Emma Barrandéguy en Buenos Aires
A fines del año pasado, la Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos (EDUNER) publicó el libro Cronosíntesis de Emma Barrandéguy (1914-2006). Cronosíntesis también contiene los textos escritos para la revista La loca de al lado (1981 y 1986), algunas cartas y poesías. Por Edgardo Lois
Dice Franzot en la Introducción: (…) Ser escritora y lesbiana en un pueblo pequeño hizo que Barrandéguy, desde los días de la dictadura y hasta su muerte, desarrollara estratagemas muy sutiles para mantenerse fiel a sí misma. Desplegó recursos que había aprendido de sus lecturas de Katherine Mansfield, de Simone de Beauvoir, de Virginia Woolf (…). Franzot señala sobre el trabajo de Emma en la hoja cultural: su manera de: (…) dar un lugar a esas nuevas generaciones de escritores porque conoce y ha vivido en carne propia las dificultades de publicar, de encontrar un espacio para que las obras entren en diálogo social más allá del círculo íntimo, y se ofrece humildemente como mediadora entre los autores noveles y su entorno. Y decimos “humildemente” porque en la mayoría de los casos apenas expone su voz, en brevísimas intervenciones, para dar paso de inmediato a la palabra del otro. (…). Afirma Franzot: (…) Esa coherencia, esa unidad que se establece en la obra de Barrandéguy, ese caminar por los mismos caminos, variando las formas y los registros, es de algún modo la prueba cabal de que estamos frente a una gran escritora: todo forma parte de un mismo universo, de una manera propia de ver y mostrar el mundo, desnudándose por completo en sus novelas y en su poesía, o abrochando su vestido para dialogar con un público masivo que viene con la inmediatez de la crónica semanal. (…).
Emma había sido parte de Claridad, una agrupación de intelectuales de izquierda que se desarrolló entre 1932 y 1937 en Gualeguay, y que entre sus integrantes contaba con el poeta Juan Laurentino Ortiz, y el librero, referente cultural de la ciudad: Ernesto Hartkopf.
Emma fue amiga de Eglé Quiroga, y conoció a Pirí Lugones, la nieta del poeta y la hija del torturador, que así se presentaba la damisela.
En Cronosíntesis me encontré con una nota publicada el domingo 17 de marzo de 1991 titulada: La Avenida de Mayo. Recuerdos desde el cuarto piso del edificio de Crítica y algo más: (…) Cuando no hacía nada me apoyaba en los vidrios de los ventanales y contemplaba los árboles de la Avenida. Extrañaba terriblemente el verde de mi provincia, el sol y los vagabundeos por las calles pueblerinas. Era invierno y advertía que los árboles no mantenían sino un copete de hojas y estas se conservaban en sus pecíolos solamente junto a los focos de luz. Como nadie miraba los árboles nadie percibía esta singularidad. ¿Por qué?, me preguntaba. Será por el calor de los focos en la noche, y no dudaba que así fuera. Así comencé a amar la Avenida de Mayo, cuando tenía dos manos de circulación y abría sus cafés innumerables siempre concurridos y bulliciosos. Allí cada “gallego”, como decíamos, tenía su mesa sagrada, su silla permanente para sentarse con su barra nocturna todas las noches de todas las semanas. Allí se comentaba de todo, desde las novedades periodísticas hasta los partidos de fútbol. Conocí en la pensión en que vivía al gallego Manrique Martínez, habitué del Iberia desde hacía veinte años. También al gallego Fernández, industrial asentado en el café al lado de Crítica, donde concurrían siempre los redactores del diario como Clemente Cimorra, español insobornable con su clavel rojo en el ojal. Cimorra y muchos otros que trabajaban en el diario eran exiliados en medio de la guerra civil en España, que aún no había terminado.
Otros cafés de la Avenida daban albergue a los ruidosos clanes de artistas de varietés españolas, tales como el clan de las hermanas Cortesina o el numeroso grupo de los familiares de Carmen Amaya, la famosa bailarina. Estos gitanos circulaban con desenfado y gracia por las cercanías del diario en la Avenida. También había lecherías o bares de comidas baratas que frecuentábamos para almorzar las muchas mujeres que trabajábamos en doble horario en Crítica y que a veces permanecíamos para hacer horas extras en el diario y almorzábamos en algún bar de la Avenida con vales de comida.
En 1976 Emma, la autora de El andamio; Crónica de medio siglo; Refracciones; Salvadora, una mujer de Crítica; Habitaciones; Mastronardi-Gombrowicz, una amistad singular, dejó Buenos Aires para regresar a su Gualeguay.
Emma es otro de los buenos fantasmas de la ciudad/río, un espacio/tiempo amigo de estas apariciones. El fantasma de la Barrandéguy debe repartir su tiempo: noches de regreso en la aldea natal, y otras tantas en nuestra Buenos Aires.
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