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Payaso en situación de calle

Todo payaso es triste. O lo será. Como cualquiera. Quién puede saber cuánto de payaso carga entre sus almas. Edgardo Lois

Es sabido. Es una verdad relativa. Una línea que se dice y repite hasta que duele. Una afirmación que se engancha en el viento. La anoto. Se queda. Un tanto de verdad y otro tanto de mentira. Como todo en este mundo. Aviso. Es sabido. Todo payaso es triste. O lo será. Como cualquiera. Quién puede saber cuánto de payaso carga entre sus almas. Todo payaso es triste. Es sabido. En eso pienso cerca de la esquina. En la avenida. Pienso mientras miro por la ventanilla del bondi que me lleva a destino. Todo payaso es triste. Todos vamos a destino. Es sabido.

Adivino. Soy el único pasajero del 65 que mira sobre avenida La Plata. Bondi cercano a su parada. Semáforo en rojo. Cercano al cruce con avenida Rivadavia. Miro por la ventanilla y ya no se trata de un cruce de avenidas. Ya no es paisaje común. Simple. De cotidiano a primera hora de la tarde. De sábado chato. Paisaje que deviene en encrucijada blusera en tanto escucho mi tango. Puede que en el bondi haya otros pasajeros que lo vean. Pero no. Me digo que soy el único que tiene ojos para el payaso que se mueve sobre la avenida. Pide una vida amable y pide monedas sobre La Plata. Ni lo intenta por Rivadavia.

Lleva gorro de payaso. Verde, rojo, blanco. Lleva gorro ajado. De payaso escorado. Lleva nariz de payaso. La cara lo deschava. Camina la avenida. Paga un precio alto. Esforzado su andar de paso a paso. Hombre desvencijado. Lento. Un payaso de edad. Porque el hombre vestido de payaso es payaso. Su oficio de vida. No hay duda.

Descuelga una bolsita plástica de la reja. Bolsita al mar. La reja pegada al cordón. La vereda impecable. En la encrucijada una pizzería brilla interiores. La bolsita que desata el payaso guarda restos de comida de una mesa de vereda. Hubo alguien antes de este tiempo de semáforo que se estira, que vio, que pensó en el otro. El payaso lleva un morral. Luego de mirar el contenido de la bolsita, el plástico marcha a bodega de morral profundo.

A pleno sol en la noche de esta encrucijada. En este tiempo de escritura. Llueve payaso afuera. Llueve payaso adentro. Una lluvia lenta. Triste. El hombre que es payaso camina la avenida. Entre los autos detenidos. Entre autos que se mueven lento. Paso a paso. A los 60 años se quejan las piernas del payaso. En el aire el gesto de la mano que pide. Camina lento. Saca pecho. Trata. Toma aire. Recuerda.

Adivino. Hubo una primera vez. Sucedió mientras fue pibito en un barrio pobre. En la provincia. Recibió un papelito llamado entrada gratis para ir a ver la función del circo recién llegado a la zona. Fue aquella vez. Vio un payaso. Hacer y deshacer el mundo. Las risas de tantos pibitos. Al fin un hombre vestido con todos los colores. Recuerda el payaso sobre la avenida. Recuerda el pelo, el sombrero, la nariz, los zapatos. Aquel gesto azaroso con payaso se lo llevó del mundo. Lo hizo universo. Ya no pudo entender de la pelea que exige el deporte malsano de la codicia. Condenados aquellos que no nacieron para cosechar dinero.

El payaso vive sobre la tierra, en la urbana pertenencia. Transcurre en el aire. En el viento. En el plano general donde evapora la sociedad, el tiempo. Toma aire. Duele verlo caminar. Su mano de pedir. La cinta de tela que sostiene el morral cruza sobre el pecho. Camisa que resiste la suma de un nuevo día. Saca pecho. La mano en el aire. En posición. El payaso lleva un cartel colgado del cuello. De tamaño regular. Un aviso para descuidados. Para pasajeros veloces. El payaso se ofrenda. Saca pecho. Se deja leer. Entonces leo. Payaso en situación de calle. Así el convite de escritura mínima. Un hombre en pocas palabras. Un título certero. Payaso en situación de calle. Lleva un cartel de cartón colgado del cuello. O el payaso todo cuelga del cartel. Saca pecho. En el aire. En el viento. En la encrucijada de blues donde escucho mi tango. Cuántos leen el poema crucial, esta novela con personaje de cotidiano incierto y final cantado.

Baja una ventanilla de auto último modelo. La mano del payaso llega hasta la frontera. Aguarda. Mejor billete. El payaso aguarda en medio de un presente salvaje. Ya lo explicó el pensador amarillo de dudosa sustancia humana: Vivir en la incertidumbre y disfrutarla.

Adivino. El payaso duerme en la orilla. Al pie de un grande cartel de publicidad. A unas cuadras de la encrucijada. El payaso guarda en la noche su sombrero de colores. Su nariz roja con elástico. El cartel bajo almohada improvisada. En la memoria lo aprendido. Duerme el payaso en la avenida. La noche trae vecinos de vereda. Poco o nada se dice. Se comparte la ciudad a cielo abierto. Importa el lugar junto a la pared. Igual que un animal cuando se siente morir. Un lugar donde apoyarse. Nada más. Un lugar donde guardarse hasta que haga falta. Dentro del buen silencio, la espera.

Cuántos los que leen la escena sobre la avenida. Casi todos los ciudadanos andan lanzados a velocidad. Pensando en lo por venir, en todo aquello que hay que hacer después. Siempre es después en el mientras tanto amarrete del ahora, en el presente que se despide en un abrir y cerrar de pantalla. Ciudadanos en el viejo Oeste. Como cuando las películas de infancia. En el OK Corral, en el bondi, la vereda, la esquina, el asfalto, hasta en el sueño y el deseo del caminante, se desenfunda. Urgente el mil luces. Ansiedad. Velocidad y desesperación. Como si se escapara la vida toda en el gesto. Urgente la búsqueda hasta que al fin -aferrada como a madera en el naufragio- la mano rescata el celular del bolsillo o la mochila, y apunta al primer después. Un cable se ajusta a las orejas, y éstas al cerebro, y en él la magia de ver en el paisaje cercano. Con suerte, unos pocos ven al payaso en situación de calle. Cuántos los que leen el poema que escribe el otro. Cuántos la novela donde resiste el otro. A cuántos importa la incertidumbre del payaso.

La bulla ensucia la mirada. El barullo malo, el interesado, se hace humo oscuro sobre el cemento. Los dueños del circo manejan el programa de la función. No hay entradas gratis para este circo. Todos pagan la suya. Todos frente a las pantallas donde factura, despista y miente el gran manipulador. A esta hora de la función, cuántos los que entienden el mecanismo del show. Cuántos viajeros tienen consciencia de la trampera.

Payaso en situación de calle. Escrito va. Vive en la orilla. En el río cerca de la esquina. Bajo el cartel. Sobre la vereda unos trapos. Así de efímero. Un pibe más. Entró al circo donde el trapecio afila la moneda. No hay red. Sólo condena. Sobre el cemento del circo los escombros del nacido con destino equilibrista.

El payaso llegó, sobrevivió, hasta este momento de encrucijada. Lleva cartel al cuello o lo lleva el cartel, su nombre, por la avenida. En verdad, la vida siempre es de encrucijada. El payaso tiene perfecta idea de su mapa sin tesoro. Lejos del puerto de la infancia. Lejos de la ciudad. De la poética de la urbanía que lo viera caminar por tantos barrios. Continúa quieto el bondi. Miro. Veo por la ventanilla. Leo el cartel del payaso. Quién puede saber cuánto de payaso carga entre sus almas. Todo payaso es triste. Es sabido.

Recuerda mi alma de payaso haber leído unas líneas. Título del libro: Automoribundia. Del egregio escritor Ramón Gómez de la Serna. Durante varios meses el libro fue mi casa, mi lugar a donde poder regresar. Recuerda y busca entre escritos una de mis almas y al fin encuentra: (…) Oscilo entre el circo y la muerte. Amo los payasos y los muertos y encuentro un gran parecido entre unos y otros, habiendo observado que los payasos se caracterizan de muertos, pálidos, pálidos, con los ojos hundidos en negrura, dos comillas de calavera en la nariz y la boca rasgada como la de los cráneos que ríen.

Reír en la encrucijada donde se escucha mi tango. Tener toda la tristeza dispuesta sobre la mesa. Era sabido.

Anoto que hay un payaso en situación de calle. Por avenida La Plata. No por Rivadavia. Anoto su movimiento. El gesto. El dolor a la vista. En la gran ciudad donde tantos ciudadanos tienen por techo la autopista. Y un cielo que nunca llega hasta el cemento. Donde historias, trapos y cartones.

Anota Ramón Gómez de la Serna: A veces soy actor de soledades y me siento morir en la noche. Confieso que en ese momento sólo quisiera romper mis papeles, y sólo siento no haber agotado mis ternuras con la mujer.

Leo: payaso en situación de calle. Escribo: todo payaso es triste. Pregunto: quién puede saber cuánto de payaso carga entre sus almas. Pienso mientras miro por la ventanilla del bondi que me lleva a destino.

 

Edgardo Lois / Mayo 2023 / Buenos Aires

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