La Semana trágica
Por Mario Bellocchio
Hace 100 años el comienzo de enero se tiñó de rojo…, sangre. La asfixia obrera y las duras condiciones de la posguerra generaron el entorno explosivo. Los curiosos –y no tanto– paralelos con la historia contemporánea y la vigencia de viejas crónicas. Cómo vieron los sucesos sus actores sociales y políticos.
Diciembre de 1918. La guerra no sólo había arrasado su campo de batalla. Nuestro enorme país, indemne a la metralla, padecía las múltiples secuelas del conflicto. Los talleres metalúrgicos de Pedro Vasena e hijos intentaban reducir los costos de producción para lamer las profundas heridas. Y sus obreros, sujetos a duras condiciones laborales rayanas con la esclavitud, pugnaban por asomar las cabezas por fuera del sometimiento y aspirar, siquiera un poco, de los aires de rebeldía que traían las ideas de la vieja Europa y las revoluciones de rusos y mexicanos.
Dos mil quinientos trabajadores metalúrgicos entran en huelga el día 2. Reclaman jornada de ocho horas, medidas de salubridad y aumento salarial. Los Vasena, que administran la industria ya vendida a capitales ingleses, se muestran intransigentes a la “insolencia obrera”. La respuesta es la ocupación del establecimiento que tiene su planta industrial limitada por Rioja, Barcala, Urquiza y Constitución –hoy plaza Martín Fierro, en San Cristóbal– y los depósitos en Pompeya, en las inmediaciones de Amancio Alcorta y Cachi, donde se va a producir el primer encuentro grave.
La aparición de rompehuelgas “krumiros” y grupos de civiles armados de la Liga Patriótica de Manuel Carlés –más tarde abogado de Marcelo T. de Alvear– tiene su contraparte en los piquetes de huelguistas que toman represalias contra los “carneros” y proporcionan una “noche mala” al jefe de Policía quemando su automóvil el 24 de diciembre.
A las tres de la tarde del 7 de enero de 1919 se produce el cruce de piquetes que tratan de impedir la llegada de carga al depósito con los carros que debían transportarla. De ellos descienden grupos armados y aparecen los “cosacos” de “la montada” que completan el enfrentamiento. Según La Prensa (8/1/1919): “fueron disparados más de 2.000 proyectiles por unos 110 policías y bomberos. Sólo tres integrantes de las fuerzas represivas sufrieron alguna contusión”. Cuatro muertos, más de treinta heridos. Un jornalero de 18 años que estaba tomando mate en su domicilio, un recolector de basura muerto de varios sablazos en el cráneo, otro colega que recibió un balazo mientras se hallaba en una fonda de la avenida Alcorta y un jornalero, víctima de un disparo. Dice La Nación (8/1/1919): “ninguno fue muerto en actitud de combate, ninguno estaba agrediendo a las fuerzas represivas”.
La espesa tensión precedida por negociaciones fallidas desemboca en la jornada del 9 de enero con la ciudad totalmente paralizada. Los caídos en la lucha y la esclavitud de los sobrevivientes reclaman nuevas acciones: “El crimen de las fuerzas policiales, embriagadas por el gobierno y Vasena, clama una explosión revolucionaria”, amenaza La Protesta, periódico que lidera el pensamiento anarquista. Ante la violencia de la represión el pueblo obrero asalta armerías y se provee. Una multitud calculada en unas doscientas mil personas acompaña los restos de los caídos en el trayecto hacia Chacarita. La avenida Corrientes es un largo calvario jalonado por escaramuzas que dejan sus primeras víctimas. Todo es el prolegómeno de la verdadera barbarie desatada en el interior del cementerio, donde la policía abre fuego sobre la multitud mientras los oradores despiden los restos de los obreros caídos en la lucha dos días antes. Una masacre que la prensa calcula con liviandad en doce muertos y más de doscientos heridos, lejanos de la estimación popular de cien bajas, ninguna de las cuales pertenece a los represores.
“El gobierno entra en pánico. Ahora se encuentra acorralado, tanto por la derecha conservadora que reclama la represión más enérgica como por un movimiento obrero decidido a enfrentarlo. La Unión Cívica Radical se moviliza en defensa de Yrigoyen y éste deja correr a la acción de las bandas fascistas organizadas en la Liga Patriótica” (1).
Interviene el Ejército. El general Dellepiane declara el día 10 a la prensa: “emplazaré la artillería en la plaza del Congreso y atronaré con los cañones toda la ciudad”. Afirma igualmente que va a hacer un escarmiento que se recordará durante 50 años. La bravuconada enardece a los “rebeldes” y se producen nuevos enfrentamientos que siembran el terror donde las patotas de la Liga Patriótica y la Asociación del Trabajo insisten en actos vandálicos de represalia contra todo lo que consideren maximalista. El presidente Yrigoyen, mientras tanto, convoca a su despacho a Pedro Vasena y a su correligionario Leopoldo Melo, abogado de la empresa, instándolos a aceptar los reclamos sindicales. Con la rendición del empresario se produce el quiebre que divide las aguas de la FORA: los del noveno congreso aceptan la postura mientras que los del quinto, entendiendo que ha llegado la hora de la revolución social, producen una extensión del conflicto que se diluye lentamente en las jornadas siguientes.
Para el escritor Diego Abad de Santillán aquella Semana Trágica dejó el ominoso saldo de mil quinientos muertos, cinco mil heridos y unos cincuenta y cinco mil procesados, con la accesoria, para muchos, de una quincena de confinamiento en la isla Martín García. La “más benigna” estimación policial calcula, en cambio, ochocientos fallecidos y cuatro mil heridos. Cualquiera fuera la cifra real, o un promedio, basta para asignarle el calificativo a aquella semana que marcó un punto de inflexión en la historia del movimiento obrero y en la de la propia ciudad de Buenos Aires. Los actores de la tragedia, en los múltiples matices de convicciones y de intereses, nunca se pusieron de acuerdo sobre causas y efectos, salvo parciales coincidencias.
Los socialistas
Eran tiempos de crecimiento parlamentario del partido. El sindicalismo y la revolución habían pasado a un segundo plano puesta la fe en una futura legislación laboral cada vez más progresista. El foco de interés trasladado, de tal manera, a las urnas. La social-democracia por sobre la ortodoxia revolucionaria y maximalista. Yrigoyen, en su afán de desacreditarlos en las siguientes elecciones, fue, según el partido fundado por Juan B. Justo, el responsable de la masacre. Desde esta visión, para el gobierno, “el Congreso se ponía cada vez más irreductible frente al Poder Ejecutivo […] Había que debilitar al Partido Socialista, sobre todo en vísperas electorales, tratando de empujarlo, confundirlo y mezclarlo en movimientos anárquicos desordenados y caóticos, haciéndolo aparecer excesivamente revolucionario ante cierta opinión pública del país”.(2)
Los anarquistas
En las antípodas del socialismo, rechazaban toda negociación con los poderes constituidos por lo que descartaban la lucha parlamentaria. “La Protesta”, órgano de difusión de las ideas de la FORA V Congreso, señalaba el 8 de enero: […] “Sin falta, trabajadores, vengad este crimen. Dinamita hace falta ahora más que nunca. Esto no puede morir en silencio. ¡No, y mil veces! ¡No!, el pueblo no ha de dejarse matar como mansa bestia. Incendiad, destruid sin miramientos, obreros. ¡Vengaos, hermanos! frente al crimen de la justicia histórica, la violencia del pueblo como única e inmediata consecuencia y solución”.
Los sindicalistas
Unos, apartados del sistema (anarquistas); otros, en vías parlamentarias (socialismo), dejaron terreno propicio para el crecimiento del “Sindicalismo revolucionario”, una corriente social surgida en Europa a fines del siglo XIX. La revolución, sí, pero con el protagonismo de los sindicatos.
“Existe un concepto equivocado de la función que cumple un sindicato en el proceso de la revolución social. Se le asigna un papel secundario, aun cuando encierra los elementos revolucionarios del nuevo orden y es escuela maestra de la conciencia proletaria”, decía Sebastián Marotta, destacado militante sindical. A pesar de su participación activa en la huelga existía una marcada propensión a señalar distancias con el extremismo maximalista. Al privilegiar la negociación para lograr conquistas obreras se encaramó como el interlocutor válido del gobierno, deseoso de un diálogo que lo separara metodológicamente de los procedimientos de sus antecesores.
Los radicales
Imbuido de un gradualismo que le permitiera controlar el timón, Yrigoyen no introdujo cambios “radicales” en el modelo agroexportador. Sin embargo, el declarado empeño por incorporar a los trabajadores al sistema padeció una dura derrota con la incapacidad del Gobierno para dominar esta grave situación. Llegó un momento en que la revuelta se tornó incontrolable. Y la represión desatada necesitaba un justificativo que no desacreditase el preconizado diálogo con la clase obrera.
“La Época”, órgano de difusión elegido por el partido gobernante, editorializaba el 13 de enero: “La huelga es respetada en todo lo que no excede de los límites que a los trabajadores les asisten de abandonar el trabajo, dentro de condiciones determinadas. […] La huelga será reprimida en toda tentativa que desnaturalice su verdadero carácter y que denuncie intenciones de violar el orden social o atentar contra los derechos civiles garantizados por la Constitución a todos los habitantes de la República”. La justificación estaba planteada, pero lejos de contar con la aceptación de las masas.
Los conservadores
Tanto los conservadores bonaerenses como los agrupados en el partido Demócrata cordobés no escatimaron críticas a la “demagogia populista” de Yrigoyen –proclive a dialogar con un interlocutor descalificado para este sector de pensamiento– generando el crecimiento de “ideologías disolventes y peligrosas”. Sin embargo, “la gran debilidad de los conservadores es que operaban sobre una nueva correlación de clases en el país […] y de allí que la huelga tuvo un resultado diferente del que anhelaban. La chusma, el populacho fue derrotado […] pero también la empresa Vasena tuvo que conceder para frenar el movimiento, con lo cual se reconoció en el país que también las opiniones de los patrones era materia de decisión estatal”(3).
Aquellos fatídicos días de 1919 fueron, son y serán materia inagotable para el análisis. Un agudo observador como el historiador David Rock señala: “fue manifiesto que ninguna de las facciones dirigentes reconocidas de la clase obrera desempeñó una parte significativa en la organización de la huelga, en su liderazgo o conducción. En realidad, esas fueron las cualidades de las que careció más notablemente el movimiento: un plan, una serie de objetivos, una cadena de comando articulada y coordinada. Esto reflejó en el estilo de la acción, en su incoherencia y en su tipo de agitación, tumultuosa y sin timón… “
Nadie salió indemne de aquel tiempo trágico cargado de profundas heridas sociales, políticas e ideológicas. Las cicatrices que dejó –en las más ventajosas condiciones laborales contemporáneas– aún perduran al acecho tras la explotación infantil, el trabajo esclavo de extranjeros indocumentados, el trabajo en negro, los horarios a destajo…, rémoras que aún quedan de aquella amarga semana de enero del 19.
Bajo estas líneas, parte de la crónica del Nº 3 de DESDE BOEDO de febrero de 2002 reflejando la situación de ese entonces ante la evocación de la Semana Trágica.
La pretensión de reflejar el paso de la historia barrial puede resultar una desmesura en época de “corralitos” y “cacerolazos”, cuando la cotidianidad le gana a la memoria por goleada. Sin embargo, las simetrías, la coincidencia de los escenarios, ofrecen tentadores paralelos a quien pretende trazar la crónica.
En los atardeceres de domingo los vecinos de Boedo y San Cristóbal se reúnen en la Plaza Martín Fierro. El heterogéneo grupo se aglutina bajo los jacarandaes vomitando sus broncas, tratando de organizar la protesta, redescubierta la eficacia de la ocupación del espacio público. En ese mismo lugar, bajo sus propios pies, yacen enterrados los cimientos de los talleres Vasena, donde hace 83 años (ahora 100) –en enero de 1919– se desencadenaban los sucesos de la Semana Trágica. (…)
El filtro del almanaque permite visualizar a la Semana trágica como el recodo de un camino donde la explotación debió levantar el pie del acelerador. En su 83º –hoy 100º– cumpleaños, la larga pelea por el equilibrio en el reparto de la torta sigue vigente. Unos pocos la digieren, los más se pelean por las migajas y al resto sólo le dejan apagar las velitas para aplacar su protesta.
Hoy, 2019, en el centenario de aquella trágica semana, no encontramos motivos para mejorar la conclusión a la que arribamos en 2002:
La historia, describiendo una ominosa parábola, nos deposita en un presente cargado de presagios, de no mediar el alerta y la organización del pueblo, “eso” que hoy algunos medios llaman “gente”.
- (1) Hernán Aragón.
- (2) Ibídem 1.
- (3) Julio Godio.
FUENTES CONSULTADAS
- David Rock, “Argentina 1516-1987, desde la colonización hasta Raúl Alfonsín”. Alianza Editorial S. A., Bs. As., 1989.
- Julio Godio, “La Semana Trágica de enero de 1919”, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986.
- Felipe Pigna, “Los mitos de la historia argentina III”, Editorial Planeta, Buenos Aires, 2006.
- Hernán Aragón, “Historia crítica del sindicalismo. De los orígenes hasta el Partido Laborista”. Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx. Buenos Aires : 2009. 128 p.
En portada
La multitud lleva hacia Chacarita los muertos de la refriega inicial (muchos de ellos no regresarían a sus hogares luego de la sangrienta represión en el cementerio)
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