Rafael Vásquez: luz y recuerdo
Rafael Vásquez –una de sus maneras de ser poeta– mira sobre su memoria, y en ella hay retratos, partidas, y siempre el regreso de fantasmas amigos.
Por Edgardo Lois
Pensaba, en días pasados, en la palabra. Aquella palabra que, desde la infancia, se extiende a manera de abrazo. La palabra que abraza y alienta las ideas: así se irá bocetando el paisaje general donde se afirmará nuestro puñado de almas –nacidas a partir de nuestro rodar en la vida, nacidas en las memorias de nuestros muertos–, se afirmará nuestro puñado de patrias internas, esos territorios afectivos no negociables, que nos irán acercando a una marca, manera, pista que dice de una identidad (bondad de vida que se logra cuando hay diálogo, y no ruptura, entre esas almas y patrias). Entonces, desde los días de lectura de Tom Sawyer y Colmillo blanco, las palabras aprehendidas, me invitaron a la vida. Y anoto ahora que la palabra, las palabras, su maravilla, me llevaron hasta un mediodía cercano para encontrarme con el amigo poeta Rafael Vásquez.
Rafael es de 1930, y una vez más lo encuentro lúcido, cariñoso, y crítico de este mundo que nos toca, el que construimos desde la resistencia: Rafael es uno de aquellos ciudadanos que siguen siendo humanos en un mundo que, de cotidiano, nos invita a la veloz efectividad de la desatención, especialmente de las esquinas desde donde se habla de humanas ideas, almas y patrias internas.
No hay enojo desbordado en Rafael, hay una profunda comprensión de los mecanismos desde donde se funda el engaño. Hay en el poeta una mirada humana para con el engañado, para con el hombre al que se llevó puesto la actuación, la bulla, la ignorancia, el fin de la curiosidad en estos tiempos interesados en el poder y la moneda, o en la cáscara primera: la figuración a cualquier precio.
Nos cruzábamos en algunos cafés del ayer en Buenos Aires; nos saludábamos; yo tenía alguna pista de su poesía. Rafael llevaba su palabra, y también una pertenencia destacada dentro de un paisaje nacido alrededor de la poesía y las ideas: fue integrante del grupo Barrilete, cuyo mentor fuera el poeta Roberto Santoro (desaparecido desde 1977), y fue Rafael parte de la dirección, entre 1963 y 1967, de la revista que publicaba dicho grupo.
Consigno a continuación la mayor parte de la obra de Rafael Vásquez: La verdad al viento (1962), Apuesta diaria (1964), La vida y los fantasmas (1968), La piel y la alegría (1973), Hay sol en Buenos Aires (1975), Cercos de la memoria (1992), Ese sitio sin paz de la memoria (2007), Explicaciones y retratos (2011), Pequeñas muertes, provisorios olvidos (2016). En prosa es autor de Informe sobre Santoro (2003). En 1964 recibió la Faja de Honor de la SADE. En 2014 el gran premio de honor de la Fundación Argentina para la Poesía.
Recibí su invitación para asistir a la presentación de Explicaciones y retratos (2011). Asistí. Escuché y me fui con el libro y la lectura iniciada. El lector como coautor del libro, siempre recuerdo el pensamiento escuchado al poeta Marcos Silber. Pasados unos días terminé el libro de Rafael, y entonces quise contarle, y también quise entrevistarlo, y luego aparecieron algunas notas que escribí para el periódico Desde Boedo y el diario Tiempo Argentino, y el destino quiso que nos juntáramos a hablar de escritura en los cafés, principalmente en su refugio de charla: La junta de 1810, sobre Avenida de Mayo, casi Perú.
En 2016 publicó Pequeñas muertes, provisorios olvidos, y fui otra vez lector del nuevo viaje a los recuerdos que proponía Rafael. Se sucedieron charlas, un par de notas, y ante todo la alegría, la felicidad ante la escritura del otro: poeta, y a esa altura: mi amigo.
Esta amistad, este sustancioso cambio de figuritas a través de los años, suma un nuevo relato. Hace unos días, en su café, el poeta me invitó a almorzar. Dos horas para ponernos al día. Y mucho agradezco su atención, su compañía, sobre mi largo relato. En fin, el encuentro tuvo su frutilla de coronación: Rafael me entregó su último libro, un librito, así lo llamó, por sus dimensiones (de la serie Summa Poética de Vinciguerra): Tanta luz de recuerdos (2018).
Luego de su lectura coincido con su autor, sus tres últimos libros, desde 2011, están unidos en una misma, explícita, sintonía fundada en el recuerdo. Al leer el poema de apertura, le dije: sos un laburante del recuerdo. Soy un convencido de que la memoria es la gran llave para esta vida: sin ella, sin ellos, los recuerdos, no hay presente posible, no hay futuro alguno con el que soñar.
La garúa de recuerdos se deja atraer por el oficiante, en este caso: poeta, y así garúa durante el día y hay oportunidad para la humedad de la escritura; así sucede también durante la noche y el sueño, y entonces nace la ceremonia constante que alienta el ejercicio de la memoria en cada próximo sueño: despierto o en la entrenoche, el olvido es actor fundamental cuando se trata de trabajar la susodicha garúa. En Sueños anotó Rafael: A veces me sorprendo dictándome entre sueños / una carta de queja / por alguna injusticia, demora, incumplimiento / que el sol de la mañana se llevará al olvido. / No puedo hablar de insomnio pero hay algo / que interrumpe la noche. Y la redacto. / O comienzo a apilar mis argumentos / y demoro la búsqueda del sueño. / Si por lo menos fuera algún poema, / el principio de un verso, la palabra / que me guiara despacio a la otra orilla. / Sé que al final también la olvidaría / porque la noche esconde los sentidos. / Y al despertar, con el papel en blanco, / me volvería a decir: / ¿cómo empezaba?
De la salvación podría llamarse una de las sintonías de la palabra. Salvación, la palabra, Salvación en la lectura de quien acompaña, el otro en La voz del semejante: Nadie vence la muerte. / Y es lo justo, pienso cuando los años / se acumulan y acuden los recuerdos. / ¿Qué señales dejamos? / La luz de los encuentros todavía / nos dicta un argumento. / La escritura nos salva. / Y aquella otra palabra que nos viene / cargada de poesía: la voz del semejante. / Vale la pena el día / cuando por la lectura / descubrimos la voz que no esperábamos.
Rafael Vásquez –una de sus maneras de ser poeta– mira sobre su memoria, y en ella hay retratos, partidas, y siempre el regreso de fantasmas amigos.
Pienso en el poeta Héctor Miguel Ángeli, recientemente fallecido, a quien Rafael dedica De más, la crónica, me digo, de una partida que sugiere movimiento de eterno retorno; como si el poema no se detuviera: fina niebla circular en humana melancolía dentro de una escena eterna, cuando dice el poeta sobre el poeta: I No sé rezar. / Hay que olvidarse entonces de los dioses / y pedir que la vida te defienda. / Que no te falle el sol. / Que la noche te acune / con un sueño olvidado pero cierto. / Que la voz o la mano / te sirvan para hablarnos todavía. / Nunca es tarde / para esa simple defensa que nos junta, / que nos vuelve a pedir / otro tiempo con vos, otra esperanza. // II Eso te dije hace unos días. / Y no sirvió. / Porque la muerte te ganó de mano / y fue duro mirarte tan callado / con tus amigos cerca. / Y las conversaciones que no llegaste a oír: / conjeturas, suposiciones y débiles sospechas / de aquella misma madrugada / que no supo alumbrarte. / La noche había bajado. / Fue como si estuviéramos de más.
Rafael Vásquez es poeta de andar con el recuerdo en la tinta emotiva de su palabra. Agradezco su ejemplo de poeta trabajador: la valiente insistencia, sus almas y patrias internas. Saludo Tanta luz de recuerdos.
Edgardo Lois / Diciembre 2018 / Buenos Aires
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