EditorialInternacionalesPrimera plana

Osvaldo Bayer

En el marzo de los Derechos Humanos

Fragmento de Rebeldía y esperanza*

El general alemán Wolf conde de Baudissin –uno de los ideólogos del nuevo ejército germano después de la derrota de 1945– describe que cuando se recibió de oficial, durante la República de Weimar (1919–1933), los oficiales del Ejército, al comenzar a comer, levantaban la primera copa para brindar en honor del derrocado Káiser y lo llamaban “nuestro verdadero coman­dante”. Necesitaban de la verticalidad, tenían sospecha y temor de la República y su pluralismo. Esto ocurría a pesar de que esos oficiales habían jurado la defensa de la Constitución en la nueva democracia. Este perjurio no era para ellos falta de honor pero sí el andar del brazo con una muchacha “sin honra”. El mismo general Baudissin señala que esta posición “nacional” –como se la llamaba– contra la democracia fue fatal porque esa oficialidad, en su gran mayoría, se entregó en 1933 con armas y bagajes al fascismo hitlerista (1). El 2 de agosto de 1934 desde el más alto mariscal hasta el último soldado debieron jurar “obediencia incondi­cional al Führer” en ceremonias ad-hoc. Desde ese momen­to, el ejército alemán fue una pieza más en el programa y en la política de exterminio de Hitler. La investigación histórico-científica actual sobre la base de la documentación rescatada ha llegado a la conclusión de que el ejército no sólo estuvo informado al día de las matanzas llevadas a cabo por los escuadrones “SS” sino que participó directamente en ellas, con el visto bueno de los mariscales von Manstein, von Reichenau, Ritter von Leeb, von Küchler, Ritter von Schobert, coronel general Busch y coronel general Hoepner, entre otros (2).

(General Santiago Omar Riveros –comandante de Institutos Militares en 1976 refiriéndose a la represión de 1976–80): “Hicimos la guerra con la doctrina en la mano, con las órdenes escritas de los comandos superiores, nunca necesitamos, como se nos acusa, de organismos paramilitares, nos sobraba nuestra capacidad y nuestra organización legal para el combate frente a frente a fuerzas irregulares en una guerra no convencional (…) Esta guerra nuestra fue conducida por la Junta Militar de mi país a través de los estados mayores (…) Guerra en la que participé por la Gracia de Dios” (3).

Los mariscales Keitel y Jodl, comandante en jefe y jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht en la última guerra, basa­ron toda su defensa personal en el Tribunal de Nüremberg en la gran coartada de la obediencia a órdenes superiores.

(Ante las preguntas de las Madres de Plaza de Mayo a los oficiales de la Policía Federal de por qué reprimen así a mujeres de edad, desarmadas, responden invariablemente con el tabú de “cumplimos órdenes”.)

Desconfianza y odio a los críticos de afuera, y como con­traposición, acendrado espíritu de cuerpo. Unos años des­pués de la última guerra comenzaron las prácticas de cama­radería entre los ex oficiales enemigos. Los aviadores de cazas ingleses –por ejemplo– que defendieron a Londres con­tra la Blitzkrieg aérea alemana, se dan cita cada cuatro años con los ex aviadores de los bombarderos nazis, sus ex ene­migos. Los acompañan sus esposas y a veces hasta llevan a los pequeños nietos. Pasan dos o tres días en casas de campo, de playa o en las montañas haciendo confraternidad de guerra y recordando las recíprocas proezas. En las revis­tas de actualidad se documentan tales encuentros y aparecen fotografías de sonrientes ancianos que imitan con sus manos imaginarias luchas de aviones. Títulos nostálgicos como “Los veteranos olvidan rencores”, “En sí, fuimos todos soldados”,  o “Las águilas juntan sus alas”. Los niños sepultados, los cuerpos quemados horriblemente por el fósforo, el terror de las embarazadas, el desamparo de los viejos ante el cobarde ataque desde las alturas, eso no cuenta. El desesperado que tira una bomba en la calle es un terrorista, el que tira mil veces esa bomba desde el cielo puede llegar a ser un héroe, por lo menos “cumple órdenes”, es honorable.

El general Videla –tratando de poner tono serio y responsable en su voz– habló de guerra sucia para explicar secuestros, torturas, asesinatos, liquidación de familias enteras, robo de sus pertene­ncias. “Guerrasucia” es ahora salvoconducto para la moral, el vale todo.

(…) En 1920, generales ingleses, franceses y alemanes se reunie­ron para hacer fructificar una idea: planificar cementerios conjuntos de los soldados caídos; alemanes, ingleses y fran­ceses todos juntos, todos mezclados. Unirlos en la muerte. Les pareció una idea genial. Y los diarios publicaron sesudos editoriales saludando el gran valor “humanístico” de la idea. El poeta anarquista alemán Erich Mühsam propuso, en cam­bio, hacer una tumba masiva con todos los generales, sin distinción de nacionalidad, pero enterralos vivos junto con los fabricantes de armas. Esta idea fue lamentada desde los púlpitos de las iglesias como producto de una mentalidad enfermiza y disolvente.

Reuniones de confraternidad de los ex enemigos. Es que en las normas morales y de conducta del militar, el militar que lo enfrenta –siempre que no sea un irregular, un guerri­llero, un civil armado– es sólo el contrincante en el desafío. Los ingleses son maestros para esto. Le dan a la guerra un cierto tinte deportivo. Ellos inventaron el carisma de Rommel y le dieron el apodo del “zorro del desierto”, el mariscal alemán que aparecía y desaparecía con sus tanques, un mago que renovaba toda la ciencia militar. Todo eso se hacía bajo la fórmula: si él es tan bueno y nosotros lo derro­tamos, señal de que somos mejores.

(…) A los aviadores argentinos llamándolos valientes y temerarios. Empezaba así otra leyenda. Sólo después de la guerra, en el informe final los ingleses expresaron su sorpresa por los falsos objetivos elegidos por la aviación argentina. En vez de concentrar sus ataques a los grandes transportes de tropas y hacer fracasar el desembarco, se con­formaron con atacar los buques escoltas, con triunfos efíme­ros, llegaron a los bordes externos pero no se atrevieron a llegar al centro.

Para esto de “valientes y temerarios” habría que redefinir los valores. ¿Es más valiente acaso quien tiene carga de agresividad, quien ve su gran posibilidad de sobresalir de la única manera de que es capaz, es decir, tirando tiros?

¿O se trata de la simple emocionalización de la guerra –“esa peligrosa seductora”, como la llamó Anna Seghers– porque si no, cómo explicar que miles de simples soldados se lanza­ban cantando a atacar las trincheras enemigas en la prime­ra guerra? ¿Eran repentinamente todos valientes?

¿Cambiará el mundo cuando en las escuelas se enseñe como valor el coraje civil, es decir, la capacidad espontánea de rebelarse contra la injusticia?

La “valentía” de los aviadores argentinos no se notó para nada en la brutal represión de Videla­–Massera–Agosti. No se levantó ninguna voz de brigadieres ni le alféreces de protesta contra los brutales transportes aéreos le los presos políticos argentinos a quienes durante el vuelo se los humillaba y castigaba duramente; ni una voz se escuchó, de estos valientes para protestar por la desaparición de niños, las torturas a mujeres embarazadas y el asesinato de miles de personas.

(…) Jorge Luis Borges, el intelectual quien en 1976 dijo que los “militares argentinos eran unos caballeros” –pero que cuatro años después cuando el proyecto militar comenzó a caerse con estrépito, se pasó a la “resistencia”– cuando llegó a Alemania Federal, en 1982, mostró el deseo íntimo de encon­trarse con Ernst Jünger, el genial escritor de élites, el gran admirador de la guerra como actitud de virilidad y purifica­ción, el mismo que, como teniente de Estado Mayor había participado en la Primera Guerra Mundial, luego en los cuer­pos paramilitares cazando obreros y luego en la Segunda Guerra Mundial como oficial de alta graduación. Jünger, el creador del así llamado “nihilismo heroico” concibió litera­riamente el refinamiento por excelencia, el no va más de los placeres, el gran baño de sangre, fuego y acero, el gusto de participar en la guerra como espectáculo, la guerra como acción higiénica y poética para el ser masculino. Tuvo la suerte para él de participar en las dos guerras. “Tormentas de acero” es uno de sus libros exegéticos de la matanza entre seres humanos. Tiene frases tan profundas y bien pergeñadas como ésta, al partir para el frente: “Mañana, sí, tal vez mañana, me estalle el cerebro en mil llamas” (4). Mientras el poeta Trakl sucumbirá de dolor ante la matanza de Grodek, a Ernst Jünger los efluvios de la pólvora, de la sangre, de las entrañas podridas de los muertos y de la mierda de las trin­cheras, lo llenaban de elixires y escribía: “La sangre remolineaba por el cerebro y las venas como ante una noche de amor deseada vivamente, pero aún en forma más cálida y enloquecedora. ¡El bautismo de fuego! El aire estaba cargado de tanta desbordante masculinidad que cada hálito embo­rrachaba, de modo que se hubiera podido estallar en llanto sin saber por qué. ¡Oh, corazones masculinos que podéis lle­gar a sentir todo esto” (5)! El ex militar Jünger, el vocero estéti­co de la derecha lo dice todo con sinceridad y dureza viril: “Por supuesto que nosotros nos encontramos más a gusto con un enemigo de raza que con un pacifista o un internaciona­lista. Y por supuesto, lo que hacemos en el campo de batalla, matándonos aquí entre nosotros, es más importante que si termináramos formando parte de un enorme puré”. (6). Con “puré”, Jünger se refiere a la mezcla de razas, de naciones, a la eliminación de clases, a la república, en una palabra, al socialismo. Luego Jünger resignará y se dedicará a exaltar los valores del individualismo. Siempre contra el “puré” pero ahora sin necesidad de baños de fuego y acero. El individuo, como arrecife que resiste al mar, al flujo, a la inundación. La larga charla de los aristócratas de la vida y la palabra Jünger-­Borges fue de una suave y cortés nostalgia. Borges cumplía así su sueño argentino de hablar con el admirado europeo de quien había leído Tormentas de acero. El europeo lo atendió con fina condescendencia. Después declarará que él no está al tanto de la literatura latinoamericana pero “para mí fue un gusto conversar con el señor Borges” (lo pronunció con la “g” francesa).

Me parece escuchar la campana del Angelus. Ahora cerrarán el cementerio. Llega la hora en que en los panteo­nes llenos de grietas se dan cita los generales prusianos a explicar sus perdidas batallas. Están viejos, raídos y encorva­dos pero en sus cuencas vacías brilla siempre la esperanza: una chance más, la última chance. Entonces sí, será la defini­tiva. Entonces sí que los “apóstoles” del pacifismo quedarán definitivamente derrotados.

Los que yacen sin ninguna esperanza ya, sin ninguna chance, son los soldados muertos. Están en su limbo donde han pasado a ser sólo una masa nebulosa con algún corto quejido ahogado de vez en cuando. Ellos no volverán.

(La guerra de las Malvinas no ha terminado, dicen los generales argentinos mientras desayunan. Para el ovejero Aguilar y los marineritos de 18 años del “General Belgrano” ha terminado definitivamente por los siglos de los siglos. No habrá ni siquie­ra juicio Final).

Pero mientras esperan su batalla final y su triunfo definiti­vo, la historia es muy cruel, cínica y sarcástica con los esque­letos de los generales que yacen en el Garnisonfriedhof. La historia debe ser un dios gordo, ordinario y sucio al que le gusta hacer bromas pesadas. Al cementerio de los generales prusianos le han quitado un trozo de tierra y la municipali­dad berlinesa lo entregó a la comunidad otomana.

Ahora está allí el cementerio turco de Berlín, donde yacen enterra­dos obreros pobres de Anatolia traídos durante la época de las vacas gordas del capitalismo para recoger la basura y tra­bajar en las cintas sinfín de las fábricas de automóviles y televisores. Les han dado tierra precisamente en el cemente­rio de los generales para que entierren a sus humildes muer­tos. Los muertos turcos van avanzando sobre la tierra de los aristocráticos mariscales. Ya la tumba que mira hacia la Meca del turco Tufanin Ruhima, muerto el 5 de octubre de 1982, está a cinco metros del general Erich Werner August Wilhelm von Livonius. Y siguen avanzando. Son muertos que traen vida: por ese lado el cementerio se puebla los domingos de mujeres con pañuelos en la cabeza y chicos que ríen, lloran y gritan.

Es una ofensiva que los generales no esperaban. La vida no se rinde. Por cada bala que busca la muerte, una brizna de hierba rasga la tierra para gozar de la brisa.

 

  • (*) Osvaldo Bayer, “Rebeldía y esperanza”, Berlín, abril de 1983, págs.. 176 a 182.
  • Edición argentina. Grupo editorial Zeta S.A., 1993

 

  1. “Die zornigen alten Männer”, Hamburg, 1979, pág. 203.
  2. Helmut Krausnick y Hans-Heinrich Wilhelm, “Die Truppe des Weltanschuungskrieges”, Deutsche Verlags-Anstalt, Stuttgart, 1980.
  3. Texto difundido por el Comando en Jefe del Ejército Argentino, 24-1-80. Discurso pronunciado ante la Junta Interamericana de Defensa en Washington.
  4. Egon Erwin Kirsch “Rettungsring an einer kleinenBrücke” en AIZ, J. 7 1928; pp 4-5.
  5. Ernst Jünger, “La lucha como experiencia interior”, Berlín, 1922. Ps. 67./12
  6. Ernst Jünger, “Sangre y fuego”, Berlín, 1929, pág. 30.

 

 

 

 

 

 

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