Di Giovanni y las fotos de su asesinato
¿Es Severino Di Giovanni el de las fotos que acaba de descubrir AGN entre sus archivos? Mario Bellocchio
Con motivo de cumplirse el 89º aniversario del fusilamiento de Severino Di Giovanni –1º de febrero de 1931– el Archivo General de la Nación (AGN) reveló que días atrás, en una revisión rutinaria, habían descubierto un material fotográfico consistente en seis tomas con sus negativos –una verdadera secuencia de muerte– de un individuo corpulento archivado como Scarfó –según revelaba un papel amarillento con un número de negativo y el citado apellido– cuyos antecedentes y fisonomía no respondían a Paulino Scarfó, el anarquista fusilado el 2 de febrero de 1931.
La falta de datología complementaria –autor, mandato y objeto de las tomas, destino posterior, etc.– dieron apertura a una investigación cuyas conclusiones tienen huecos no explicados y discrepancias con las crónicas de los testigos de la época. Una de ellas, que no es menor, señala al “Aguafuerte” de Roberto Arlt, publicado al día siguiente en el diario “El Mundo” titulado “He visto morir” –que se reproduce completo al pie– donde se insiste en señalar en la descripción del convicto
“los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos” y respecto del lugar de la ejecución “el cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas”. La barra de hierro que une pies y manos y el pasto verde sobre el que Arlt ve caer al reo ejecutado no aparecen en las fotografias halladas.
Las fotos del Severino Di Giovanni “idealizado” en las crónicas cotidianas, sobre todo en la prensa anarquista, poco tenían que ver con la fisonomía del hallazgo por lo que la investigación del AGN se dirigió a una búsqueda por contexto revisando los archivos que había de Severino y encontraron una serie de fotos que había publicado la revista Caras y Caretas. No eran las mismas que se habían encontrado en el archivo pero correspondían al mismo momento.
En base a esta “actualización fisonómica” que proveía la revista de la época concluyeron que el personaje del hallazgo reciente del Archivo era Severino Di Giovanni, el anarquista expropiador, el idealista de la violencia.
Quedan, sin embargo, como faltantes las explicaciones a las discrepancias con Arlt que podrían caber en una licencia poética en torno a lo que posteriormente Hollywood agotó como “versión libre” para dar cabida a una fantasía de necesidad dramática. Una alternativa es –y ya entraríamos en descrédito del documento al hallazgo fotográfico– que se tratara de fotografías de una reconstrucción con un doble de cuerpo donde los detalles descritos por Arlt habrían sido pasados por alto.
Para Desde Boedo todo nació con la conmemoración del asesinato de Di Giovanni al cumplirse 89 años de la ejecución en una nota escrita hace unos años por nuestro inolvidable compañero de las primeras épocas del periódico, Juan Alberto Núñez, y la simultánea revelación del hallazgo de AGN que no llegó a tiempo para la versión impresa de febrero y solo fueron publicadas en la nota web
http://www.periodicodesdeboedo.com.ar/el-poeta-de-la-violencia/
con los interrogantes vigentes que reproducimos conjuntamente con el aguafuerte de Arlt que va a continuación:
“HE VISTO MORIR
Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanosos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de culatas. Más sombras que galopan.
Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.
La letanía.
Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la obscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial.
“..de acuerdo a las disposiciones… por violación del bando… ley número…”
El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas.
Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huida hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte.
“..artículo número…ley de estado de sitio… superior tribunal… visto… pásese al superior tribunal… de guerra, tropa y suboficiales…”
Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno.
“..estamos probando… apercíbase al teniente… Rizzo Patrón, vocales… tenientes coroneles… bando… dése copia… fija número…”
Di Giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con atención, parece que analizara las cláusulas de un contrato cuyas estipulaciones son importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento, frente a la propiedad de los términos con que está redactada la sentencia.
“..Dése vista al ministro de Guerra… sea fusilado… firmado, secretario…”
Habla el Reo.
–Quisiera pedirle perdón al teniente defensor…
Una voz: –No puede hablar. Llévenlo.
El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quién sabe!.
El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate.
Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.
Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita:
–Venda no.
Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso.
Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se ordene a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos pasos.
Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
–Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
–¡Viva la anarquía!
–¡Fuego!
Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas.
Fogonazo del tiro de gracia.
Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez de Última hora, Enrique González Tuñón, de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
–Está prohibido reírse.
–Está prohibido concurrir con zapatos de baile.