Gastronomía porteña
Entre la ansiedad y el desborde. Horacio Cafferata
Las escenas vistas el primer fin de semana de septiembre donde la distancia sanitaria resultó impracticable dada la cantidad de gente que se volcó a los lugares habilitados, hacen reflexionar sobre qué efectos tendrán sobre la cantidad de infectados, y si los controles a los que están obligadas las autoridades sobre el cumplimiento de las disposiciones son adecuados y suficientes.
Palermo, San Telmo y Villa Devoto, por caso, mostraron el exiguo respeto a las disposiciones de distancia y uso de barbijos a la vez que, dadas las fresquitas nocturnidades y los abrigos que lucía la gente que pugnaba por una mesa como tratando de hallar el Santo Grial, surge la pregunta ¿qué placer es salir a cagarse de frío en el medio de la calle en una dura noche invernal? Uno colige, sin temor a errarle por mucho, que varios de los que así “disfrutan”, hubieran deseado estar con el grupete que quemó barbijos frente al Obelisco (si no son los mismos).
La apertura gastronómica habilitada por el Gobierno porteño para los bares y restaurantes anunciaba que podrían, a partir del lunes 31 de agosto, volver a funcionar “en estrictas condiciones de restricción pandémica”.
En Boedo centro, los comercios de gastronomía que rodean a la esquina de la avenida y el pasaje San Ignacio, ya el domingo 30 –jornada anterior a la bandera de largada–, se pudo apreciar un comportamiento dispar, digamos, a modo de ensayo de lo que iba a suceder a partir del día siguiente.
Los que habitualmente funcionaron como bares-restoranes antes de la restricción tuvieron conductas diversas: “Trianón” trabajó a pleno –inclusive ocupó espacio externo a su ya tradicional cubierta callejera–; el “Café Martínez” habilitó sus mesas de vereda y su “patio” frontal; “Don Boedo” practicó algo así como un ensayo de disposición de mesas, mientras que “Margot” y “Pan y Arte” conservaron bajas sus persianas, este último, a toldo recogido, proponiendo un aspecto más acorde a sus últimas intervenciones comerciales abiertamente dedicadas al abastecimiento de frutas, verduras y elaboraciones gastronómicas de distribución mediante envío domiciliario, preferentemente, aunque también se despacha en mostrador respetando protocolos de atención al público.
En cuanto a las nuevas medidas puestas en vigencia, indican –en lo teórico– un estricto protocolo sanitario preparado por el Gobierno de la Ciudad para que el número de contagios no se dispare en concordancia con una permisividad restringida que permita la subsistencia de la actividad gastronómica, una de las más castigadas por el aislamiento sanitario.
Queda claro entonces que solamente se autorizan las mesas “en espacios públicos abiertos que no podrán ser patios ni terrazas”. Que podrán usar la nueva disposición, cervecerías, restaurantes y locales de comida que ya tenían la habilitación para colocar mesas y sillas en la vía pública. Aquellos que no, “deberán tramitar el permiso”.
El GCABA se ocupó, durante la primera semana de septiembre, de demarcar espacios en calles de Palermo y otros barrios de profusa actividad gastronómica y estrechas veredas que no aceptan por sus dimensiones la ubicación de mesas, los círculos de ubicación de las mismas sobre la calzada a fin de respetar la distancia sanitaria reglamentada, ya que se dispone que “no podrá haber servicio alguno en los salones internos”.
Durante el primer fin de semana de septiembre pudo advertirse una peatonalización vallada de algunas calles afectadas por la medida gastronómica y otras en donde el espacio verde es una lejana utopía, como habilitación al desborde humano de salir a mover las piernas.
Las disposiciones que completan la medida gastronómica exigen, entre otras reglas: el “uso de tapabocas permanente tanto para el personal como para las personas ajenas al establecimiento”. (Cómo serán los tapabocas que permitan ingerir alimentos sin ser quitados de su posición sanitaria).
- “Las personas tendrán que mantener una distancia de, al menos, un metro y medio entre sí”.
- “Se debe inhabilitar el acceso a áreas de juegos”.
- “Cada mesa debe tener un radio propio libre de 1,7 metro cuadrado respecto de otras. La circunferencia que delimite cada mesa debe separarse por 1,5 metro respecto de otra, medido desde sus límites”.
- “Las mesas deberán ser, como máximo, para cuatro personas”.
- “Se debe colocar un punto de higienización con alcohol en gel o sanitizante en cada uno de los espacios”.
- “Las mesas deberán desinfectarse luego de que se retire cada cliente y previo a que se siente uno nuevo”.
- “Los trabajadores no pueden usar el transporte público”.
Por otro lado, el Gobierno de la Ciudad, como de costumbre, hizo gala de su doble mensaje contradictorio. En lo formal, “barbijo para todos y todas”. En la práctica, el control brilla por su ausencia y cuando se trata del uso policial reprime a los que piden pan y deja liberados y ausentes de policía a los que reclaman a bordo de un Audi.
En Boedo, reabrió el Margot.