¡Gracias, maestr@s!
A los maestros en su día. Mario Bellocchio
Dicen que, con los años, las cajitas de la memoria a las que les cuesta mantener su contenido, son las más nuevas. Y debe ser así nomás, porque a mí, que hoy tengo dificultad para recordar los nombres de media humanidad y termino usando los consabidos, negro, gordo, flaco, tesoro, para evitar pronunciarme, cuando recuerdo mis años de educación primaria en la Escuela Nº 22, Antonio A. Zinny, Consejo Escolar VIII de Salas 565 en el Barrio Cafferata, puedo recitar con la precisión con que se recuerda la retahila de las preposiciones –a, ante, bajo, cabe, con …– la lista de mis queridos maestros:
1946 – 1º inferior, Margarita Barreiro; 1947 – 1º superior, Susana Palacios; 1948 – 2º grado, Susana H. Pedrotti; 1949 – 3er. grado, Aida M. de Alberro; 1950 – 4º grado; Martha Rossi; 1951 – 5º grado; Luis Apoita; 1952 – 6º grado, Enrique Misischi.
De todos tengo un recuerdo vivo –los veo claramente al nombrarlos– que se acentúa en precisiones con los de los últimos años. De la primera, sin embargo, dos detalles que le dieron una cajita labrada inexpugnable: se llamaba Margarita, como mamá, y rivalizaba con ella en la ternura con que cuidaba de este flacucho sensible y esmirriado a partir del primer día en que el abuelo Santiago me depositó en sus cálidas manos. Todas fueron dejando su impronta cargadas de los matices de la formación, hasta llegar a Martha Rossi, la de cuarto, una joven que recuerdo muy bella y con una enorme paciencia para transitar las clases con pibes de 10-11 años, una jauría codiciosa que pretendía llevarle una lustrosa manzana cada día.
¡Ahh, mis maestros del Zinny! Aquellos que me enseñaron a trepar los primeros peldaños de una escalera en la que ya estoy transitando los últimos. Hace unos 70 años de todo aquello, pero cuando se los honra en su día, siento la nostalgia de la pluma cucharita, el Faber Nº 2 y oigo el saludo de la salida al mediodía, ¡Has-ta-ma-ña-na- se-ño-ri-ta!