Además en Desde Boedo...Cultura

El último Zar

 

El productor de televisión y teatro Alejandro Romay, ex dueño de Canal 9 y creador de populares ciclos en la pantalla chica, falleció hoy, 24 de junio, a los 88 años. Sus aciertos y desvaríos a la hora de los saldos.

Ningún sobreviviente de su creatividad tiene tanta actualidad como los almuerzos de la “Chiqui” Legrand. Polémica como pocas creaciones televisivas, el propio Romay recuerda el momento inicial: “Un sábado estaba controlando la emisión de ‘Sábados de la Bondad’ desde la ‘pecera’ –como se llamaba en la jerga a ese gran ventanal en el que operaban los técnicos y que daba al estudio-, cuando vi entrar a Mirtha Legrand y Daniel Tinayre, muy buenos amigos… Les conté a ambos la idea que tenía el directorio del Canal acerca de ese programa consistente en almuerzos diarios, de lunes a viernes. A ‘Chiquita’ se le iluminó la cara: le pareció fantástico. Daniel empezó a poner excusas: que todos los días no, que era muy cansador, que quiénes irían al programa y otras cosas sin demasiado sentido que me hacían pensar que, en realidad, a Daniel no le interesaba mucho la idea. Finalmente lo convencí, con el apoyo de Mirtha, que estuvo más que entusiasmada desde el primer momento.  (…) Inauguramos “Almorzando con las estrellas” y al tercer año Daniel Tinayre me preguntó si lo dejaba ponerle el nombre de ella al espacio, y Mirtha se presentó con el nuevo título: el primer día tuvimos 14 puntos de rating, que fue subiendo hasta los 20″.

Según allegados al empresario, el deceso se produjo en su casa del barrio de Belgrano luego de haber permanecido más de dos años en una clínica especializada, ya que sufría de Alzheimer, al que en los últimos días se sumó una grave neumonía.

Como dueño de Canal 9, Romay produjo una lista de innumerables éxitos televisivos, con eje en las ficciones de producción propia llevando como abanderados del género a Abel Santa Cruz y a Alberto Migré. En los años 80 llegó a encadenar siete horas de ficciones de producción local en las que participaban ocho elencos trabajando a la par. La densidad de tareas llevó al empresario a habilitar sus estudios en grabaciones de trasnoche para poder completar la programación.

Con la muerte de Romay se pierde el último representante, en cuanto a generación y producción, de una prolífica época de la radio, la televisión y el teatro argentinos. Conocido como “El Zar” de la pantalla chica, Romay no pasó desapercibido tanto para quienes lo admiraban como para los que destacaban su carácter autoritario, repleto de arbitrariedades.
Nacido en Tucumán el 20 de enero de 1927 como Alejandro Argentino Saúl, utilizó desde muy joven el seudónimo con que fue famoso, en homenaje a Juan Manuel Romay, jugador del Club Atlético Independiente.
A los 13 años se probó como locutor en LV7 Radio Tucumán y a los 18 fue nombrado director de Radio Aconquija.

Decía de sus comienzos:  “La idea de comunicarme, de expresar un sentimiento a través de las palabras, aquello de ‘salir por radio’, dando una noticia que alguien escuchaba con interés gracias a una ‘voz’ que surgía no se sabía de dónde, me emocionaba enormemente. Descubrí el asombro siendo muy joven. Yo animaba los bailes del colegio, y esa vuelta se nos ocurrió ir a promocionar uno a la radio”.

En 1947 se mudó a Buenos Aires para seguir con su trabajo frente a los micrófonos y asumir a partir de 1955 la dirección de Radio Libertad –ex Belgrano–, bautizada así en homenaje a la llamada Revolución Libertadora.

En su libro “MemoriZar” dice sobre la tarea de hacer radio: “Tras la autorización del Comfer se inició la historia de Radio Libertad, cuyo nombre había sido presentado en los pliegos, y era nuestra cábala oculta para ganar la licitación. La muerte de Evita causó un cisma en el gobierno y en el mismo Perón. En 1954 me incorporé al movimiento juvenil que presidía monseñor Caggiano en la Iglesia del Socorro. Allí se grababa el disco de la ‘revolución libertadora’ –con poemas recitados por Arturo García Buhr– que se distribuyó entre muchos empresarios y oficiales del ejército”.

“Lo esperamos el 9, a las 9, por el 9”, anunciaban los carteles en las calles porteñas la semana previa al 9 de junio de 1960, (años más tarde Alejandro Romay correría arbitrariamente la fecha fundadora al 9 de julio). Y ese día, puntualmente, un segundo canal se sumó a Canal 7 en la televisión argentina: LS83 Televisión Canal 9. La propietaria de la licencia era la Compañía Argentina de Televisión (CADETE), una sociedad anónima vinculada con la cadena norteamericana NBC, proveedora de buena parte de las series que constituyeron su programación inicial.

“Yo era un tipo de éxito –dice Romay– y estaba tranquilo, pero algo me decía, sin racionalidad alguna, que valía la pena arriesgarse. Para mí, Enzo Ardigó era un periodista admirable. Director de Radiolandia, presidente del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y reconocido comentarista deportivo. Un día me avisó que venía a la radio de inmediato. A los pocos minutos estábamos solos en mi despacho. ‘Alejandro –me dijo–, don Julio Korn tiene el 30% de las acciones de Canal 9 y está dispuesto a venderlas, pero no te aconsejo que las compres si Kurt Lowe no vende su 30%’”.

La impronta que dejó Canal 9 en la historia de nuestra televisión comenzó en 1964, cuando se hizo cargo Alejandro Romay, por entonces sólo un locutor y empresario radial. Romay –sometido a un boicot de las productoras estadounidenses que no habían podido quedarse con el 9– apostó a un canal “100% argentino, de producción nacional”, y con fuerte tono popular.

“Si alguna virtud me cabe –señalaba Romay–, ésta radica simplemente en tener una predisposición a ver, a estar alerta frente a lo que sucede. Las tres redes de los EE.UU. se habían unido para boicotearnos. Ante ese ataque directo, decidimos convertir Canal 9 en un canal ar-gen-ti-no, llevándolo a transmitir un 100% de producción nacional, diferenciándolo claramente del 13 y el 11. Nunca abandonamos esa ruta, y la ratificamos día a día. Mi gran desafío fue emprender la producción íntegra de un teleteatro” (…).

A caballo de programas ya consagrados como Cuatro hombres para Eva, Jacinta Pichimahuida,  Simplemente María , Tropicana Club, los especiales de Narciso Ibáñez Menta y Almorzando con Mirtha Legrand, entre otros, el 9 se instaló fuertemente en los primeros puestos de la audiencia. Aunque por entonces ya se la consideraba una emisora que, dado el carácter popular de la mayoría de su programación, se la tildaba de “mersa”, según el lenguaje de la época.

“Cuando decidimos el programa ‘Cuatro hombres para Eva’ –diría Romay años más tarde–contratamos, junto a Eduardo Rudy, José María Langlais y Jorge Barreiro, a Rodolfo Bebán. Hijo de un gran actor y director teatral, era modelo y estaba dando sus primeros pasos como actor. Al poco tiempo de haberse iniciado en el teleteatro, con un éxito inusitado fue tentado por el 13 para pasarse a sus filas” (…).

¿Parte de su megalomanía? Lo que refiere sobre Bebán, salvo lo de su padre, es totalmente imaginario, por no decir apócrifo, con el evidente propósito –muy común en él– de adjudicarse el descubrimiento. Bebán ya tenía un suceso previo, hacía un par de años en Canal 13, con “El amor tiene cara de mujer”. No era modelo ni estaba dando sus primeros pasos como actor ya que tenía sobrada experiencia en el teatro independiente. Apareció en el 9 traído por Nené Cascallar autora de ambas obras.

En medio del gran suceso introdujo a Narciso Ibáñez Menta y sus Obras maestras del terror, El fantasma de la Ópera, El Pulpo Negro y El muñeco maldito. También produjo hitos como Titanes en el ring, Música en libertad y Alta comedia, un ciclo que permaneció en el aire largo tiempo, con importantes actores de la escena, el cine y la televisión argentinos. “De todos los ciclos que atesoré en mi vínculo con la televisión –decía don Alejandro–, ‘Alta comedia’ fue mi preferido y mi orgullo”.

En épocas de Lanusse, con Perón en el exilio, Romay intenta un reportaje al viejo caudillo en Puerta de Hierro: “Dueño de una seguridad pasmosa, y con una calidez increíble, –decía Romay de Juan Domingo Perón– sin perder jamás la sonrisa, me sometió a un cuestionario cuyas respuestas obviamente él ya conocía. (…)  Ahora puedo decir que el reportaje fallido a Perón en Puerta de Hierro fue el prólogo de lo que culminaría –y no por vinculante– con la intervención estatal de todos los canales”.

En mayo de 1973 una bomba destruyó el Teatro Argentino, de su propiedad, en la calle Bartolomé Mitre, cuando estaba por estrenarse el musical Jesucristo superestar. Al parecer, grupos ultras del catolicismo vieron con malos ojos que un judío “profanara” las escrituras.

En 1974, durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón, con José López Rega como hombre fuerte, se le terminó la licencia y su emisora fue intervenida, lo mismo que los canales 11 y 13, y pasaron en forma bastante turbulenta a la administración del Estado Nacional. Romay contaba que había sido expulsado “a punta de pistola” por conocidos hombres del medio, de modo que decidió establecerse en Puerto Rico, donde compró dos estaciones de radio.

Regresó al país en 1983, a fines de la dictadura, fundó la productora Telearte S.A. y le fue adjudicada la licencia de Canal 9 –asociado con José Scioli, el padre de Daniel, el actual candidato a presidente;  y Héctor Pérez Pícaro–, que volvió a llamarse Canal 9 Libertad, y en el que fue tan estrella como la cantidad de famosos que incorporó a su grilla.

Mientras los canales 2, 11 y 13 siguieron siendo estatales, Alfonsín le pagó a Romay una deuda ya que el empresario le prestó sus imprentas para realizar los afiches de la campaña presidencial de 1983.

Indiferente a las críticas por identificar lo popular con lo chabacano –y al amarillismo de prensa en lo periodístico–, “El Zar” puso en pantalla el noticiero más visto de aquellos tiempos: Nuevediario, entre otros éxitos de audiencia como Amo y señor o Las gatitas y los ratones de Porcel.

Canal 9 lideró la audiencia –además– con otras novelas como Cosecharás tu siembra, La extraña dama, Más allá del horizonte, Ricos y famosos y Una voz en el teléfono.

En su larga carrera fue el mentor de figuras como Atilio Marinelli, Raúl Taibo, Guillermo Andino, Pablo Echarri, Germán Kraus, Aldo Pastur, Marco Estell, Horacio Ranieri, Cristina Pérez, Carolina Papaleo y Natalia Oreiro, entre otros.

En esos años y según Ibope y la desaparecida Mercados y Tendencias, ambas medidoras de rating, las novelas de Romay llegaron a medir 60 puntos y fue uno de los descubridores del prime time, por eso algunas de estas ficciones se veían a las 21.

En 1997 se decidió a vender el canal 9 y no quiso que lo comprara Telefónica, por lo que lo adquirió un ignoto grupo australiano, Prime Media, que meses después lo transfirió a los españoles, a pesar de las denuncias de Romay, quien aseguró haber sido estafado. Mientras que las radios fueron adquiridas por el grupo mexicano CIE que le acababa de comprar la Rock and Pop al empresario Daniel Grinbank.

De aquel final de ciclo recuerda Romay en MemoriZar: “Concluía una larga relación con esa gente que me había acompañado por años. Fue inevitable que me quebrara y les confesara sinceramente cuánto los apreciaba y cómo valoraba su trabajo. Entré en el estudio principal de las instalaciones inauguradas hacía no más de cuatro años en la calle Dorrego. Iba a despedirme de todo el personal. Recién entonces comprendí que, en realidad, había comenzado a irme del canal cuando decidí mudarlo del edificio de la calle Gelly. Claro que en aquel momento no lo supe”.

Entre la frondosa programación que surgió de su galera figuran Grandes valores del tango, Almorzando con Mirtha Legrand, Sábados de la bondad, conducido por Héctor Coire y luego por Leonardo Simons, y Domingo para la juventud, luego llamado Feliz domingo. Estos éxitos, sin embargo, no lo encasillaban en “lo popular” y, aunque por esa razón son menos recordados, salieron también de Canal 9 producciones de alto nivel de las características de El teatro de Norma Aleandro, Nosotros y los Miedos –a cargo de Diana Álvarez–, el Ciclo de Lola Membrives –la prestigiosa actriz española–, el Teatro de Miriam de Urquijo o los Viernes de Pacheco, entre otras producciones destacadas que no tenían, como las nombradas, características de ciclo. Nada queda de toda aquella brillante trayectoria; los rollos de tape, en forma económicamente irresponsable, se usaban una y otra vez, grabando sobre lo grabado, para disminuir los costos. Pero ésta no es una responsabilidad de Romay sino de las administraciones cívico-militares de las épocas del “Proceso”.

De Romay productor teatral siempre resulta más sencillo evocar el pintoresquismo de sus peroratas finales ante el paciente elenco y azorado público del teatro “Nacional”, que la importancia de las obras estrenadas como Equus o Hair, por nombrar las de mayor suceso.

Una verdadera estrella conduciendo estrellas, en el sentido aplicable a la feria de vanidades que suele habitar la escena, Romay no resignó sus conductas dictatoriales a la hora de tomar decisiones empresarias. Aquel apodo de “El Zar” que él lucía con evidente orgullo, estaba vinculado a su batuta ciertamente cargada de personalismo y arbitrio. Se recuerda aquellos “Nueve de oro” que entregaba a sus elencos en cámara –en un vano intento de competir con el “Martín Fierro”– una única estatuilla que era retirada al premiado ni bien salía del encuadre para ser otorgada al próximo galardonado. U otras actitudes como su declarada enemistad con el gremialismo que lo llevó a prohibir, en épocas permisivas en ese sentido, toda actividad sindical en sus empresas. Sin embargo, a pesar de la importancia –o la puerilidad, según los casos– de algunas de esas actitudes, el empuje y la capacidad creativa y empresaria de Romay, se sobrepusieron abrumadoramente –en calidad y volumen– a sus censurables dicterios.

 

(C) Mario Bellocchio, 2015

(*) Las citas de Alejandro Romay pertenecen a su libro “MemoriZar (Todo o nada)”, autobiografía que su autor editó en el año 2006.

Share via
Copy link
Powered by Social Snap