM pudieron entrar a ella toda taponada de mercancías. Incluso los robots no podían seguir trabajando entre ese montón de productos que ya conformaban una gran nube opaca que se pudría poco a poco y les impedía cualquier tipo de movimiento. Por más que los DDM quisieron reactivarlos no les fue posible y además no tenía sentido.
9 Allí se dieron cuenta de que los hombres les eran indispensables para consumir los bienes que sus fábricas producían y para ello necesitaban trabajar y tener ingresos.
10 Fue entonces cuando los DDM comenzaron a estar hambrientos –no podían comer sus putrefactos productos–, y se vestían cada vez más pobremente al estilo de sus ex trabajadores. Carecían ya de interés para hacer el amor con sus mujeres o amantes, ni tampoco tenían fuerza para levantar con sus brazos a sus hijos, los que heredarían sus lugares. No obstante, los DDM poseían a un costado de sus fábricas mansiones con amplios jardines y muchos perros de caza y gatos domésticos y se les ocurrió que por un tiempo podían alimentarse con el pasto y las plantas que existían allí (como nunca habían trabajado no sabían cultivar la tierra) o ir comiendo sus perros y sus gatos.
11 Hasta que llegó el día en que no les quedaban más ni vegetales ni animales, se habían comido todo. Con el resto de su lucidez encontraron una solución provisoria. La gigantesca cacería para apresar y devorar a los otros DDM fue el último y fugaz momento de esa competencia entre ellos. Los ganadores murieron también de inanición, pero con una gran sonrisa satisfecha en sus huesudos y moribundos rostros.
12 Ya sin sus guardianes, los pocos humanos que quedaban (a los cuales hasta último momento se los había alimentado a pan y agua para mantenerlos vivos como ejemplo) lograron abrir las puertas de las prisiones y pudieron respirar el aire de la libertad. Muchos creyeron que podían construir un mundo distinto…
(*) Mario Daniel, RAPOPORT (Buenos Aires, 1º de julio de 1942) es un destacado profesor e investigador con una visión interdisciplinaria que abarca distintos aspectos de la historia económica, política y social de la Argentina y de otros países así como de las relaciones internacionales contemporáneas. Hizo sus estudios universitarios de Economía en la Universidad de Buenos Aires y se doctoró en Historia en la Universidad de La Sorbona (en París). Se especializó en los campos de la Historia Económica y de la Historia de las Relaciones Internacionales, donde es un referente en su país y en el exterior para los períodos más álgidos del siglo XX y XXI.
(**) Publicado en contratapa de Página|12 el 28 de julio de 2017
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