Del pasado que “ya pasó”
Idealizar el ayer, creer que fue perfecto e irrepetible, lleva a una melancolía estéril, excesiva. Tomás Martínez
En los recuerdos encontramos, a veces, sentido a nuestras vidas. Nos reencontramos con nosotros mismos en los gestos sencillos, en los momentos pequeños que nos definen con mayor claridad, en los matices que percibimos al evocar el pasado. Quedamos retratados con fidelidad en las instantáneas de la memoria. Son la sal de la vida.
La nostalgia está de moda. Las emociones, crecientemente valoradas, son su fundamento básico, fomentando la idealización de nuestro pasado, recordándolo con rasgos esquemáticos que pueden ser demasiado simples, impidiendo verlo con exactitud. Promociona la autoestima al percibir una identidad apreciable, un pasado presuntamente original.
La emocionalidad no es una cualidad infantil, ni la añoranza de la juventud implica ser infeliz en la vejez. Las diferentes etapas del ciclo de la vida son singulares, no intercambiables; cada persona transcurre por ellas según sus particulares circunstancias, con distintos grados de adaptación. Vivir instalado en el pasado es una forma de inadaptación al presente y de encarar el futuro con fuerte carga de ansiedad. Idealizar el ayer, creer que fue perfecto e irrepetible, lleva a una melancolía estéril, excesiva, que hipoteca el mañana y nos impide disfrutar de lo que hoy tenemos.