Evocando a “Salemi”
Por Mario Bellocchio |
Gracias por la dulzura
La despedida a la Bombonería Salemi
A mediados de los años veinte establece junto a su hermano Salvador, una fábrica de deliciosos chocolates, y especialmente bombones, en la avenida Independencia 3650, vecina al viejo Mercado, comenzando una importante producción proveedora de renombradas firmas como Gath & Chaves y la Confitería del Gas. El establecimiento lucía en su frente e interiores un impecable art nouveau en sus maderas y vitrinas con cristales curvos. Y como todo negocio de la época que pretendiera ser considerado de categoría, llevaba estampado el nombre de Bombonería Salemi en letras “doradas a la hoja”.
Hacia fines de la década de 1940, Don Alfredo se instala en el actual local de la calle Carlos Calvo 3611, entre Boedo y Colombres, dando inicio a su propia bombonería a la que los vecinos pronto llamaron la “bombonería de Salemi”. El paso de los años modificó su fachada, pero siempre conservando sus logotipos y amoblamientos tan apreciados por los amigos del barrio.
La bombonería compartía la misma calle con personalidades del barrio como Pedro Guercio, el sombrerero, los médicos Juan y Ángel Bracco, el doctor Morana; Bautista Rubillo, que en la misma cuadra elaboraba artesanalmente sus famosos higos secos y aceitunas; Matías García, que estaba al frente de la GDA (“Grandes Despensas Argentinas”); Alfredo Lamachia, el célebre “canillita” barrial luego empresario teatral y el peluquero de hombres César Leyende, que tenía su local cerquita de la confitería “Río de Oro”.* Aparte del vecindario, eran clientes frecuentes algunos famosos como el recordado Federico Striano –que integró junto a Buono el reconocido dúo cómico–, Julio De Caro, Josephine Baker, Iris Marga, Cátulo Castillo, Antonio Sureda, Alfredo Lamacchia, el “Negro” Maciel o Feliciano Brunelli, , entre otros.
En los años cuarenta debutan en la bombonería los tradicionales huevos de pascua, pero con una particularidad, los vecinos llevaban a la bombonería anillos, cadenitas o pequeñas joyas para colocarlas dentro de los huevos, transformándose en increíbles “sorpresas” para quienes los recibían.
Por aquellos tiempos, el negocio de Salemi era una parada casi obligada antes de ir al Teatro Boedo y años más tarde previo a las funciones de los tradicionales cines Cuyo y Los Andes, o después de comer en el restaurant Pinín o darse el gusto con una pizza en La Flor de Boedo.
Como parte de una tradición, varias generaciones de vecinos de Boedo, solían concurrir ante una celebración familiar, aniversario o cumpleaños para comprar los “bombones tipo suizo”, las “frutas de mazapán”, las “cocoas”, las “chauchitas de naranja” “el bombón savaren”, las “yemitas de huevo” y otras especialidades. En los días de Navidad y Año Nuevo las vidrieras se vestían para la ocasión y los turrones, las “almendras rosadas” y las “almendras París” pasaban a ser los protagonistas de aquellos días que se extendían hasta tarde, cerrando poco antes de la hora del brindis.
Con el pasar de los años, la bombonería de Don Alfredo se convirtió en un negocio familiar. Su partida en el año 1957 dejó en manos de su esposa –Doña María– y de sus cuatro hijos la tarea de continuar brindando dulzura al barrio. Un nuevo capítulo se había iniciado con las “chicas Salemi” que fueron las encargadas de recrear muchas de las recetas que dejó su padre, y de mantener un cálido contacto con los clientes que aún hoy es recordado. Delia, que trabajó con especial dedicación desde sus 15 años y hasta el nacimiento de su primera hija, y Leonor quien a partir de entonces sería la continuadora de las tradiciones en la familia y en el negocio. No se hubiera podido seguir adelante sin el permanente acompañamiento que brindaron Silvio –el mayor– y Juan Carlos –el menor–, y la colaboración de su cuñada Andreina durante varios años.
Los sábados y los días de fiestas especiales eran también días de encuentro para la familia, cita obligada para ayudar a la tía Leonor en la bombonería. Los sobrinos más grandes podían atender al público y manejar la antigua caja registradora y pesar bombones en la balanza, los más pequeños llenaban bolsitas y reponían las vitrinas. A cada uno “Leo” les fue enseñando cómo había que atender a los clientes, sus preferencias y gustos. En especial a Inesita, la más jovencita, que la acompañó diariamente con su frescura durante tres años. Eso sí, estaba prohibido para todos tocar la antigua caramelera, que se convirtió en la reina de la bombonería.
Los días más tranquilos permitían recibir amigos y amigas del barrio, tomar el té, compartir historias y recuerdos y reírse a carcajadas evocando viejas anécdotas.
Fueron muchos los clientes que, emocionados al entrar, sentían realizar un viaje al pasado, a su infancia querida y que hablaban con Leonor de sus padres y del barrio, en charlas un poco nostálgicas y al mismo tiempo llenas de alegría. Porque así era Leonor con la gente del barrio, compañera y cariñosa, con buen trato aún en los días más concurridos, amiga de los negocios vecinos y de sus queridos perritos de Boedo que semanalmente pasaban a visitarla.
En el año 2002, la Junta de Estudios Históricos del Barrio de Boedo honró a Leonor Salemi y a la Bombonería Salemi en reconocimiento por su permanencia y afecto al barrio, otorgándole testimonio a través de un diploma que la acreditaba como Vecino Honorífico de la comunidad de Boedo. Este pergamino lució orgulloso en las vitrinas de la bombonería.
Leonor, la “Tía Bombón”, como la bautizaron cariñosamente sus sobrinos nietos, día tras día durante más de 50 años abrió las puertas del negocio, con un profundo amor y orgullo por su trabajo, con un esfuerzo que no decayó a medida que cumplía años, con una entrega incondicional.
Cómo no recordarla siempre con una cajita para ofrecer a los chicos lentejitas de chocolate en las fechas importantes: santorales, cumpleaños y aniversarios de la familia y de los vecinos. Cómo olvidar cuando alguien venía a comprar bombones para su aniversario de casamiento y ella informaba de memoria al enterarse de “cuántos”: son “bodas de algodón” “son bodas de madera”, “son bodas de cristal”…, y preparaba especialmente la caja “para regalo”.
Tantas Pascuas, tantas Navidades y tantos Años Nuevos la encontraron a pesar del cansancio con una sonrisa detrás del mostrador, la misma que mostró el pasado 31 de diciembre, cuando por última vez les deseó un muy feliz año a los clientes y vecinos, cuando con la tranquilidad de la misión cumplida bajó la persiana de su último día al frente de su tan querida bombonería.
Cuántas personas y cuántas historias pasaron por la bombonería. Cuántas conocidas y cuántas que sólo podremos recrear o imaginar contemplando las fotos de su antigua fachada y de la fábrica con sus trabajadores. Recordando las mesas de mármol con grandes ollas de cobre para templar chocolate. Admirando las largas vitrinas de roble y vidrios biselados que Don Alfredo Salemi mandó a fabricar a medida; el cartel de vidrio central azul violáceo pintado especialmente con la marca que casi cumple 80 años, los altos frascos carameleros de vidrio tallado y los antiguos platos de vidrio donde con especial esmero y cuidado eran acomodados los bombones.
Muchas de esas historias se las llevó Leonor el pasado 14 de marzo y las compartirá con algún ángel. Con la partida de “Leo” se cierra una tradición del barrio de Boedo, la “Bombonería Salemi” y un capítulo familiar que se resiste a dar vuelta la página, que se aferra a un “continuará” frente al inevitable “fin” que parece marcar el destino. La bombonería formará parte del recuerdo y de la historia del barrio. Y Leonor, la “Tía Bombón”, seguirá siempre en el corazón de todos los que la conocieron, amaron y recibieron de ella dulzura en bombones y en afecto.
(*) Datos tomados de “De sombrerero a periodista” (De Osvaldo Guercio) en http://serdebuenosayres.blogspot.com.ar/2012_08_01_archive.html
Esta evocación ha sido especialmente solicitada al periódico “Desde Boedo” por la familia de Leonor Salemi, agradecida por su dedicación a la querida bombonería y por el amor que les ha entregado cada día.
Su hermana Delia, sus cuñadas Andreina y Beba, sus sobrinos María Silvia, María Andrea, Carlitos, Alejandro, Pablito, Fabián, Carolina e Inés y sus sobrinos nietos Mauricio, Javier, Juan Pablo, Juanita, Tomás, Bautista y Gregorio).
Endulzando Boedo (Fragmento)
[…] Boedo, 2005. En el local de Carlos Calvo la Bauhaus de los caracteres en rojo de “Salemi” trae un matiz de cuando la galantería se medía con la calidad de esos pequeños universos de chocolate. Adentro Leonor, la que tomó el legado paterno, aguarda con dulzura mimetizada desde sus productos, que el nuevo-viejo visitante que hace mucho que no viene a este recordado local de su infancia, termine de extasiarse con los cilindros de la caramelera, las maderas y cristales de sus muebles de pared, el vidrio tallado e iluminado de la marca, para que una vez depositada la mirada en los productos emita la pregunta: –¿De licor? Leonor ofertará para la prueba, el visitante desarrugará el papel metálico dorado, llevará a la boca el pequeño manjar y en el sabroso mordisco seguramente escuchará al 48 deteniéndose en la puerta y se verá a sí mismo pidiendo una bolsita de “las de eucaliptus” para masticarlas en la vermouth del Select Boedo.
Mario Bellocchio (“Endulzando Boedo”, “Desde Boedo”, junio de 2005)