Hitos barriales: la fábrica de Ferrarini
Por Mario Bellocchio |
Rincones entrañables de Boedo. Casas, cafés, empedrados y buzones atesoran historias de otros tiempos.
A Dani Fusaro
Deambulando por la esquina suroeste del barrio, a un par de cuadras del suicidio de Muñiz en Caseros, hay un monumento fabril en estado de abandono que ocupa, casi íntegramente, la manzana de Gibson, Avenida La Plata, Rondeau y Muñiz. El edificio de tres plantas de clásica estampa industrial de comienzos del siglo XX languidece con sus chorreras de óxido y sus roturas de mamparas que el abandono de los años le legó.
Tiene la imponencia de un transatlántico anclado definitivamente en el olvido. Su observación no se resuelve en medias tintas: la mole empuja hacia la vereda de enfrente, o convida a la mirada furtiva por los cristales rotos de la planta baja. ¿Qué puede ser más provocador que imaginar al monstruo en movimiento con su chimenea de cemento humeante como se la veía desde el Viejo Gasómetro cuando Carrefour era un campo de juego con viejas glorias futboleras en lugar de changuitos?
La mirada indiscreta con sed de detalle trascendente puede beberse un sorbo allá arriba, sobre la mitacuadra de Gibson. Un arco de medio punto con su cornisa en buen estado protege el bajorrelieve de la leyenda: “José Ferrarini, casa fundada en el año 1914”. Y nada peor –o mejor– para el observador curioso, que encontrar precisiones irresueltas.
Resultó de la averiguación que José Ferrarini era un tano, lombardo para más datos, que había nacido en las cercanías del lago de Como allá por 1886. La historia, en sus orígenes, tiene un curioso paralelismo con la de mi abuelo paterno, Agustín, tanto por la educación técnica de ambos cuanto por el destino elegido, la Argentina, para desarrollar su proyecto.
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Lo cierto es que José –al igual que el nonno– se mandó hacia nuestras tierras en 1907 y de inmediato se puso a trabajar como dependiente en una metalúrgica donde demostró parte de sus saberes importados sobre la fabricación de tela metálica. Su alta calificación le produjo un inmediato ascenso a capataz y la confianza necesaria –a sus jóvenes 23 años– para casarse con Teresa Morini, integrando una familia, prolífica con el paso del tiempo, a través de cuatro hijos: Rodolfo Salvador, Catalina Teodolinda, Gerardo José y Celia Camila.
De un hecho, en principio, desafortunado, saldría su proyección. La industria que lo empleaba, debido a su mala administración, comenzó a deberle salarios, situación por la cual José imaginó la manera de independizarse: pactó con sus patrones la entrega de un telar y una máquina de hacer clavos para compensar la deuda, e instaló su taller propio en Avenida La Plata 2026. Un modesto emprendimiento que creció al vertiginoso ritmo de la aceptación de su producción y el ilimitado esfuerzo operario.
Bien pronto la inicial fábrica de camas y tejidos de alambre redobló su producción al punto que pudo ir adquiriendo terrenos circundantes en la propia manzana para levantar el enorme establecimiento, que caracterizaría a la firma a fines de la década de 1920, merced a un crédito del Banco Nación.
Aquellos productos iniciales se diversificaron en gran variedad de objetos metálicos: camas de hierro esmaltadas de varios tipos; tejidos para elásticos; artículos para hospitales, asilos y colegios; mesas, sillas, atriles; máquinas para fabricar pastas; alambres galvanizados; arcos, sombrillas, puertas y portones artísticos de hierro forjado, glorietas, tejidos de malla para gallineros, enrejados; ganchos, remaches, chavetas, tornillos, roscas, resortes, arandelas…
Ese enorme dinosaurio –hoy abandonado– de la calle Muñiz, llegó a tener instalados más de cien telares metálicos mecanizados, dos calderas automáticas para recosido de alambre, aparatos para trafilarlo y cientos de máquinas para operaciones menores atendidas por obreros especializados. El empeño, la calidad y la particularidad de la producción de Ferrarini habían construido un verdadero emporio industrial que llegó a tener cerca de 800 empleados, entre operarios y administrativos.
La empresa creció a tal punto que, en 1943, quedó constituida en la ciudad de Buenos Aires la “Sociedad Anónima Industrial y Comercial José Ferrarini”, establecimiento modelo de la rama metalúrgica en la República Argentina, que mantuvo un elevado nivel de producción hasta la década de 1970 en que la importación indiscriminada produjo la ruina industrial del país cuando daba lo mismo “fabricar acero que caramelos”.
Ferrarini, mientras tanto, comenzó –desde 1934– a adquirir propiedades en el ramo hotelero e inmobiliario en las sierras de Córdoba, particularmente en el Valle de Punilla, desarrollando un verdadero emporio hotelero en Huerta Grande, La Falda y Valle Hermoso como culminación de su ambiciosa trayectoria emprendedora en la Argentina que dejaron su huella inicial en nuestro barrio.
El establecimiento de Av. La Plata 2026, mientras tanto, siguió activo con su rubro de caños y chapas metálicas hasta hace poco tiempo –de hecho aun figura en las guías industriales– aunque el paquebote edilicio de las tres plantas de Muñiz estuviera desactivado y, en un vano intento de rescate, sometido a una operación de fallido reciclado, hace un par de años.
La ambiciosa operación que contaba con un fideicomiso nunca concretado planteaba: “habrá espacios de esparcimiento e interés general, como un sector histórico involucrando la historia del edificio y del barrio, museo, biblioteca, plaza de juegos, patio de comidas, plazas secas, una pajarera y un observatorio astronómico”.
Luis Rico Alcázar, presidente de Jallalla SA, la firma desarrolladora, afirmaba: “El plan de negocios elaborado por nuestra compañía define el camino y los pasos que deberá cumplir el administrador del emprendimiento, que en nuestro caso es el denominado Fideicomiso Desarrollos Inclusivos I. Por tal razón se dividió la ejecución del complejo en cuatro etapas recaudatorias y estamos transitando la primera, la que, una vez concluida, permitirá disponer de los fondos para dar inicio de las obras, lo que estimamos será en julio próximo”. La inauguración del proyecto que demandaba una inversión cercana a los 20 millones de dólares nunca se concretó.
Tiempos presentes, destinos inciertos de “pirámides” industriales que supieron ser hitos barriales, abandonados a las inclemencias atmosféricas y al olvido de los impulsos y conquistas que supimos conseguir.
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