Mariana Kruk: Poeta en Buenos Aires
Por Edgardo Lois |
Descubrí la escritura en prosa de Mariana Kruk en Desde Boedo. Me gustó una nota, leí algunos comentarios a libros. Pregunté por ella. El poeta Rubén Derlis acercó su mirada al periódico. Espié su blog (http://deoficioarder.blogspot.com.ar), y confirmé aquello que Derlis me había dicho: es buena poeta.
Sucedió luego que tuve la suerte de encontrarme con sus libros:Hasta la última uva (2011), Migas (2012) y Ninguna nuez (2013). Luego de leerlos, apareció el impulso de hacerle unas preguntas. Quería saber del paisaje interior de la joven poeta (1983), preguntarle sobre su vida, sobre las cuestiones que la rozan en el mientras tanto del oficio de palabrera.
En la charla propuesta, Mariana ocupó su lugar en el tiempo:Creo que estoy verde, que me falta mucho, creo a veces que me precipito a publicar algunas cosas, creo que debo leer tanto todavía. Pero ahí voy, y voy desde que tengo uso de razón, voy sin tener un plan B, sin tener ninguna certeza de que llegaré a algún lugar… Estoy transitando un camino largo y sinuoso, a veces uno se agota, de todos, de todo, de uno mismo, pero a fin de cuentas, el camino es ese, no hay otro, y yo camino, llegaré hasta donde pueda, hasta donde me dé la nafta, pero voy a dejar la vida ahí, gustosa. Es saludable saber, ante todo, que el sendero de un poeta es largo, debe serlo: lleva una vida acercarse a la poesía. Si no se trata de un nuevo Rimbaud, o sea, un genio, la vida toda deberá ser felizmente habitada por el trabajo.
Escribió la poeta en Hasta la última uva: es demasiada ciudad. / demasiado vos / por todas partes. / en todas las personas, / rincones, adoquines, / paradas de colectivo, / escritores, / mates amargos, / canciones y / gotas de rocío.
La consulto por el origen: La verdad es que no tengo registro de cuándo fue la primera vez que escribí poesía, más bien, no tengo registro de mi vida sin escribir poesía. De chiquita ya escribía versitos que para mí en ese entonces eran canciones, ese era mi “juego” favorito. ¿El paisaje de infancia?: En casa siempre se leyó, aunque mis padres no son lectores de poesía, siempre hubo una biblioteca bien linda en casa y nos inculcaron el amor por la literatura. Recuerdo mi primer libro de poesía. Me lo regaló mi mamá, era una antología que se vendía a través de un catálogo de productos cosméticos para la mujer, ja ja, muy bizarro, sí, pero ahí mismo, por medio de Avon, mi mamá me regaló la antología que traía a Benedetti, Gelman, Pizarnik, Paz…, en fin, yo tendría 10 años, no más. A ese libro lo gasté, fue el primero de la colección de poesía que vendía dicha empresa y luego mamá me los fue comprando casi todos. Tengo muy fresco el recuerdo de pasar mañana, tarde y noche abrazada a esos libritos. Creo que ahí supe que lo que yo escribía, o pretendía escribir, quería parecerse a eso, a la poesía.
En Migas, en la solapa del libro, Mariana anota una “declaración jurada”, a la manera de los poetas que Roberto Santoro publicaba en sus carpetas: antes de ser hija de mis padres, / hermana de mis hermanos, / y amiga de mis amigos, / yo soy poeta. // antes de ser la eterna / estudiante de letras, / adicta a pueblos en los mapas, / lejanos o no tanto según la ocasión / y necesidad de huir lo dispongan, / yo soy poeta. // antes de ser alérgica a las oficinas, / ex novia de mis ex novios, / creyente del otoño, / malabarista del mes de Abril / y amante caritativa en noches frías, / yo soy poeta. // antes de ser una compulsiva / emisora / de mensajes en la madrugada, / antes de ser semilla, / y ojos verdes / y enamorada tuya, // yo soy poeta.
¿De qué manera aparece en Kruk un poema?: Lo primero que escribo de un poema es el último verso, es lo primero que aparece, lo que despunta lo demás. No recuerdo haber escrito un poema desde el inicio. Todos los días practico alguna forma de escritura, si no tengo el final que inicia un poema nuevo, entonces reviso los finales que tengo escritos, que son poemas “colgados”, para mí finales sin inicio.
En la charla hablo de mi manera de trabajar, avanzo tranquilo, digo que habitando la mayor parte del tiempo dentro del remanso de la prosa y ajustando el pulso cuando hace falta una estocada de poeta; y Mariana habló de sus maneras, cada uno con su receta: Aunque me siento todos los días, y como te decía antes, todos los días practico alguna forma de escritura, me pongo muy ansiosa, de mal humor, densa en todo sentido si pasa mucho tiempo sin poder terminar algún poema, o alguna prosa que me guste medianamente. Aunque después termine odiando lo escrito, pero me gusta esa sensación de terminar de escribir algo, y valga la redundancia, me guste el resultado. A veces me pregunto si no me miento a mí misma, si no me digo que me gusta para poder dormir tranquila… puede ser, puede ser.
La poeta afirma: Elijo escribir poemas de amor porque el amor es lo que mueve el mundo, al menos mi mundo. Y porque considero que no existen poemas que no sean poemas de amor, aún hasta aquellos que estén camuflados de política, religión, revoluciones y guerras, están en el fondo, hablando de amor. ¿Qué es el poema escrito a un pueblo o una ciudad, sino un poema de amor?, y así, con todo. Yo soy un tanto más explícita, claro. Me gusta llamar a las “Cosas por su nombre”, como diría el amigo Rubén Derlis. Este decir de la poeta se reafirma: Pienso mucho en la inmortalidad. Enrelación al amor y las relaciones que sí son mortales, finitas o gruesas, casi siempre se terminan terminando, suceden hasta que dejan de suceder. Pienso que quizás, en cierta forma, lo único inmortal sea el corazón. Que todos los finales hacen a un corazón lleno de cicatrices, y no digo cicatrices de manera peyorativa, quiero: las cicatrices no se van, sí quedan. Sí son inmortales, y nosotros, además, tenemos la poesía, un poco escribo para eso, para no olvidarme, para rescatar dela muerte. Capaz suene muy ambicioso, pero acaso un poema sea eso, un salvataje, un dejar fuera de la bolsa de la muerte para siempre a alguien, a algún lugar, a alguna cosa.
Mariana Kruk es de asistir a lecturas, es más, organizó su propio ciclo junto al poeta salvadoreño Fabio Rivas Rivera: “arrancándonos la piel”, solo poesía, sin música, todos los jueves del año pasado, cuatro poetas leyendo cuatro poemas breves de su autoría: eligiendo muy bien a los poetas y sobre todo cómo agruparlos en cada encuentro según lo que escribían. Pregunto por la lectura en público: Yo no leía, las primeras veces la pasaba muy mal, me temblaba todo, me trababa, leía rápido, horrible. Después le empecé a tomar el gusto. Creo que entendí –así lo veo– que escribir poesía no es sólo escribirla y publicarla con mucha suerte y esfuerzo, sino también, sacarla a pasear. Y eso es muy necesario, al menos para lo que aspiro con mi poesía, moverla, que se escuche, llegar a alguien. La lectura: militancia, difusión y autogestión: Donde más he vendido siempre fue en las lecturas, es muy difícil que alguien llegue a mi libro sin conocerme, en una librería ni hablar, en cambio, en todas las veces que me presenté a leer, todas sin excepción, hubo alguien que escuchó, le gustó y se llevó un librito. Kruk asegura que es remarla en brea, pero es uno de los caminos elegidos.
En Ninguna nuez la poeta continúa con su manera de decir: ya había percibido uno o dos signos del desastre: ya había percibido uno o dos signos del desastre, / pero me hice la otaria y lo mismo toqué tu timbre / una noche de asfalto recién llorado. // vos abriste la cerveza y el paraguas porque / creíste necesaria la profilaxis para arrimarte / a este corazón lleno de bichos. // ¡lo bien que hiciste!, ahora que llueve a mares y / yo serpenteo tu nombre por el cuarto sin techo, / me falta un culpable y sólo tengo un espejo.
La lectura de Kruk me llevó a pensar en los alrededores de las historias de amor que no llegaron a la superficie. Los paisajes, los de adentro y los de afuera, adquieren cierta malicia, cierta definición de dibujito (a medio completar) donde solo hay lugar para un alma en pena, condenada a la soledad y el sufrimiento: por el otro que no está, y porque el que está no detiene el puñal especializado en entrarle al alma. Son inevitables estos lances del destino dentro de cada prontuario de todo aquel que se animó a vivir. Está bien haber recibido este tipo de estocada, que es de las que entra y de las que además se queda a doler la vida un buen rato. Está bien para el después, pensando en mañana, pero en el mientras tanto de los días es una reverenda desgracia. El escritor, el poeta, en esta situación, apela a su dios de escritura y anota entonces pensamientos, conclusiones, verdades absolutas en torno del amor, la caricia tan preciada. El poeta al final logra extraer la piedra de una de las locuras más dolorosas, y riega los restos de la historia trunca en los distintos aromas de las sucesivas hojas en blanco. Su alma se reconstituye con seguridad y a la vez en el medio de la nada. El poeta sabe que las palabras anotadas ya forman otra cuestión, incluido el manotazo que intenta tomar aunque más no sea unos centímetros de la cintura del arte. Él sabe eso, como también sabe que ha escrito sentado en el vacío, en la ausencia, en la soledad, porque ha anotado varias de las caripelas que puede presentar la soledad no elegida. La soledad en la que no llega la mirada ni el ademán del otro. En estas situaciones el que escribe lo hace exclusivamente sobre el amor que no fue, porque duele, y va a doler hasta que las palabras anotadas se hayan enfriado en el molde de la poesía, el cuento o la novela.
Hace tiempo que no leía poemas de amor, hace tiempo que no leía un libro sobre la misma figurita difícil de todas las historias. Vivo perseguido por toda clase de plumíferos y bichos rastreros especializados, algunos con guitarra y orquesta, y otros, como si fueran escritores, que no paran de caer en cuanto lugar común pisan y vuelven a pisar: los llamo bastardeadores profesionales del amor, que deben su existencia a la larga cría que hoy vive a expensas de la ración diaria de alimento balanceado para pollos: trague, trague, y repita, no piense, no identifique, porque del amor y lo demás, yo le cuento o le canto. Hace tiempo que no leo sobre una historia de amor que no fue como las que anota Mariana Kruk en sus libros, y en especial en Ninguna nuez. Anotó palabras, compuso los poemas, y antes de eso, vivió. Hace esquina con sinceridad: va sin careta por la vida y la poesía. Hay mirada propia, música, empuje, entusiasmo, en definitiva: pasión por vivir y escribir: una identidad.
Mariana Kruk se las arregla mejor con la oscuridad, quizá porque exige de la luz la mejor de sus verdades: de Migas: testamento: después de todo / no pienso dejar nada, / hasta el frío de tu ausencia / me va a hacer falta / cuando allá abajo / todo queme demasiado.
En estos días la poeta anda de estreno, acaba de aparecer su último libro: abrileando. Este título cierra la trilogía iniciada por hasta la última uva y migas.
Mariana Kruk, poeta en Buenos Aires.