La primera Buenos Aires
Don Pedro de Mendoza erige el fuerte de “Nuestra Señora del Buen Ayre”. Diego Ruiz
Se cumplen 16 años de la publicación del artículo de Diego Ruiz que dio origen al fecundo ciclo “Callejeando historia” –febrero de 2004– y no encontramos mejor manera de honrar al amigo que cerrar la trayectoria –como él hubiera deseado– retornando al origen, la efeméride de don Pedro de Mendoza en nuestras tierras.
En las calles del porteñísimo barrio de La Boca se ha querido homenajear a los protagonistas de la primera población española en la futura Buenos Aires: Juan de Ayolas, Domingo de Irala y, fundamentalmente, al capitán de la expedición, don Pedro de Mendoza. Y sus razones tenían los ediles, pues en los tiempos en que ese pueblo fue incorporado a la nomenclatura general de la ciudad se creía, de acuerdo a los estudios publicados por Paul Groussac, que allí se había producido dicho establecimiento.
Pero, ¿por qué razón se ordenó la exploración de estas alejadísimas tierras? Cuando Sebastián Caboto y Diego García de Moguer regresaron a España, en 1530, debieron dar muy estrictas explicaciones a la Corona sobre por qué no habían cumplido con las órdenes originales de seguir la ruta de Magallanes hacia el Oriente y, en cambio, permanecer en estas tierras durante cuatro años.
Y, a pesar de todo, salieron bien parados del proceso legal, pues se justificaron con las noticias de la “Sierra de la Plata”, del “Rey Blanco” –que habían obtenido de antiguos náufragos del desdichado Solís– y de las riquezas que se podían conquistar remontando ese río que comenzó a ser llamado “de la Plata”.
Pero las noticias habían llegado también a la gran rival de España, Portugal, en la exploración y conquista del mundo y, en esa época en que el naciente capitalismo se basaba en la posesión y atesoramiento de metales nobles, la carrera por obtenerlos comenzó inmediatamente. El rey de Portugal envió a Martín Alfonso de Souza el mismo año 1530, quien llegó hasta el Río de la Plata pero no lo penetró, regresando al poco tiempo. Sumémosle a esto que, en enero de 1534, llegó a Sevilla Hernando Pizarro con el rescate de Atahualpa, para comprender la euforia y furia expedicionaria que se apoderó de España. Es poco sabido –ha sido estudiado por el gran historiador Enrique de Gandía– que antes de Mendoza, en el mismo 1530, el Consejo de Indias proyectó una expedición al mando del alcaide de Pamplona, Miguel de Herrera, con las mismas atribuciones y territorio que aquel heredara.
Pero Herrera no pudo partir a tiempo y, finalmente, fue nombrado primer adelantado, capitán general de las provincias del Río de la Plata, justicia mayor, gobernador, etc., etc., el andaluz don Pedro de Mendoza, descendiente del inmortal marqués de Santillana, primo del virrey de México y uno de los escasísimos nobles que participaron de la popular y proletaria conquista y colonización de América.
Lo cierto es que fue Mendoza quien llegó a estas costas, al frente de la mayor expedición de la época, y el 3 de febrero de 1536 erigió el fuerte de “Nuestra Señora del Buen Ayre” en el actual barrio de San Telmo. Si bien Paul Groussac –como dijimos– situó dicho establecimiento en La Boca basado en el relato de Ulrico Schmidl, el mismo Gandía y otros historiadores se encargarían luego de demostrar que en el siglo XVI el Riachuelo no desembocaba en el lugar actual sino que tras describir uno de sus tantos meandros se dirigía hacia el norte formando una prolongada isleta –aproximadamente por donde ahora se halla la Dársena Sur– para salir al río a la altura de la actual calle Humberto I. Así pues y como fijaban las Ordenanzas de población, Pedro de Mendoza eligió para erigir su fuerte un lugar alto y sano en las proximidades del luego Alto de San Pedro y hoy Plaza Dorrego.
¿Fue realmente “fundación”, o un simple poblamiento como muchos historiadores han sostenido?
No es éste el lugar ni tenemos la suficiente autoridad para dirimirlo, pero es innegable el hecho de que en la expedición ya venían designados regidores para por lo menos dos Cabildos y, en esa época, para ser “ciudad” o “pueblo” se debía contar con dicha institución. Lamentablemente, a diferencia de los hechos de Garay, comprobables en el Archivo de Indias, no se conservaron documentos de esta malograda expedición. Las peripecias de nuestra protociudad son bien conocidas: hambre y miserias sin cuento; Mendoza, enfermo de sífilis, muriendo en alta mar en su regreso a España, y el terrible vasco Domingo de Irala arrasando y quemando en enero de 1541 la población cuando ésta empezaba a florecer, pues la recién fundada Asunción estaba más cerca de la Sierra de la Plata. Ranchos, plantaciones y animales, nada fue perdonado, y nuestro primer poeta porteño, el clérigo Luis de Tejeda, recordó mucho tiempo después que los pobladores, con lágrimas en los ojos, “decían que lo sentían más que cuando de España salieron o se partieron de sus propias casas (…)”.
Con toda justicia, nuestro primer adelantado es recordado por esa larga avenida que nace en la calle Brasil, culmina en el viejo puente Pueyrredón y que, quizá simbólicamente, a lo largo de sus 41 cuadras sólo tiene un frente pues el otro pertenece al río.
Foto
“Don Pedro de Mendoza”, del escultor uruguayo Juan Carlos Oliva Navarro, fue emplazado en la esquina de Defensa y Brasil —dentro del Parque Lezama— a 400 años del primer asentamiento.(1936)