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Día de los cafés porteños

Por Mario Bellocchio
El 26 de octubre se celebra el “Día de los Cafés de Buenos Aires”* en conmemoración de los 124 años de la inauguración del portal hacia la Avenida de Mayo del Café Tortoni, en 1894. Pero este año ya hace 160 de la primera apertura de sus puertas en 1858.  
El interior del Tortoni c 1920

1858: esquina de Rivadavia y Esmeralda. Monsieur Jean Touan decide abrir las puertas de su café porteño y lo bautiza Tortoni en recuerdo-homenaje al prestigioso homónimo parisino, famoso por sus sorbetes, cassatas y leche merengada —sus más célebres exquisiteces— desde fines del siglo XVIII. Años después —1879— creyó conveniente poner el establecimiento en manos expertas. Y quién mejor que su yerno, Celestino Curutchet, desde hacía pocos años afincado en nuestra ciudad sin ejercitar el oficio cimentado en su café de Burdeos.

Buenos Aires transita entonces una época bullente, plena de transformaciones y el Tortoni, acompañando la expansión, decide trasladarse a Rivadavia 174 —de la vieja numeración—, que forma parte de su ubicación actual en el ala norte del Palacio Unzué, promoviendo la inauguración de la Avenida de Mayo —9 de julio de 1894— circunstancia que le permite la apertura hacia la nueva arteria, meses más tarde. La fisonomía actual hacia la Avenida de Mayo, obra del arquitecto Alejandro Christophersen, iba a concretarse —el 26 de octubre del mismo año— sólo después de producida la demolición del residual del templo escocés que había resultado tronchado por la apertura de la arteria.

Placas en la puerta

Si hasta ese entonces el café se había constituido en centro de convocatoria social, a partir de ese instante se transforma en lugar insoslayable de cita de personalidades y actividad cultural. Todo hecho de repercusión con escenario en la Avenida de Mayo tiene privilegiada platea en el Tortoni, a veces sufrida entre sus mesas, como la trifulca de 1897 —con guerra de sillas y cristalería incluída— entre los manifestantes por la independencia cubana y un grupo, abundante, de españoles, parroquianos y empleados del café.

La época de la Primera Guerra Mundial provee jugosas anécdotas al establecimiento. Quizá la más destacada tiene como protagonista a su propio dueño. Es 12 de noviembre de 1918. La Avenida de Mayo —¡cuándo no!— recibe multitudes que festejan el armisticio de aquel horror: “la guerra librada para que nunca más haya guerras”. Cuenta Pedro Aleandro:“Curutchet, en la puerta del Tortoni se quitó la gorra y gritó: Vive la France! La réplica lugareña fue La Marsellesa y luego el Himno Nacional. Descontrolado, el francés pegó el grito: ¡Todos adentro, hoy paga la casa!, esa noche el Tortoni cerró sus puertas a la salida del sol del día siguiente…”. Celestino, el inefable Celestino Curutchet, una vez más respondiendo a su imagen pública de hombre sensible y afectuoso: “Este Señor del Milagro —como lo describe el poeta Allende Iragorri—,era un viejito típico de sabio o profesor francés. Menudo de cuerpo y fuerte de espíritu, estilaba la clásica perilla alargada, ojos vivísimos entre corta y enmarañada barba ríspida, y usaba un miliunanochesco casquete árabe de seda negra, con su caída borla de oro”. Cuando fallece, en 1925, a los 97 —ya Ana Artcanthurry, su compañera, lo había precedido en la partida—, es su prole la que toma la posta.

La familia Curutchet —cuenta Laura D. Arias, a cargo de las Relaciones Institucionales del establecimiento (2011)— contribuyó con sus inclinaciones artísticas y literarias a cimentar el clima intelectual del Tortoni. Pedro Alejo era versado en filosofía oriental, política y fue un eximio violinista, mientras que Mauricio era amigo de la literatura, la poesía y la música. Fuera del café, en los encuentros de la familia que alquilaba el tercer piso del palacio Unzué, reinaba también un clima de amenidad, de diálogo y de música, como el que inspiró la vida del café. Ana A. de Curutchet fue una de las señoras francesas con más años de residencia en nuestro país, en donde estableció su hogar. Poseía una inteligencia poco común y la puso en relieve, no solamente en el ambiente familiar, sino en la Comisión Directiva del Orphelinat Francais, asociación de la que era fundadora.

Una mesa del Tortoni en 1973-Carlos Mastronardi-José Luis Lanuza-Jorge Luis Borges-Alberto Mosquera Montaña

La familia Curutchet posibilitó que Quinquela Martín, junto a otros artistas, crearan la Asociación de Gente de Artes y Letras conocida como “La Peña”, que implicó un pasaje importante a la cultura. En efecto, aquella peña fue el primer agrupamiento cultural formal del Tortoni que reunió una increíble pléyade de personalidades. Cuenta su fundador, Quinquela Martín: Antes de refugiamos en aquel sótano espiritual y espirituoso, (…) un grupo de amigos nos reuníamos en el café de “La Cosechera” que quedaba en Perú y Avenida de Mayo. Allí tuvo su origen “La Peña”, nombre con que bautizó nuestra tertulia el gran pianista Ricardo Viñes, que era uno de los más asiduos contertulios. (…) Un modesto café por cada dos horas de charla resultaba evidentemente un negocio ruinoso para los accionistas de “La Cosechera”. (…) Tuvimos la suerte de que el dueño del café Tortoni sustentara otras ideas con respecto al negocio cafeteril. Los artistas podrán gastar poco, pero pueden dar lustre y fama a un establecimiento público. (…) Necesitábamos espacio vital para nuestra “Peña”. ¿No podría proporcionárnoslo “monsieur” Curutchet? (…) Además de brindarnos el espacio vital que necesitábamos —vital y subterráneo, su cueva de vinos—, “monsieur” Pierre Curutchet nos obsequió con unos preceptos que habrían de quedar como lema de nuestra flamante agrupación.(…) “Aquí se puede conversar, decir, beber con mesura y dar de su ‘savoir faire’ la medida. Pero sólo el arte y el espíritu tienen el derecho de manifestarse aquí sin medida”.

El 24 de mayo de 1926 se produce el lanzamiento oficial: con carácter de Club, un sitio neutral donde puedan vincularse los artistas y las personas afines al arte, los señores propietarios del Café Tortoni (829, Avenida de Mayo) habían resuelto habilitar el subsuelo del mismo de manera que simultáneamente a los servicios del establecimiento permita la organización de audiciones literarias y musicales, conferencias, exposiciones y demás espectáculos de arte.

Salón contemporáneo del célebre café

Joaquín Gómez Bas, luego de enumerar algunas celebridades concurrentes como Rubinstein, Pirandello, García Lorca, Toscanini o las incursiones del presidente Alvear, recuerda al lugar como un refugio vespertino y nocturno de plásticos, poetas, músicos y escritores. Artistas de cartel o desconocidos, triunfadores o fracasados, veteranos y aprendices. Todos como en su casa bajaban y subían, ligeros o sin apuro, con el aire ausente de quien nada tenía que hacer en ninguna parte.

El ambiente recogía en su atmósfera opaca de humo, alegre de esperanzas, entristecida de sueños irrealizables, la palpitación de la bohemia ciudadana.

Un día de 1943 La Peña pone fin a sus actividades aunque el espacio es prontamente cubierto por la Asociación Amigos del Café Tortoni. La huella queda abierta, fresca aún, y guía los nuevos-viejos pasos, latentes los recuerdos en un verbo presente nostalgioso: La Peña del Tortoni propone un alto para que caiga de nuevo la mecha rebelde sobre la frente de Roberto Arlt, se alce la mano de Leopoldo Marechal para subrayar un verso que no morirá, giren las muchachas arrebatadoras de antaño o dejen espacios en el aire las rosas que se fueron por muy poco al país desde donde siempre regresan. (UIyses Petit de Murat).

Antes, lo fundacional. Después… —ciento sesenta almanaques deshojados—, siempre hay un después para los lugares que tienen tanto “antes”.

 

 

AGRADECIMIENTO

Los datos y citas reproducidos fueron extraídos de publicaciones de “Cuadernos del Café Tortoni” facilitados gentilmente por el Sr. Roberto Fanego (2011).

(*) Ley N° 511 sancionada por la Legislatura Porteña en el año 2000

 

 

 

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