Osvaldo Jorge Bayer
Y Osvaldo Bayer ingresó al Paraíso por el camino de los abedules donde divisó a las Madres del Pañuelo Blanco abrazadas a sus hijos, en el reencuentro definitivo.
El 24 de diciembre, antes de la Nochebuena, Osvaldo Bayer cerró el libro de su largo periplo iniciado hacía ya 91 años en la provincia de Santa Fe. El escritor, periodista, historiador revisionista no abandona, sin embargo, la lucha como una constante que perdura en la enorme cantidad de escritos que nos lega para siempre.
Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia, La Patagonia rebelde, sus obras liminares. Los ensayos: Los anarquistas expropiadores ; Exilio, escrito en colaboración con Juan Gelman; Fútbol argentino; Rebeldía y esperanza; A contrapelo. Conversaciones con Osvaldo Bayer y En camino al paraíso. Su única novela: Rainer y Minou, que le editó Planeta en 2001 y una infinidad de escritos periodísticos de profusa difusión nacional e internacional.
Decía Felipe Piña sobre Bayer: “Quiero recordarlo, homenajearlo y pedirles a todos que lean su inmensa obra, que cubre casi todos los aspectos de la historia argentina contemporánea, particularmente la que tiene que ver con las luchas de los desposeídos, los nadies. Siento un profundo dolor y a la vez el orgullo de haber sido amigo de alguien tan maravilloso”. (Felipe Pigna, historiador).
Afirmaba Bayer: “Siempre me gustó investigar la suerte o la verdad sobre los más malditos de la sociedad”. “Sostengo, como eslogan, que mientras haya miseria no hay democracia”.
Y de sus comienzos: “Yo quería estudiar historia pero tener un estilo muy claro, no una historia academicista, entonces dije voy a hacer dos o tres años de periodismo”. “Cuando fui grande y empecé a hacer la investigación histórica, [de “La Patagonia…”] fue uno de los puntos principales de mi vida. Estuve casi ocho años haciendo la investigación “.
“Siempre sueño con el socialismo en libertad, es la única forma de hacer el socialismo creo yo y lo cantamos en nuestro Himno Nacional desde 1813: ‘Ved en trono a la noble igualdad…, libertad, libertad, libertad”. “Igualdad con libertad, no a través de ninguna dictadura, aunque sea la del proletariado”.
“Para mí fue tocar el cielo con las manos cuando surgieron las preciosas asambleas barriales en 2002, yo concurría siempre a varias de ellas. Por primera vez hablaban las mujeres del barrio de los problemas del barrio”.
“El intelectual tiene que tener todas las libertades para escribir lo que se le da la gana, no se le puede poner norma ni prohibición. Eso sí, tiene la obligación moral de salir a la calle cuando ve injusticias en la sociedad, no quedarse en la torre de marfil. Por eso mi admiración por Rodolfo Walsh y por Haroldo Conti, que tomaron una posición en momentos tan difíciles para el país”.
Hace unos años las “Madres de Plaza de Mayo” decidieron entregarle un premio a los veinte años de convivencia. Y Bayer generó una página inolvidable que tituló Cita en el Paraíso para manifestar su enorme alegría.
Hoy, señores y señoras, argentinos todos, recibo el primer premio en mi vida y, perdónenme mi arrogancia, me voy a subir al techo de mi vieja casa de Belgrano y lo voy a gritar a los cuatro vientos: ¡Las Madres de Plaza de Mayo, al anochecer, en su plaza, me dan el premio “Veinte años juntos”! Ya nada, queridos mortales, será igual. Es el Premio Nobel más el Premio Cervantes más el Premio Príncipe de Asturias más el de ciudadano ilustre de Buenos Aires, más todos los Martín Fierro más el Paraíso, el país Edén. Esta tarde estaré en el Paraíso, ahí en Plaza de Mayo, entre medio de las Madres de Pañuelo Blanco que me van a dar un beso en la mejilla y otro en la frente, después de haber caminado veinte años de historia argentina. Y hoy estarán además todos sus hijos con el mismo rostro que tenían cuando cumplieron 18 años y se decidieron a dar la mano solidaria a los humillados y ofendidos de la tierra. Pero además podré abrazar nuevamente a Rodolfo Walsh y al gringo Tosco, que vendrá en su overall de siempre, directo de la usina, los dos encabezando la columna de los treinta mil. Y por la izquierda llegará con su ancho sombrero Emiliano, al lado de Augusto César y los cien de su pequeño ejército loco. Y por qué no, el mismo Jesús, aquel de las Escrituras, esta vez con rostro mapuche, desde Cutral-Có.
Por supuesto que los tres de siempre van a querer infiltrarse: Judas, Astiz y Bernardo, pero un par de adolescentes los correrán hasta el séptimo círculo de los infiernos. Y quedaremos entre nosotros. Porque el pueblo argentino no se divide entre ricos y pobres, entre solidarios y egoístas, entre peronistas y radicales, no, la única división que recorre el país está entre los que acompañaron a las Madres y los que miraron para otro lado cuando las vieron marchar.
Cuando ellas me den el premio esta tarde, me volveré infinitamente joven, la sangre me bullirá más roja que nunca y me quemará en venas y arterias de pura fuerza y gratitud por ellas, las heroínas de brazos abiertos. Y apenas reciba el premio saldré corriendo hasta la casa de los libertarios para recordar a aquellos mártires increíbles, los que el dinero ahorcó en Chicago, esos increíbles héroes de las ocho horas de trabajo: Spies, Fischer, Engel, Parsons, Lingg. Y estaré en la casa de los libertarios hasta que asome el 1º de Mayo, el día de todos los trabajadores del mundo, que seguirán en el mismo camino hasta reconquistar las sagradas ocho horas.
Pero luego regresaré a mi barrio, a mis calles de niño para volver a recorrerlas con mi padre y mi hermano Franz, con traje marinero, pero antes mi madre me abrochará la camisa, y me reencontraré con mi hermano Rodolfo, muerto en el sagrado fuego de la solidaridad, lo besaré y acariciaré su frente, esa frente hermosa llena de bondad, le regalaré mi premio y, ya solo, me pondré a llorar de pura alegría, de puro agradecimiento. Lloraré con los brazos abiertos por entre los viejos árboles que conocieron mi infancia y despertaré a todos los vecinos de aquel entonces y les diré que he regresado con laureles en mis sienes. Mi mujer adolescente me estará esperando con una torta de manzanas, bailaré con mi hija, jugaré simultáneas de ajedrez con mis hijos y luego saldré con mis diez nietos a juntar higos maduros.
Por último ya podré dormir, luego de leer una poesía de Hölderlin y de escuchar “La bella molinera”, de Schubert. Será cuando reingrese al Paraíso por el camino de los abedules donde divisaré a las Madres del Pañuelo Blanco abrazadas a sus hijos, en el reencuentro definitivo.
Fuentes de citas:
Revista Ñ, diario Página 12, diario Textual, diario Clarín
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