El Museo Histórico Nacional
CALLEJEANDO HISTORIA
Por Diego Ruiz |
Venía contando, el cronista callejero, el peregrinaje que durante ocho años cumplió Carranza buscando un local apropiado para su Museo
Todas eran soluciones transitorias y el crecimiento sostenido de las colecciones lo condicionaban cada vez más, hasta que le concedieron –también precariamente, porque era una propiedad municipal y los títulos no se perfeccionarían hasta más de un siglo después– la vieja residencia de Lezama. Y aquí se debe detener el cronista necesariamente, pues cuando comenzó a hablar de esta institución consignó que era triplemente histórica, por su contenido, por su edificio y por el Parque que lo contiene –éstos últimos declarados Monumento Histórico Nacional y Sitio Histórico por el Decreto 437/1997– por lo que necesita glosar un poco la historia del magnífico predio.
Cuando Juan de Garay repartió “mercedes”, en 1580, por fuera de la línea del ejido urbano, o sea las tierras destinadas a alimentar a la ciudad, asignó una vasta “estanzuela” al capitán Alonso de Vera “el Tupí” que enfrentaba en la otra banda del Riachuelo a la de su tío, el Adelantado Juan Torres de Vera y Aragón. Esta vasta extensión abarcaba los actuales barrios al sur de la avenida San Juan desde La Boca hasta algo más allá de Puente Alsina, y la del “tío” no era menos generosa, pues tomaba los actuales partidos de Avellaneda, Lanús y algo de Lomas de Zamora. Pero –siempre hay un pero– las Leyes de Indias eran muy estrictas en esos temas y daban un plazo para levantar casa, poblar, sembrar, etc., por lo que al no haber venido nunca esos señorones por estos pagos el gobernador Hernandarias volvió a repartir las tierras en 1609 en chacras de 400 varas de frente sobre el curso del Riachuelo y sus fondos contra el ejido de la ciudad, correspondiendo la primera al capitán Martín de Rodrigo. Esta suerte1 junto con la contigua hacia el oeste, por diversas ventas, transferencias y testamentarias que han sido exhaustivamente estudiadas por el historiador Arnaldo Cunietti-Ferrando, terminaron siendo, a mediados del siglo XVIII, de María Josefa Bazurco, tal como figura en el plano-mensura de Ozores. La sucesión de esta señora ocasionó un largo y complicado pleito contra el albacea, el canónigo y poeta Juan Baltasar Maciel, quien había comenzado el fraccionamiento de la extensa propiedad en 1773 y 1774, y uno de esas fracciones –que comprendía el actual Parque Lezama– fue vendida por Luisa Tadea Barragán, en 1802, a Manuel Gallego y Valcárcel, quien comenzó la construcción de la casaquinta. Al fallecer éste en 1808, fue adquirida en remate público por Daniel Mackinlay por 19.000 pesos, quien la amplía y enriquece el entorno con especies vegetales, falleciendo en 1826. Sus hijos, quienes ocuparon un importante lugar en la sociedad de la época, la enajenaron en 1846 a Carlos Ridgely Horne. Este señor, que era un comerciante oriundo de Baltimore, se casó con una hermana de Juan Lavalle, lo que no fue obstáculo para convertirse en un gran amigote del Restaurador, quien lo nombró “único corresponsal marítimo” del puerto de Buenos Aires. En los pocos años que disfrutó de la quinta le añadió terrenos hasta lograr su salida a la actual calle Brasil e hizo levantar un edificio más rico y amplio.
Sin embargo las amistades pueden favorecer o condenar por lo que, a la caída de Rosas, Horne debió exilarse en Montevideo y en 1857 se la vendió a su vez, por poderes, a José Gregorio Lezama, quien por fin entra en nuestro relato. Nacido en Salta en 1802, Lezama pertenecía a una antigua familia pobladora del “Tucumán” y desde muy joven se dedicó a los negocios con una notable habilidad. En aquellos tiempos el ganado mular era de gran importancia económica por su rol excluyente en el transporte de mercaderías, especialmente en las provincias andinas. Las tropillas se bajaban a invernar y engordar al Litoral y luego volvían al Norte, por lo que en estos viajes Lezama fue tejiendo una vasta red de relaciones comerciales. Su fortuna se acrecentó especialmente al adquirir, en pública subasta, los bienes de los cordobeses hermanos Reynafé, ejecutados por su supuesta responsabilidad en el asesinato de Facundo Quiroga; parece que no hubo muchos oferentes, pues en aquellos tiempos se consideró de mal augurio, o por lo menos de mal gusto, comprar las propiedades de los finaditos, pero don Goyo no tuvo muchos escrúpulos morales y, ya muy rico, lo encontramos a partir de 1839 haciendo negocios en Buenos Aires. Glosar los mismos excedería largamente esta página, pero podemos mencionar que a lo largo de los años compró gran cantidad de tierras en la provincia de Buenos Aires –también en muchos casos producto de requisiciones derivadas de las guerras civiles y por lo tanto a bajo precio– invirtió en las compañías ferroviarias inglesas, fue proveedor del Ejército durante la guerra del Paraguay y, si consultamos la antigua Guía Kunz de Buenos Aires, de 1886, nos encontramos con que en la ciudad poseía una enorme cantidad de propiedades edificadas para renta, o sea conventillos, como la mayor parte de los grandes magnates de la época. Lo interesante es que Lezama, probablemente más rico que los Anchorena o los Lezica, cultivó siempre un bajo perfil que lo ha hecho pasar algo disimulado en nuestra historia. Su nombre aparece entre los dos o tres primeros firmantes –y donantes– de la “suscripción popular” que adquirió la histórica casa de la calle San Martín para el general Mitre, lista que integran todos los que se enriquecieron, de una u otra manera, con la guerra del Paraguay. Y dato interesante para nosotros los porteños, poseyó también una fracción de tierra que era casi una estanzuela, a los fondos de Barracas y Parque Patricios, que luego vendió a los Navarro Viola y en la cual se instaló la primera quema de basuras, o sea la que era alimentada por el “tren de las basuras” que, desde las actuales Rivadavia y Esparza, trasladaba los detritos urbanos hasta más allá del viejo “camino de las tropas”, actual Amancio Alcorta, por la actual Zavaleta. Allí florecería más tarde el “pueblo de las ranas”, donde se yergue actualmente el barrio Zavaleta y el lugar, por su ubicación, daría a la larga su sobrenombre a los hinchas de Huracán, los “quemeros”.
Como decíamos, Lezama compró la quinta por poderes a Charles Horne y comenzó un vasto programa de enriquecimiento de la misma. Por un lado, también fue adquiriendo propiedades aledañas hasta alcanzar el perímetro actual del Parque, abarcando siete hectáreas y media, y constituyó lo que entonces se llamaban “jardines de aclimatación”, o sea adquirió especies vegetales de todo el mundo y contrató al paisajista belga Jan Verecke para su diseño. Este Verecke debía ser bueno o tener mucho prestigio, pues por esta misma época colaboró con Prilidiano Pueyrredón en el diseño de la antigua estancia Iraola, hoy desaparecida bajo el casco urbano de La Plata. Pero esa historia, y la construcción de la mansión, serán otro callejeo.
- Suerte ||14. Parte de tierra de labor, separada de otra u otras por sus lindes. (Diccionario de la Lengua Española. RAE)
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