De selfies y buzones
¿Los archivos de las redes estarán activos en el futuro?, ¿”la nube” reemplazará a las cajas de fotos guardadas en el armario?. Por Tito Vaccaro
Caminan por la Avenida Mayor.
Antes de llegar a Independencia el sobrino descubre el buzón frente a la galería. Y lanza la propuesta inesperada: –Vamos a sacarnos a una selfie…
–¿Qué decís?
–Uno de cada lado. Vos pones cara de canchero y apoyás el codo arriba. Yo te miro levantando las cejas como diciendo miralo a éste. Estiro el brazo y listo. Al toque la subo al face y la mando por Whatsapp al grupo de la familia.
–Dejate de embromar…
–No te hagas el difícil. Si vos y mi viejo nos tienen cansados con eso de las cartas escritas a mano. Hasta se la voy a mostrar a la abuela que cuenta como los dos hermanitos iban juntos a meter los sobres para los “Señores reyes magos”… Dale, vení…
La memoria lo sacude una vez más. Su buzón estaba en la esquina de Agrelo y Castro, sólido faro que un día se esfumó con el almacén de Don Pedro. No desaparecieron todos. Aún resiste altiva la torre colorada de Quintino e Independencia. Fue a metros de allí, en Casa Castavalle, donde aquel hombre de bigotes lo ubicó de medio perfil entre dos lámparas poderosas, y, después de ajustarle el nudo de la corbata, le tomó la fotografía con fondo negro para la libreta de enrolamiento.
No era la única casa de fotos de la zona. Difícil olvidar el local sobre San Juan donde le sacaron una cuatro por cuatro para el carnet de socio de San Lorenzo, ni los rollos que llevaba a revelar a la óptica de Rivadavia y Medrano. Desfile de añoranzas en blanco y negro, más tarde en color, diapositivas proyectadas sobre la pared del comedor y hasta alguna filmación en super 8.
Escenas grabadas para siempre en papel brillante, adheridas a páginas de álbumes de cartón o puestas bajo el vidrio del aparador. Escenas atrapadas en marcos de madera, miradas fijas, peinados prolijos, sonrisas de portarretrato. Testimonios acumulados en cajas que se sacan del placar para recapturar el pasado. Inventarios que devuelven momentos de plenitud o caricias de quienes ya no están.
Surgen antiguos rasgos del oficio periodístico. Cámaras especiales, lentes para diferentes tomas, procesos mágicos en cuartos de revelado, ácidos, bandejas, broches que sujetan copias hasta que se secan en lo alto, sobres en el archivo, reporteros gráficos de leyenda, cazadores de imágenes irrepetibles, la pelota cruzando la línea del gol, un soldado que gatilla, un presidente que tropieza, la reina que llora, las manos del escritor ciego que sujetan el bastón. Fotos que no se diluyen. Vidas que no se acaban.
Pero hoy el objeto de culto es el buzón, esa carcasa por la que pasaron infinidad de historias y reclamos, de confesiones amorosas y documentos. Te quiero, te espero, no se olvide de levantar el pagaré, viajo la semana que viene, feliz día, va el cheque, mandame el recibo, nació Diego, por ahora no puedo ir, hagamos las paces, Clarita terminó el colegio… Diálogos con respuestas demoradas, muy lejos de la comunicación instantánea de estos días. Buzones para ser rodeados por barras esquineras y vincular almas con relatos de tinta azul y letra cursiva. Inmigrantes que mandaban fotos en sobres del “vía aérea” a familiares de Europa que nunca más verían.
–Dale tío, ponete en pose…
Habrá que hacerlo. Aceptar que “ahora es así”, que “es lo que hay”, que en esto también hay que “deconstruirse”. ¿Por qué rechazar las nuevas formas de comunicarse? O no es agradable ver las primeras sonrisas del bebé captadas hace un momento, el saludo de un amigo lejano o el momento en que un diploma llega a las manos de un flamante profesional. Será tiempo de agradecer los servicios del noble correo de ayer –muy lejos de las recientes maniobras judicializadas– y aprovechar lo mejor de estas pantallitas capaces de transmitir sensaciones y fortalecer vínculos.
A punto de ser fusilado, el Flaco se pregunta: ¿los archivos de las redes estarán activos en el futuro?, ¿”la nube” reemplazará a las cajas de fotos guardadas en el armario? Y se responde: seguramente, a este ritmo, dentro de algunos años a nadie se le ocurrirá repasar momentos del pasado…
–¿Listo? Va…
Click.