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Jovatos vigentes

(Una defensa corporativa de la vejez ya que si protestamos por las magras jubilaciones nos cagan a palos). Por Mario Bellocchio
  •  Hoy que estoy en los 40
  • En el debe de la vida (1)

Los números redondos de las décadas van pasando facturas más acosadoras que un usurero, acrecentadas desde una perspectiva que duplica a esa edad.

Aquel señor de cuarenta pirulos al que le canta Rolón era un tipo que ya las había vivido todas –criado a café, billar, escolazo, burros y el infaltable toque tanguero del esplín–, que solía ser quejoso de las “minas”…

  • ¡Chorra! Vos, tu vieja y tu papá…
  • ¡Chorra! Me robaste hasta el amor…
  • ……………………
  • Ahura, tanto me asusta una mina,
  • Que si en la calle me afila
  • Me pongo al lao del botón. (2)

Claro que resulta graciosa esa rimada imaginación de Discepolín –que le hizo pasar una incómoda situación con un “carniza” que, cuchillo en mano, se sintió aludido– aunque el demodé cuarentón de los años treinta hoy jamás se pondría al lado de las “tortugas ninja” que manda Patricia Bullrich, para protegerse de una señorita por estafadora que fuera.

“Para mí, ya todos los sub-60, son pendex” (Tati Almeida dixit). Sucede que aquellos cuarenta del tango ya no existen como tales.

Hoy, las Tati Almeida, las Mirtha Legrand, las Estela de Carlotto, los Héctor Alterio, los Carlos Alonso. Y los que ya se despidieron luego de una prolongada estadía, como Guido Gorgatti –fallecido a los 103 años– o Hilda Bernard –hasta los 102– son longevos vitales que mantuvieron o mantienen la lucidez hasta altas horas de la madrugada de la vida (y sólo nombro a los que tienen cierta notoriedad). Y tienen una vejez digna y activa a pesar de los lógicos achaques.

Ya nos recordaba Nicola Paone allá por los años 50’s:

  • “I tempi son’ cambiati, ai che modernitá
  • Le donne maritate non sanno cuciná” (3).

Los tiempos han cambiado en la modernidad y, para él, no sólo las mujeres casadas no sabían cocinar sino que ignoraban cómo preparar un modesto café, blú, blublublublublú.

Tras la humorada del recordado “tano” se escondía una verdad de a puño: los tiempos habían cambiado y aquellos que en los treinta iniciaban la pendiente hacia el desbarranque final, ya al promediar el siglo pasado recién comenzaban a vivir sus mejores años…

  • Y “a esos bigotitos de catorce líneas
  • que en vez de bigote son un espinel…” (4)

…de los que hablaba el Negro Cele sólo pudieron, de ahí en más, verse como una moda vintage en la trompa de Matías Coccaro en la delantera quemera (Floren Delbene hacía rato que había dejado de estremecer muchachas en la Rambla marplatense).

Y el cambio alteró hasta los fundamentos tangueros, tan inconmovibles hasta entonces…

“(…) Ellos siguen creyendo en el compadrito, yo no. Creen en el farolito, yo no. Si todo ha cambiado, también debe cambiar la música de Buenos Aires” (5).

Así fundamentaba su revolución tanguera Ástor Piazzolla: sosteniendo la realidad de aquel cambio que se había trasladado a la perdurabilidad de una vida activa y productiva.

Medicina, gerontología y leyes sociales mediante, el promedio etario se había elevado considerablemente para desconsuelo de las arcas jubilatorias y de Gobiernos que pretenden el “cierre de las cuentas” antes que la derrota del hambre.

Y Discepolín, el eterno, pasó del pintoresquismo de la chorra a la vigencia de un siglo XX, cambalache, prolongado al XXI… (6)

 

  • Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé,
  • en el quinientos seis y en el dos mil también;
  • que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, valores y dublé.
  • Pero que el siglo veinte es un despliegue
  • de maldad insolente ya no hay quien lo niegue,
  • vivimos revolcaos en un merengue
  • y en un mismo lodo todos manoseaos.
  • (…)
  • Igual que en la vidriera irrespetuosa
  • de los cambalaches se ha mezclao la vida,
  • y herida por un sable sin remache
  • ves llorar la Biblia contra un calefón.
  • Siglo veinte, cambalache, problemático y febril,
  • el que no llora no mama y el que no afana es un gil.
  • (…)

 

¿Y del XXI, qué me contás, flaco?

Mejor que lo cuente su amigo Homero Manzi, de tan dispar lenguaje, de tan acordada profundidad, de tanta piel expuesta al sufrir ajeno…

 

  • (…) Conozco de tu largo aburrimiento
  • y comprendo lo que cuesta ser feliz,
  • y al son de cada tango te presiento
  • con tu talento enorme y tu nariz;
  • con tu lágrima amarga y escondida,
  • con tu careta pálida de clown,
  • y con esa sonrisa entristecida
  • que florece en verso y en canción.

 

  •  La gente se te arrima con su montón de penas
  • y tú las acaricias casi con un temblor…
  • Te duele como propia la cicatriz ajena:
  • aquél no tuvo suerte y ésta no tuvo amor.
  • La pista se ha poblado al ruido de la orquesta
  • se abrazan bajo el foco muñecos de aserrín…
  • ¿No ves que están bailando?
  • ¿No ves que están de fiesta?
  • Vamos, que todo duele, viejo Discepolín… (7)

 

Homero dijo de su entrañable amigo, desde la ya asumida pendiente final a sus 44, en épocas en que Evita iba a morir a los 33 y, ambos, solo iban iban a conocer la longevidad a través de su obra.   La conjetura sobre los que se nos fueron pronto deja planteada una intriga que la realidad de los longevos logra desentrañar.

 

 

 

(1). (El conventillo, 1965) Compuesta por: Fernando Rolón / Ernesto Baffa.

(2). (¡Chorra!, 1928) de Enrique Santos Discépolo.

(3). (La Caffettiera, 1954) de Nicola Paone.

(4). ¡Atenti pebeta! (1929), con música de Ciriaco Ortiz y letra de Celedonio Flores.

(5). Ástor Piazzolla, Revista Antena, Buenos Aires, 1954

(6). Cambalache, 1934; Enrique Santos Discépolo.

(7). Discepolín, 1951; de Troilo y Manzi

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