El doloroso adiós a Diego Ruiz
Diego Alberto Ruiz: 16 de noviembre de 1953 / 2 de septiembre de 2016
Cuando suceden estas cosas lo primero que asalta es la rebeldía sobre la justicia. Nunca es justa la huesuda y mucho menos cuando se le ocurre borrar de la existencia a un ser luminoso como Diego. Un poco más de un par de meses bastaron para acallar sus relatos, sus callejeos. Y él mismo pasó a ser historia. ¡Él como personaje! ¡Mi Dios!
Su voz ha dejado de trepar por las ramas de sus enormes conocimientos de la historia, desentrañando orígenes rebeldes al relato oficial, particularmente el de las patrias pequeñas. Su Parque de los Patricios natal y su Boedo de adopción pierden a un referente porteño insoslayable a la hora de indagar sobre las raíces de la sombra de hoy.
Pero resulta mezquino y reduccionista alambrar su sapiencia a barrios o sectores aunque el enorme corazón de Diego les haya tendido la mano amiga de sus conocimientos, de puro enamorado nomás, como a La Boca, a través del Museo Quinquela; al Parque Lezama y los orígenes de Buenos Aires desde el Museo Histórico Nacional; a la calle Rioja de la niñez o al pasaje San Ignacio de su madurez.
Para él todo recuerdo dejaba de ser sólo la anécdota cordial y se transformaba en fundamento de ideas, hechos de raigambre social, orígenes de pensamiento político o pintura costumbrista en su histriónica capacidad de desalmidonar la evocación sin vulgarizarla.
Recuerdo los inicios de sus “callejeos” en DESDE BOEDO donde la premisa era contar la historia a través de los nombres de las calles. Siempre decía que no quería aburrir desplegando la “enciclopedia de datos inútiles”, prevención innecesaria de su parte ya que no tenía otro modo de escribir que el del relato afable, sustancioso y atrapante.
No más presidencia de Baires Popular y su palabra ecuánime, comprensiva, tolerante… No más su presencia en la mesa de publicaciones, un “invento” que sobrellevamos juntos durante casi doce años en la esquina proletaria de Boedo y Camio –como diría él en referencia histórica al pasaje San Ignacio–
Y otros tantos “no más” que, sin embargo, sobreviven en su recuerdo límpido…,
que no requiere indulgencias de muerte…,
porque le sobran virtudes de vida.
Hasta siempre, querido amigo.
Mario Bellocchio
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