La mesa de publicaciones
Al principio de su historia, el artilugio cultural fue anotado con cercanía de madera. Edgardo Lois
Luego de unos años ajustó apariencia, y se hizo más práctico el armado de su abrazo. Porque ahí la sustancia centro que perdura. Memorias. Abrazo y palabra. Una manera de nombrarla: la mesa de publicaciones. Para todo aquel que se acerque. En la altura de su meseta se apoyó, se apoya, una parte de la historia del barrio de Boedo. Nacida su geografía a la sombra del periódico. Nacido éste en encuentros en el boliche Pan y Arte. Durante unos pocos números se llamó Vida y arte en Boedo, dirigido por Germinal Marín y Mario Bellocchio. Continuados los encuentros en Margot, la publicación pasó a titularse Desde Boedo (una idea del poeta Rubén Derlis) en manos de Bellocchio. Desde 2001 el periódico como parte de la historia cultural del barrio.
La mano para el juego destinal se abría, se abre, sobre la susodicha mesa. A un lado del periódico aparecían libros de autores de Boedo, y de otros lugares de la ciudad. Libros y autores fuera del mercado y la figuración. Libros y autores que llegaban desde el pasado. Mario Bellocchio además ofrecía, ofrece, otro de sus artes: la restauración de fotografías antiguas del barrio.
La nao se establecía, se establece, los sábados desde la media mañana hasta pasado el mediodía, sobre la vereda de la inmobiliaria del eterno Gordo González, y frente a –testigo en la altura– Boedo XXI, la sala de teatro de González y su compañera Titina. La mesa de publicaciones a flote en la vereda de la avenida, a metros de la esquina de Boedo y San Ignacio, desde donde alumbra Margot con sus historias.
La poética intención que contiene la escritura de aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo dentro de la galaxia Buenos Aires, rescata la sintonía de la mesa como completa esfera planetaria. Un mundo a la espera de la conjunción de una vida que comparte bondades. En el transcurso de los días, todas las velas, todas las naos, tornan a poniente. Entonces inevitable será entrar al juego vital en el mientras tanto. Abrir el viento de aquello sucedido cada sábado desde que la mesa viera su origen en la vereda.
En el período de pandemia el tiempo pareció detenerse. Vivir una sola y repetida foto. A la vez nacía un tiempo veloz, una sensación de vida transcurrida. Pero una vida otra, distinta a nuestra real consciencia del transcurrir. Sucede algunas veces: aquello que pasa dejando una huella buena. En pandemia el tiempo pasaba sin dejar señales felices. Un tiempo solitario durante los aislamientos. Vuela el sonido de ese tiempo por demás pulcro y frío. En él resplandece la sombra de una punta salvaje. Un año y medio en ciudad pandemia. La punta llegó y atravesó cada uno de los días.
Desde aquella realidad apuntala, y continúa el sostén en esta pos pandemia, una necesaria y esperanzada resistencia poética, para así enfrentar el desafío de extraer la punta afilada, y retomar un presente donde el tiempo derive con afilado, porque en todo tiempo hay filo, y en reconocido quehacer en nuestro cotidiano. El regreso del tiempo que mancha y deja huellas que feliz será recordar. Puede regresar el tiempo a su plenitud como punta para cada destino, y puede regresar la escritura de otras tantas fantasmagorías. Y entre éstas aparecen distintas miradas sobre una misma mesa.
Hay dos personajes fundamentales en esta historia: Mario Bellocchio y Diego Ruiz. En este ahora mismo de escritura acomodan periódico, libros, fotos. Sábados felices en Boedo. Una vez más. Una mañana cualquiera en el encuentro con distintas memorias. Sucedía ayer, sucede. Dos hombres de Buenos Aires, dos hacedores, dos trabajadores de la cultura, a mitad del tránsito de una mañana que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo. Mario y Diego, amigos. Historia, poesía, literatura. La simplicidad de la anécdota que dice tan bien las calles del barrio en el tiempo, los caminantes, los memoriosos. Todo un planeta la mesa, a flote en el río de la avenida. Sucede bajo el sol, y la sombra del arbolito.
Había una vez una mesa de publicaciones que, un día, tras estoque del destino de lo humano, alumbró otra realidad. Aquella mesa de publicaciones se fundó elemento en el universo de aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo. Diego Ruiz, su labor de docencia memoriosa, hace ya unos años, partió hacia el cielo de Boedo a contarse, a escribirse en la fila de la memoria ciudadana.
Diego empieza así su presencia desde otro plano. Aquello que él hacía con tantas memorias, sucedió, sucede, en la mesa de publicaciones mordida, de manera imperfecta, por una Parca que no sale de su asombro. Diego presente. Cada sábado asomado desde un balcón de ausencia. Diego en Boedo, en galaxia Buenos Aires. De rescate, y rescatándose. Buen fantasma de lo humano que anda la ciudad y lleva olfato de perro callejero.
Mario sabe de Diego, de su renovado estar de barrio. Mario invita. Vení, volvé, acomodate una vez más la pilcha para los regresos. Y Diego vuelve en el periódico que lleva una de sus notas. Vuelve desde el último de sus libros en la mesa. Vuelve fileteando el mascarón de proa de la nao, la meseta, la mesa de publicaciones en la vereda de González, un abrazo que no suelta.
Y Mario sabe de su propia memoria. De manera permanente se va de regreso hasta momentos de la vida de ayer. Infancia. Familia. Trabajo. Todos estos quehaceres con música de retorno se fue hilvanando con su laboro de escritura, en especial durante el mientras tanto de Desde Boedo. Sabe Mario de la importancia de habitar la mesa de publicaciones, la importancia de su señal sobre la vereda de los recuerdos. De allí la permanencia del mojón en estos tiempos veloces donde se acentúa la confusión, la bulla de sabores.
Es sábado y dentro de su luz, la mesa. Los caminantes habitan la avenida. Saben del barrio de hoy, pero siempre buscan regresar al de ayer. El desvío lleva hasta la mesa puerto, también meseta, refugio, recreo, fantástica y simple nao de la palabra trabajando recuerdos. Encontrar memorias. Volver a los que ya no están, los que partieron al barrio otro. Volver a través del viaje que propone cada foto vieja. Volver en la música universal que puede aparecer en unos minutos de charla, cuando se trata de decir trucos y quiero retrucos en el encuentro con el otro, nuestro igual, una criatura que busca entre las distintas sintonías del amor para respirarse mejor. Volver recibiendo, llevando, un periódico que no se paga más que con las ganas de leer. En pequeños movimientos, miradas, expresiones, el lector viajero se rescata, como a su vez se rescatan, se abrazan, los hacedores de la mesa de publicaciones.
Una mesa refugio para la memoria. Se levantan sucesivas ciudades, todas Buenos Aires, aquellas que ya no son, y que, sin embargo, siguen siendo cuando en los sábados llega la mesa que guarda las palabras escritas y pronunciadas por los hombres. Porque ciudadanos del tiempo, que saben de resguardar señales, suben a bordo. Entonces la mesa de publicaciones se hace mesa de café, y se suceden las fantasmagorías, los aparecidos. Las miradas se pierden en paisajes coloreados desde la luz del gris. Desde un más allá en perspectiva retorna un nacimiento, un momento de infancia, el tranvía, una tarde en el Viejo Gasómetro. Sucede también la consulta por libros inhallables. Alguien pregunta por el Grupo de Boedo. Y los Artistas del Pueblo. Alguien percibe la felicidad del autor que está en pleno quehacer creativo, y su alegría por la anécdota de tener el libro propio sobre la mesa. Un pequeño grande ecosistema de vidas y regresos orbita la mesa de publicaciones.
Cuando ciudad pandemia acentuó su retirada. Se produjo uno de tantos regresos. Volver. Hacerse tango. La mesa en la vereda. Sorprendidos los caminantes: Hacía tiempo que no estaban. Volvió el saludo feliz de José Ciliberto, más conocido como Pepito de Boedo, compañero de viaje y memoria, compañero hacedor de la mesa desde hace una eternidad. Volver. Hacerse tango.
Aquello que ya no es, la mesa de Diego y Mario, y que, sin embargo, sigue siendo. Y aquello que no fue debido a la pandemia y sus coordenadas, y que, se espera, no vuelva a ser.
Diego, Mario y Pepito, y un testigo que se rescata anotando aquello que ya no es, y que sin embargo, sigue siendo alrededor de una mesa, cada mañana de sábado.
Edgardo Lois / Octubre 2021 / Buenos Aires