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Italpark – Jugarse la vida

El enorme predio lúdico de toda una generación. Por Mario Bellocchio

 

Allá por 1960, en el solar donde anteriormente –1911/1930– se levantaba el famoso “Parque Japonés”, una familia de inmigrantes italianos –fratelli Zanón– instalaron un parque de diversiones que durante treinta años pasó dejando profunda huella en generaciones de visitantes –no solo porteños– con la novedad de sus treinta y cinco juegos electromecánicos que fueron importados de Italia por sus propietarios, complementados por una veintena de stands con atracciones. Los Zanón ya tenían antecedentes en la materia en la Italia de preguerra con un parque más modesto y una fábrica de juegos electromecánicos arrasados por el conflicto bélico. Esta vez lograron el permiso de instalación en el predio de seis hectáreas  de Callao y Avenida del Libertador luego de asentar un establecimiento similar, más reducido, en el Parque Rodó de Montevideo.

Pronto cobraron notoriedad sus autitos chocadores, la calesita acuática, los autódromos Autos Sprint, Súper Monza e Indianápolis, el Laberinto del Terror, mientras que el “Dumbo”, las “Tacitas” y el “Pulpo gigante” se transformaban en los preferidos de los más pequeños.

Como a todo buen parque de diversiones no podía faltarle un “tren fantasma” que, dicho sea de paso, padeció dos “reconstrucciones” por incendios sucedidos fuera de horario para ventura de sus usuarios. Y una montaña rusa de la vieja usanza, con torres y carritos individuales que luego acompañó a la gran atracción, a partir de 1979, cuando llegó desde Rotterdam, Holanda, una montaña rusa metálica Corkscrew, de la empresa holandesa Vekoma –que en su momento llegó a ser la más alta de Sudamérica–, con dos tirabuzones o rulos, como las gigantescas norteamericanas.

Tres años más tarde llegaría al país el juego que establecería la cima de la popularidad y, paradójicamente, la fatalidad que generó el cierre. Se trataba del “Matter-Horn”, un disco gigante con cabinas oscilantes que producían un enorme vértigo a sus ocupantes por obra de la fuerza centrífuga. Era para jóvenes audaces y así se transformó en su juego predilecto. Luego se agregó a las atracciones un teleférico importado de Suiza –a la usanza alpina–  que recorría el parque de punta a punta.

El surgimiento de Interama –luego Parque de la Ciudad, allá por 1982–, la desproporcionada inversión en 5 montañas rusas metálicas de última generación, otros juegos innovadores y la indudable atracción de la torre de 300 metros de altura que susbsiste como mudo testigo del despropósito megalómano de la dictadura, dieron una primera alerta al sustento ecónómico del Italpark, aunque la pendiente de su última década no pueda atribuirse únicamente a la “competencia”, sino a ciertos y evidentes desmanejos.

“Los bichos empezaban a fallar y los otros sectores del parque nos responsabilizaban. Algunas de las “Tacitas” giraban más lento que otras. El “Non human vision” hacía un ruido terrible. Nada peligroso, pero el chirrido de la cabina de asientos contra la placa metálica del piso te dejaba sordo”. Testimonia un empleado en el libro Italpark1. La falta de mantenimiento cobró un inusitado protagonismo. El mismo empleado cuenta en el libro citado, que en un momento tuvieron que poner letreros que decían: “Disculpe, estamos reparando este juego para usted”, cambiando el texto, a sugerencia de las autoridades del parque, por: “Disculpe, estamos reacondicionando este juego para usted”. con la evidente intención de evitar revelar que el juego estuvo roto.

Así las cosas una tarde de invierno, el 29 de julio de 1990, lo que solo parecían desventuras económicas a amortizar, derivaron trágicamente: se desprendió uno de los carros del juego Matterhorn, salió como un bólido y se estrelló contra uno de los laterales y eso provocó la muerte de Roxana Alaimo, de 15 años y heridas graves a Karina Benítez, su acompañante en la barquilla desprendida.

Luego de la tragedia comenzaron las reparaciones y se activó un mantenimiento que tardíamente intentó ordenar las cosas como deberían haber sido antes del siniestro. La Justicia clausuró preventivamente el lugar y el intendente Carlos Grosso, de sombría actuación en ésta y otras circunstancias, intentó reivindicarse por su inacción ante la caducidad de los permisos del parque –hacía cuatro meses que habían vencido– ordenando su cierre definitivo, erigiéndose allí posteriormente el Parque Thays.

Siete años más tarde, el 10 de febrero de 1997, la Justicia porteña determinó que la firma Italpark y la Municipalidad de la Ciudad debían indemnizar a los padres de la víctima en una suma equivalente a medio millón de dólares2.

 

Aquella idílica imagen primitiva del Italpark resultó ser la segunda víctima fatal del “Matterhorn”. Los laboriosos fratelli Zanón arrastrados por la desventura económica terminaron sepultando algo más que su parque de diversiones y su propio prestigio. Acabaron para siempre con los sueños infanto-juveniles de toda una generación que tuvo en el Italpark la sede de sus juegos más osados. Hasta que, por desidia, la muerte reemplazó al vértigo en los sueños de Roxana Alaimo.

 

 

(1). Italpark (novela), Mariano Favier, Editorial Marciana, 2017

(2). El 10 febrero de 1997, en los Tribunales porteños se pudo constatar que la empresa de seguros Caledonia se hizo cargo del pago de 520.000 pesos a la madre de Roxana Celia Alaimo, de 15 años, quien murió en julio de 1990 en el juego “Matter Horn”. Quedó firme la sentencia –ya que las partes desistieron del recurso de apelación– dictada el 22 de noviembre de 1996 por el juez en lo civil Miguel Prada Errecart, quien había condenado al Italpark, a la Municipalidad de Buenos Aires y a la empresa Caledonia a pagar el reclamo por daños y perjuicios. El juez determinó que el juego funcionó “sin que se le hubiera efectuado desde la fecha de su habilitación (6 de mayo de 1983) estudios y relevamientos técnicos para verificar el estado de las estructuras metálicas”.

Fuente de precisión de datos:

https://es.wikipedia.org/wiki/Italpark

 

 

 

 

 

 

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