El arquitecto de la familia
El “loco Livingston”, como cálidamente lo llamaban, partió hacia su casita de arriba. Mario Bellocchio
Ese sistema de diseño “participativo” fue reconocido por premios internacionales en Estambul y Bruselas. “Lo que importa es la vida que sucede en ese espacio. No es el espacio en sí mismo sino lo que sucede en él”, señaló Livingston.
Rodolfo era, básicamente un bon vivant que logró trasladar esa gioiosa disposición a sus diseños, anteponiendo siempre el disfrute del espacio a la ostentación pedante y costosa.
Lo recuerdo hablando de la muerte del living como eje del hogar trasladado a la cocina o cocina-comedor.
Era un personaje que derramaba humor sin el menor vestigio de divismo, disfrutaba de sus actitudes excéntricas tanto en su conducta personal como en sus ponencias profesionales y usaba su divertido comportamiento para la difusión de sus ideas. Su obra “El método” lo boceta claramente.
Sus actitudes cotidianas le generaron el cálido apodo de “el loco” que él se encargaba de rubricar saliendo a correr vestido de linyera por la zona de Puerto Madero, en tiempos de la dictadura, para llamar la atención sobre el abandono habitacional del lugar. Solía coronar la audacia gritando seriamente a voz en cuello “¡soy el Coronel Washington Pérez!”, para que los efectivos de la prefectura que custodiaban el lugar no lo detuvieran.
En la facultad, un lugar por el que solía circular en patines, nadie tomaba a broma sus excentricidades, más bien se trataba de hallar una explicación sobre qué cosa querría llamar la atención para, generalmente, apoyar sus reclamos.
Se recuerda su paso como columnista de la revista Humor y como integrante del staff de colaboradores del programa de televisión La Noticia Rebelde. Una época en la que exhibía irónicamente su Carnet de Loco que prolijamente se había confeccionado.
En toda América latina quedan huellas de su paso, especialmente en Perú y, sobre todo, en Cuba, donde existe un pueblo –Baracoa– al que logró convencer de que había que construir sus casas con techos piramidales y gracias a eso las viviendas resistieron decenas de huracanes y siguen en pie.
En 2017 Rodolfo Livingston recibió la distinción de personalidad destacada de la cultura y la educación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Libros publicados:
Arquitectura y autoritarismo; Memorias de un funcionario; Cuba existe; Tiempo de Ideas; Polémicas; El Método; Cuba rebelde, el sueño continúa; Cirugía de casas; Anatomía del sapo y otros asuntos; Licencia para opinar; Arquitectos de familia; Chaco esculpe una ciudad; Casas de barrio y Cirugía de Casas.
Tuve el honor de conocer al arquitecto Livingston durante una entrevista televisiva en un programa de Canal 11 que yo dirigía y reavivé aquella vieja relación en ocasión de leer sus objeciones al Metrobús 9 de Julio que motivaron una editorial de Desde Boedo. La nota editorial no hacía sino reproducir su idea para circulación exclusiva de medios de transporte por la 9 de Julio con una ilustración explicativa que le remití como agradecido homenaje.
Recuerdo que recibí de su parte una conceptuosa nota personal con la que Bill Gates y sus renovaciones de Windows no fueron piadosos (o prefiero creer eso para no enojarme severamente por el extravío).
Al pie, un fragmento de la editorial y la ilustración citadas.
[…] Que los colectivos recorrerán las 26 cuadras muchísimo más rápido que actualmente –como afirman–, no cabe duda. La pregunta es si es necesario a esta altura volver a recorrer el milenario análisis de si “el fin justifica los medios”. Porque, de no tratarse de un negocio de 166 millones de pesos –según lo presupuestado al efecto por el Gobierno de la Ciudad en 2013– y la exposición mediática que significa la obra faraónica, seguramente este proyecto, cuyo esquema acompaña estas líneas, basado en manifestaciones del arquitecto Rodolfo Livingston –la idea inicial es la de inversión de la circulación vehicular de Carlos Pellegrini / Bernardo de Irigoyen y Cerrito / Lima para transformarlas en arterias de circulación exclusiva–, habría tenido mayor razonabilidad evitando todo el deterioro paisajístico y –lo relevante– un presupuesto sensiblemente inferior para su realización, con la ventaja adicional –a las muchas que presenta su sencillez– de una propuesta complementaria que incluye a los taxímetros y la circulación zonal (garages) y turística. Fragmento de la nota editorial del N° 128 de Desde Boedo–Marzo de 2013 (“El metrobús que no fue”)
Rodolfo Livingston tenía 90 años y falleció en Mar de las Pampas junto a su familia, en la casa donde iba cada verano.