Jubilados en la mira
La clase “pasiva” cada vez más activa y absoluta protagonista de los números de la economía a cargo del Estado, preocupa como gasto antes que como compromiso social del Gobierno.
Quienes, al borde de agotar su etapa productiva, cuando en teoría solo deberían pasar por caja “a que le devuelvan lo aportado” suelen, sin embargo, ser las primeras víctimas de los tiempos de crisis.
No es un secreto para nadie –y menos para los encargados de “desmanejarlos”– que los fondos de la ANSES van camino a la debacle.
Veamos: hay algo más de 8 millones de jubilaciones y pensiones que este año insumirán un desembolso del Estado de un billón de pesos –un millón de millones, un número que sólo imaginamos en distancias planetarias– la mitad del presupuesto nacional. Y un déficit que rondaría los 350 mil millones*.
¿Y de dónde salen semejantes sumas?
Lo normal es que provengan de los aportes patronales y laborales, más los recursos tributarios que se obtienen de otras fuentes y los del Tesoro Nacional. Pero con lo recaudado de tal manera no se llega a cubrir ni remotamente lo necesario para arrimar a la cifra para cubrir jubilaciones, pensiones y asignaciones familiares.
¿Por qué? Porque, entre otras razones, la coparticipación provincial que aporta lo suyo va a desaparecer en un par de años –y disminuye mes a mes–, ciertos fondos provenientes de impuestos no se actualizan al ritmo inflacionario; y también el hecho de que un 34% de trabajadores “en negro” no proveen un centavo al sistema. Muy sintéticamente esas serían las principales causas de desfinanciamiento.
Tanto el FMI como los números de las cuentas en sí requieren al Gobierno el urgente achicamiento del gasto público. Y las enormes cifras de la ANSES de inmediato aparecen como el primer objetivo de los serruchadores de presupuesto.
Emilio Basavilbaso, director general de ANSES, ya deslizó ante la prensa las intenciones de los afilados lápices previsionales: “El Gobierno presentó el año pasado en el Congreso una propuesta para que dentro de tres años se debata el régimen previsional argentino”, largó así como al pasar a una emisora porteña.
En el intento periodístico de averiguar como viene la mano se le pudo sonsacar que: “sí, está la intención de analizar las modificaciones al sistema”.
Acto seguido cayendo en la consabida carencia de oficio ministerial macrista no pudo evitar emitir su parecer: “Mi opinión personal es que lo ideal es tener un sistema como he leído que tienen otros países donde la edad es voluntaria”. ¿Ha leído? ¡Qué bueno que un funcionario “haya leído” sobre el tema de su ministerio!
Como trascendió que la intención es llevar las edades jubilatorias a los 67 años en el caso de los varones y a 63 las mujeres, se le formuló la pregunta al respecto que recibió una respuesta indirecta: (la idea es que) “la persona que quiera jubilarse a los 60 y 65 pueda hacerlo igual que ahora, es mi opinión personal, no hay un proyecto tratándose ahora”. El funcionario, de todos modos, subrayó que la intención no es “extender la edad”, sino “darle la posibilidad a aquellas personas que quieran seguir trabajando, poder hacerlo”.
¿Y cómo sería el ajuste para la “vejentud”?
Se ve venir un amplio blanqueo laboral, con rebaja de los aportes patronales incluida, intentando regularizar empleo en negro, lo que incrementaría notoriamente los ingresos al agregar aportantes genuinos.
Probablemente la escalada de la edad jubilatoria sea el caballito de batalla. Y algo particularmente peligroso para la llamada clase pasiva: la corrección del sistema de actualización automática de los haberes por ley, pasando del actual mix de recaudación tributaria-salarios promedio a otro sistema asociado a algún índice de precios futuro, mucho más manipulable que el actual.
Está claro que el incremento de agujeros en los cinturones de los jubilados tiene que atravesar el cuello de botella de las elecciones. Y aunque pretenden –hacia el afuera– insuflarse ánimos y aventurar pronósticos triunfalistas, lo cierto es que los crecientes números de Cristina en las encuestas de todo origen, producen tanta preocupación como la inflación –o más aún–.
A la inflación tienen más posibilidades de controlarla.
(*) Datos provenientes de la INDEC (2016/17)
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