Réquiem para Pavón 2444
Por Mario Bellocchio
Telefé deja oficialmente su tradicional sede de Pavón 2444. En este histórico edificio –que hoy aborda un destino incierto– queda el primer medio siglo de vida de Canal 11
¡Sos joven para jubilarte! ¡Cuánto más podrías dar a tus 55 años!
–Pavón 2444 no responde, no se siente aludido. Y tampoco podría argumentar con voz humana. Se trata de un lugar mítico, con tanta historia recorriendo sus pasillos, sus oficinas, sus escaleras, sus estudios, sus controles…, tantos escenarios de millares de historias, que sería imposible una respuesta simple para tantos retazos de vida, tanta fantasmagoría de sus paredes…
Y prefiere callar, refugiarse en una vorágine de recuerdos cuya nitidez es inversamente proporcional al tiempo transcurrido. Si pudiera hablar diría que ya los años le entrecruzan las historias y pierde precisión ante el apetito de la leyenda.
¿55 años? ¡Ah, claro, desde que comenzó Canal 11! –cuenta Pavón 2444 en un susurro solo audible para la nostalgia–
Pero no, mis muros son de comienzos del siglo pasado así que…
Comencé como cochera…, de tracción a sangre, claro. Las imágenes me resultan sepiadas y borrosas, pero ahí están los aldabones en las paredes de lo que fue el Estudio A de Teleonce, que no me dejan mentir. Y tampoco los muchachos del viejo Canal 7. O los de los 60’s de Canal 11 que al entrar por Pavón debían transitar una angosta callejuela adoquinada con cordones de granito y todo.
Dicen –nunca me dejaron ver los papeles– que allá por los años 30’s me compró el célebre Francisco Canaro para iniciar una frustración de la que luego comentaría: “el cine sonoro fue un sonoro fracaso para mí, y me dejó mudo”. Lo que recuerdo es que con el desalojo de los fardos de avena mis galpones se transformaron en estudios de filmación al servicio de la Productora Cinematográfica Argentina Río de la Plata –de Canaro, Jaime Yankelevich y Juan Cossio–, y mis paredes comenzaron a atesorar fragmentos de la historia del cine nacional. Luego vendrían los alquileres a la Guaranteed Pictures y la novedad de la segunda mitad del siglo pasado, la televisión, que llegó hasta mí de la mano del viejo Canal 7 que me tuvo como alternativa en los finales de la década de 1960. “Conectamos con los estudios Pavón”, decía Brizuela Méndez, enfatizando la versatilidad de la emisora que podía disponer de holguras impensables para el edificio Alas.
Hasta ahí mi historia fragmentada, desplegada en centenares de actividades aisladas que exhibían tanto fragores de vertiginoso ritmo como largas siestas esperando la próxima claqueta.
A comienzos de la década de 1960, mi nombre, Pavón, pasó a tener apellido, Teleonce.
Yo –desde la placa enlozada del 2444– me llamo a silencio, estoy demasiado emocionado y quizás un poco triste por el retorno a los tiempos de la incertidumbre. Les dejo a un dilecto hijo mío para que les describa los comienzos de la “canaleta”, como cariñosamente la bautizó Tato Bores. ¡Mario, contales!
Paradójico: hablar de los comienzos empezando por los finales. Porque hace unos pocos días el “Chavo” Arreceygor –yo fui amigo de su padre en esta “canaleta”– y su troupe del Satsaid tuvieron el acierto de gestar un encuentro de compañeros nacidos a la televisión entre estos muros que hoy dejan de funcionar como estudios y abordan un destino incierto.
Y como suele suceder con las reuniones emotivas, uno “cae” después de que se despide.
“Esta es la señal que caracterizará a LS84, Canal 11, Dicon, en su programación regular. Ha comenzado a aparecer en los televisores desde las 4.50 de la madrugada de ayer” (“Clarín”, 25 de enero de 1961). Con este epígrafe se publicaba una foto –titulada “Canal de TV”– de la primera señal de Canal 11 Dicon (Difusión Contemporánea). Una familia tipo, enfrentada a una pantalla con el distintivo “Canal 11”, aposentada en un camino en fuga cuyas rayas servían para verificar la definición de los receptores. El círculo que rodeaba al emblema “Dicon TV – LS84” proveía el modo de asegurar las proporciones mediante los controles de “ancho” y “alto” de aquellos televisores lejanos a los automatismos contemporáneos. Esa señal, luego substituida por “la del cohete”, el 21 de julio, fue la primera placa artística distintiva que canal 11 puso en el aire y yo me sentía orgulloso de haberla realizado.
Se había dado el paso inicial, gigante, pero sólo el comienzo de la travesía.
Lo inmediato fueron las negociaciones por una instalación que aportara su espacio para la realización de las producciones planeadas. Y ya desechado por inalcanzable el proyecto de construcción de estudios elaborado en el Colegio del Salvador, se puso el ojo en unas instalaciones que quedaban en el barrio de San Cristóbal, en Pavón al 2400, que Canal 7 acababa de abandonar, según se decía, porque no le resultaba rentable su alquiler.
Pavón 2444 era un corralón que aún albergaba estructura con más coincidencias equinas que técnicas. El estudio –único, que luego dividido serían el A y el B– quedaba al fondo de la larga callejuela adoquinada –antecedente protohistórico del famoso pasillo de Pavón– tras una pesada puerta de madera y corcho con la típica terminación de tablas en “v” como cobertura. Recuerdo que todo lucía como “abandonado con urgencia por un peligro inminente”. Restos de material técnico, que había que esquivar, desparramados sobre el parquet que, observamos, requería urgente reparación para que alguna cámara pudiera desplazarse con mínima dignidad. Y un acre olor a humedad sobre el que creí descubrir ancestrales vahos de pesebre.
Sobre el muro de entrada, a mano izquierda, una misteriosa escalerita de ancho ínfimo llevaba al primer piso conectado al estudio por un ventanal de vidrio doble. Pronto comprobamos que era el lugar utilizado por Canal 7 como control. Hasta un modesto switcher abandonado a su suerte –poca– lucía la inutilidad de su deterioro.
Pronto aparecieron nuestros compañeros de mantenimiento con portalámparas para poder observar el lugar con más detalle: recuerdo que lo protagónico eran los cables seccionados con alicate, a la ligera, con nulo interés por su recuperación. Y las válvulas…, muchas en desuso por agotadas y otras tantas en tiempo de vida, con abandono de persona electrónica, que pasarían a formar parte de “nuestro patrimonio”. Terminamos la jornada de observación con sentimientos encontrados: el laburo que se venía y el entusiasmo por realizarlo.
Finalizaba febrero de 1961. Aún no se había fijado la fecha de aire oficial. En el mientrastanto algunas películas y documentales cubrían una pantalla precaria de dos a tres horas diarias al atardecer, como para ir calentando la frecuencia LS84.
Y yo cobraba mi primer sueldo como empleado de Dicon, Difusión Contemporánea, abandonando la condición de contratado con factura desde noviembre del año anterior como dibujante técnico.
Se fueron sumando voluntades a la conquista de este Aconcagua televisivo. El lugar se pobló de oficinas operativas, administrativas y sobre todo técnicas, dadas las necesidades de la instalación. Recuerdo las largas jornadas de soldadura de terminales de infinitos cables RG donde el mate se tomaba apoyado para disponer de las dos manos en la tarea, alternada con multitud de patcheras esperando el prolijo trabajo de distribución de sus cables. Y cuando se daba por finalizada la jornada técnica, comenzaba la operativa con el aprendizaje del manejo de cámaras. Solamente a los veinte años se puede hacer ese derroche de energías.
Poco tiempo después, medida la proyección de las tareas, se fijó la fecha del 21 de julio –nunca supe el porqué de ese día– como jornada oficial del corte de cintas con su show inaugural protagonizado por un ballet japonés que cumplía, en aquella época, su gira por Buenos Aires. La memoria me traiciona lo suficiente como para no intentar recordar nombres. Pero una anécdota puntual de aquel día, donde se disfrazaron las carencias con alfombrados y trastos de utilería, refiere que el ya famoso Mario Vanarelli diseñó la escenografía cuyos tapones, reparados, aún se seguían utilizando casi treinta años después, cuando partí de esa casa. Una especie de pobre enriquecido que conserva sus hábitos de las épocas de hambre.
El 21 de julio de 1961 comenzó la historia de pantalla de Canal 11 en Pavón 2444. La historia que son “las historias”, miles de ellas, una galaxia entera de micromundos haciéndose eco en sus muros, hoy de futuro incierto. Encuentros y desencuentros. Los gozos y las sombras que pasan a ser recuerdo. Yo sólo quise traer a la memoria lo menos conocido, lo que no formó parte del espectáculo, aunque haya quedado grabado para siempre en treinta años de mi vida.
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