Rezonificación
La Legislatura trata, en sesión ordinaria, la primera lectura del proyecto de rezonificación del predio de Avenida La Plata para habilitar la construcción del estadio “Papa Francisco” en el mismo lugar donde estuvo el Gasómetro.
Por Mario Bellocchio
El caso San Lorenzo de Almagro y “la vuelta a Boedo” como ha dado en llamarse al proyecto de levantar el modernísimo estadio e instalaciones deportivo-sociales “Papa Francisco” en los terrenos de Avenida La Plata al 1700, debe contener una cantidad inigualada de singularidades.
Nada que se conozca como instalaciones con base en el fútbol profesional puede parangonarse con la cantidad incomparable de avatares por los que ha pasado San Lorenzo de Almagro –de Boedo, Buenos Aires, Argentina– y mientras sus socios e hinchas hacen ostentación de sus derechos y el modo en que fueron “despojados” –según sostienen–, las vecinas y vecinos actuales, que ya llevan casi 40 años de existencia barrial sin convivir con un estadio de fútbol, ponen el grito en el cielo raso de la Legislatura exigiendo que se respete su derecho a que su campo verde sea el de un parque y no el de la gramilla futbolera, aunque a decir verdad proponer, proponen bastante poco, en realidad solo se oponen al estadio.
Paralelamente, aquellos socias y socios, hinchas y también vecinas y vecinos que pueden exhibirse como la descendencia de los autores de su entramado social, el llamado vecindario barrial, desde comienzos de siglo XX –1908– que fueron, a imagen y semejanza del resto de la construcción inmigratoria, poblando la zona, labradores de su idiosincracia, consideran invalorable el regreso al barrio que los vio nacer con la concreción de un proyecto de esta magnitud.
Ya en los años 30 del siglo pasado la Ciudad tenía un “Bajo de Flores” a poblar y San Lorenzo una expansión limitada por las alambradas del barrio que había crecido alrededor del muro de los Onetto como límite deportivo y que el club había contribuido enormemente a valorizar, mientras los visionarios con más aspiraciones al bronce que al oro –al estilo Pedro Bidegain– solo habían dejado su huella, no su sucesión. Vale decir que así como San Lorenzo había tenido un descomunal progreso social y deportivo, las chacritas del entorno se habían valorizado con rapidez paralelamente con el crecimiento que el club había generado con su actividad. Aquellos Gauchos de Boedo ahora tenían un estadio sede de la Selección, con iluminación –desde 1937– y valiosas instalaciones polideportivas y culturales, con necesidad de expansión y escasas posibilidades de hacerlo dada la ocupación del entorno que la institución misma contribuyó a consumar.
“En los 40 se reafirmaron con vigor las actividades de los departamentos culturales de la mano de notables maestros como nuestro recordado Miguel Angel Caiafa. Escuela y ejercicio de la literatura, pintura, música y teatro –que se desplegaban en cantidad de actividades de todo orden–, se brindaban a la nutrida masa societaria como prestaciones incluidas en la módica cuota básica y con el enorme bagaje formativo y cobijador que significaba para la infancia y juventud barrial. El nivel académico del profesorado otorgó categoría de universidad popular al conjunto de cátedras que, inclusive, podían nutrirse en la completa biblioteca propia que ostentó records de consulta durante su época de vigencia (17.000 visitantes anuales en 1954)”.(1)
Sin embargo es inevitable reconocer que la lid deportiva dejó su huella afectivo-pasional y el profesionalismo sus intereses y la ineludible secuela de administradores venales, fue atornillándose a cada nueva estructura dirigencial.
Ya en 1965 la Municipalidad cedió a San Lorenzo –por 99 años, ley 16.729 – los terrenos del Bajo Flores, con plazos para la habilitación. El codiciado predio sede del Gasómetro en Avenida La Plata pasó a ser botín inmobiliario y sus dirigentes no disimulaban las urgencias económicos liquidando instalaciones socio-deportivas muy apreciadas como la fracción vendida de Inclán y Mármol a Almagro Propiedades para la construcción de sus torres.
Por entonces, el consenso generalizado de la dirigencia y las más importantes agrupaciones sanlorencistas era que “mejor vender ahora y con eso empezar en el Bajo Flores, antes de que nos expropien y seamos desalojados”. Desde diversos sectores con intereses en el negocio se difundió con éxito la idea de la prosperidad que le significaría a San Lorenzo la mudanza, una “situación similar a River” y su traslado a Núñez, cuando aquello era casi un descampado. Nada mejor entonces que elegir presidente a un empresario como Moisés Annan, lo indicado para una época de “negocios”. Un mes después de su asunción, en la asamblea del 12 de agosto de 1978, se instrumentó el comienzo estatutario de la “venta”. Y el 2 de diciembre de 1979 un San Lorenzo-Boca que terminó sin goles hizo sonar las últimas notas del Vals del Adiós: Gasómetro, nunca más… El “inefable” brigadier Cacciatore –intendente de facto de la Ciudad durante la dictadura– impartió el responso. Invocando la complicada situación económica del club y esgrimiendo como argumento principal, el destino de dichos terrenos a un plan de urbanización, descartando la instalación de comercios.
“Ahí quedó el Gasómetro a expensas de los yuyos. Con el cartel de Gancia extrañando algún pelotazo de Pizarro. La Rapiña, entonces, comenzó a instrumentar el despojo. El “conspicuo” Gordo Muñoz; Juan Manuel Fangio, el “querido Chueco”, aprovechando su prestigio para actuar de Judas, contribuyeron al ingreso de Héctor Habib a la presidencia. Y el propio Habib encargándose de la ejecución.” (2)
Mundial –que desdeñaba cualquier otra cosa, hasta la masacre cotidiana– y quiebre económico de la institución por medio, el Gasómetro se vendió a una empresa fantasma que desapareció tan rápido como la ordenanza que disponía la apertura de calles y la asignación del predio a viviendas. Un supermercado cuyo logotipo es azul y rojo –vaya ironía– compró por una suma diez veces superior a la percibida por San Lorenzo en la intermediación.
El 3 de septiembre de 1984 por Ordenanza Nº 36.019 se desafectó el Distrito E3 y se estableció para ese predio una zona residencial de mediana densidad y otra con equipamiento comercial y de servicios. Se disponía la apertura de las calles Mármol y Salcedo y se establecía la cesión de un predio de 4.500,47 metros cuadrados para la construcción de una escuela. Ni las calles ni la escuela vieron jamás la luz.
San Lorenzo, ya sin estadio, alquiló localía en Ferro, en Boca, en Vélez y hasta en Huracán. Descendió a primera B en 1981 y permaneció una sola temporada en esa división para retornar a Primera.
Finalmente, el 16 de diciembre de 1993 y tras 14 años de peregrinación, el Club Atlético San Lorenzo de Almagro inauguró un nuevo estadio denominado Pedro Bidegain –el Nuevo Gasómetro– en el barrio de Flores en su sector conocido como el Bajo Flores, una zona que nada tiene que ver con su propia historia.
Exhiben sus razones airadas “vecinas y vecinos próximos” que reclaman por sus derechos contemporáneos, mientras que los/as “vecinos/as distantes” y simpatizantes de San Lorenzo reclaman por los suyos –de vieja data– que la “Ley de restitución histórica” ya avaló –en cuanto a la propiedad institucional– el 15 de noviembre de 2012 (Ley 4384)
El proyecto de San Lorenzo no es “solo un estadio” el que, desde nuestro punto de vista, debería ser acotado a instalaciones deportivo-sociales urbanas con limitaciones sonoras, horarias y de volumen de concurrencia. Esa es una discusión que aun no se está dando.
La institución como tal hace más de un siglo que viene ofreciendo muestras sobradas de construcción social y solidaria, rubricadas con su comportamiento durante la pandemia, como para que la prédica antiestadio se derrame sobre los restantes 345 días del año y el resto de las instalaciones propuestas.
Como de costumbre lo que no se dice y que puede leerse como tufillo xenófobo y rivalidad deportiva en los subtextos de facebooks y twitters es lo que más pesa en las mentalidades discrepantes: “Te echaron de Boedo por no pagar las deudas, nosotros seguimos en Parque Patricios”. “Sí, bancate vos a los negros meando en la puerta de tu casa”.
Los problemas con las “barras bravas” –comprobadamente no superan el 5 % de los concurrentes a un estadio– no se solucionan condenando la concurrencia de la hinchada humilde a la que, por ejemplo, habría que facilitarle la cantidad correspondiente de sanitarios, ni obstaculizando la construcción de las instalaciones deportivas y sociales que el club propone.
Las vecinas y vecinos próximos tienen tanto derecho a reclamar como las vecinas y vecinos distantes. Lo democrático es que se respalden los derechos históricos y los contemporáneos. El respetable derecho de propiedad contemporánea no puede reclamarse a costa de los derechos socio históricos.
Lo próximo, donde reside la actual discrepancia, es la ley de doble lectura de la rezonificación. La concreción del costosísimo proyecto en momentos de agudas estrecheces económicas y con un confortable estadio vigente, es harina de otro costal.
Mario Bellocchio/ noviembre de 2020.
FUENTES CONSULTADAS
(1) y (2). “Gasómetro”. Desde Boedo nº 73. Abril de 2008.
* Adolfo Res; El Glorioso San Lorenzo; Bs. As., 2007.
* Alberto Deán; 100 Años de Pasión; Dos editores;
Bs. As., 2007.
* Enrique Escande; Memorias del Viejo Gasómetro;
Editorial Dunken; Bs. As., 2007.