“Ringo” Bonavena
Por Mario Bellocchio |
Se cumplen 40 años del asesinato de “Ringo” Bonavena, horas antes de que su amigo Víctor Galíndez derrotara en épico combate a Richie Kates en Sudáfrica
Ese mismo día –fatídico y glorioso para el boxeo– muy pocas horas después, en Johanesburgo, Sudáfrica, Víctor Emilio Galíndez ganaba la sangrienta y épica pelea con Richie Kates, una contienda de difícil fallo hasta que Galíndez metió una mano de knockout 15 segundos antes de la campana final del último round. En medio de esa gloria recién Galíndez se enteró de la mala nueva que le habían ocultado afanosamente hasta ese momento.
Bonavena, que nunca trepó a las alturas boxísticas de los grandes campeones nacionales, desparramó gestos y rivales con tal impudicia que cosechó agudos antagonismos. A Ringo se lo amaba o se esperaba con ansiedad que alguien “le pusiera una mano”, por bocón. Y él, mientras tanto, llenaba Lunapares de donde emergía victorioso con un Tito Lectoure contando billetes y nuevos convencidos de que sus fanfadas no estaban vacías, iban acompañadas por la potencia de sus puños.
En su cúspide llegó a poner en el piso a otro arrogante con talento para las trompadas, un tal Muhamad Alí, al que le aguantó quince rounds –destrozando todos los pronósticos– hasta que cayó por la cuenta en el mismo preciso momento en que se levantó para siempre en el cuore nacional. Ahí se dio el gusto de voltear y permanecer en otro record, el rating de la pelea –hoy impensable–, 79 puntos.
Fue uno de esos momentos de la vida deportiva nacional en que uno se pregunta qué estaba haciendo cuando se produjo el suceso. Y recuerdo que ese 7 de diciembre de 1970 cenábamos, sin poder sacar la vista del televisor, en una cantina del Abasto, los técnicos y el elenco de “Cosa Juzgada”, con David Stivel, despidiendo el año.
Un 27 de mayo de 1976, el Luna Park se llenó en el velatorio. Luego un cortejo de cien mil personas acompañaría el féretro hasta la Chacarita. Vereda a vereda, cuadra a cuadra, el pueblo lloraba por su ídolo. Y una celosa presencia militar cuidaba minuciosamente que el tema de la marcha no desbordara hacia otras pérdidas que ya comenzaban a difundirse en la negra noche de la dictadura.
Su amigo Víctor Galíndez –a quien días antes otra multitud, esta vez festiva, había recibido en Ezeiza– formaba parte de la doliente marcha.
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