El Museo de Bellas Artes de La Boca
CALLEJEANDO HISTORIA
Por Diego Ruiz
El Museo de Bellas Artes de La Boca. “Cuanto hice y cuanto conseguí, a mi barrio se lo debo. De ahí el impulso irrefrenable que inspiró mis fundaciones, todas ellas afincadas en la Boca. Por eso mis donaciones no las considero tales, sino como devoluciones. Le devolví a mi barrio buena parte de lo que él me hizo ganar con mi arte”. Benito Quinquela Martín
El cronista callejero ha mencionado, en más de una oportunidad, que sus obligaciones laborales lo llevan todas las semanas al barrio de La Boca y, en esos periplos, muchas veces se ha detenido a contemplar, desde el veredón de la ribera, el conjunto de edificios policromos que definen la fisonomía de la avenida Pedro de Mendoza frente a la Vuelta de Rocha. En poco más de una cuadra, con centro en el cruce con Palos, se alzan la Escuela de Artes Gráficas, el Instituto Odontológico Infantil, el Jardín Maternal, el Teatro de la Ribera y la Escuela Pedro de Mendoza en cuyos altos funciona el Museo de Bellas Artes, instituciones creadas a partir de donaciones de Benito Quinquela Martín, a las que habría que agregar el pasaje Caminito, en cuya creación intervino, y el Jardín de Infantes que, a espaldas del predio de la Escuela, abre sus puertas en la calle Lamadrid. Y si bien existen en Buenos Aires numerosos casos de hospitales, colegios y otras instituciones de bien público debidas a la generosidad de mecenas o filántropos, donadas en vida o por testamento, el cronista cree que el caso del maestro boquense es único, pues dedicó casi cuarenta años de su vida y su fortuna personal al desarrollo material y cultural de su barrio. En sus propias palabras: “Cuanto hice y cuanto conseguí, a mi barrio se lo debo. De ahí el impulso irrefrenable que inspiró mis fundaciones, todas ellas afincadas en la Boca. Por eso mis donaciones no las considero tales, sino como devoluciones. Le devolví a mi barrio buena parte de lo que él me hizo ganar con mi arte (…)” (Nota existente en el Archivo Benito Quinquela Martín).
No es intención del cronista reseñar la historia de todas estas instituciones, lo que estaría dentro del espíritu de esta columna pero excedería el centimetraje de todo el periódico que el amable lector tiene en sus manos y seguramente no le haría mucha gracia al Director del mismo. Pero sí quiere detenerse en la Escuela-Museo, primera fundación del maestro en cuya creación se resume el espíritu de sus obras pero también los sinsabores a los que tuvo que exponerse para concretarlas.
Según testimonio del propio Quinquela, la idea original el Museo había nacido en La Peña del Tortoni, que había creado hacia 1926, como una fundación de carácter artístico: “(…) un museo con estudios para artistas y un restaurante para el público. Con el producto del restaurante y el alquiler de los estudios se costearían los gastos del museo”. El concepto -como se puede apreciar- era adelantado a su época y Quinquela, con la ayuda de su amigo el escribano Romualdo Benincasa, comenzó a trabajar en el proyecto interesando, entre otros, al reconocido arquitecto Alejandro Virasoro, quien llegó a delinear los planos del edificio a construirse. Sin embargo, para concretar la idea era necesario contar con un capital del que no disponían, por lo que intentaron captar algún socio capitalista. Al no lograrlo, Quinquela modificó su plan original: recurriría al ámbito oficial y, a través del diplomático Enrique Loudet interesó al Consejo Nacional de Educacíón -al cual éste pertenecía- en la creación de una “escuela-museo”. Existían entonces en La Boca varios establecimientos escolares en edificios rentados por lo que su concentración en un sólo ámbito, con el consiguiente ahorro de alquileres, no podía sino ser recibida con beneplácito por el Estado, más cuando Quinquela pensaba donar el terreno necesario para la institución. Por otro lado, el maestro tenía también en el ámbito de la educación una mirada avanzada mucho antes de que Herbert Read propusiera la “educación por el arte”: el 17 de agosto de1933, en una nota del popular diario Crítica con motivo de su donación del terreno para construir la escuela, manifestaba que “(…) los niños reciben instrucción en edificios no sólo fríos desde el punto de vista físico sino, lo que es más importante, desde el punto de vista moral. Yo me proponía al presentar mi iniciativa a consideración del Consejo, abrir un horizonte nuevo al niño ¿Qué mejor vehículo, para su imaginación e inteligencia, que rodearlo de un ambiente artístico?” (Archivo BQM).
Si bien la idea era buena, su concreción se revelaría como muy dificultosa. Años más tarde, Quinquela recordaría: “(…) para donar un terreno lo primero que hace falta es tenerlo. Y como yo no poseía ninguno, me dediqué a buscarlo. Encontré uno en la Vuelta de Rocha que parecía mandado hacer para levantar en él la escuela-museo. El dueño era un millonario, de cuyo nombre no quiero acordarme. Fuimos a verlo con Loudet y Benincasa. Le expuse mi propósito y el millonario me miró con ojos de asombro cuando le dije que yo quería comprarle su terreno para regalárselo al gobierno. Sin duda, pensó que yo me había vuelto loco de repente. Le volví a explicar que en ese terreno baldío se construirían una escuela y un museo, y mis explicaciones parecían afirmar más aun su opinión sobre mi estado mental”.
El mencionado propietario fijó el precio en cincuenta mil pesos, un valor elevado para aquella época y, aunque Quinquela le ofreció señarlo, no se realizó un contrato por escrito lo que más tarde traería sus consecuencias. En la seguridad de contar ya con el terreno, el maestro elevó una nota el 1º de abril de 1933 al presidente del Consejo, ingeniero Octavio Pico, en la que formalizaba el ofrecimiento de la donación, pero lo que no había previsto era que el propietario del terreno, al intentar abonárselo al contado, le manifestara que ya no le convenía vendérselo pues iba a destinarlo a edificar una casa de renta y que al no haber un documento escrito no existía ninguna obligación. Quinquela se encontraba, en sus propias palabras: “(…) en un callejón sin salida. Había hecho la donación de un terreno, y ahora resultaba que no podía cumplir mi compromiso porque el terreno no era mío. Necesitaba agotar mis argumentos y mi serenidad para convencer a aquel financista impaciente, que terminó por ablandarse y acceder a venderme el terreno… siempre que le pagara cien mil pesos por él. Salí a la calle desesperado, para decirlo en letra de tango (…)”. Su tenacidad logró vencer la resistencia del filibustero, que igual sacó buena tajada, y le permitió continuar con su proyecto, aunque debería vencer nuevas resistencias y escollos no menores. Pero ese, será el próximo callejeo.
Nota: las citas no especificadas pertenecen a Vida novelesca de Quinquela Martín, por Andrés Muñoz. Buenos Aires, 1949.