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De Qatar al Obelisco

Había una vez un inexperto muchachito que aceptó conducir a un grupo de jugadores, emigrados desde la Argentina como cracks locales y que se destacaban en el fútbol europeo, a fin de disputar las eliminatorias del Mundial de Qatar y la Copa América. Por Mario Bellocchio

El muchachito cargaba como “experiencia” su ayudantía en la caótica selección del mundial de Rusia –2018– aunque ayudar al desequilibrado Sampaoli solo podría aportarle la experiencia de “qué cosas no se deben hacer” como conductor de un grupo humano, sobre todo si se trata de estrellas futboleras. Lo sabido es que aceptó el desafío en momentos en que se producía un recambio generacional que perdía a Mercado, a Marcos Rojo, al Toto Salvio, a Pavón, al Pipita Higuaín, a Javier Mascherano –nada menos– y que terminaría dejando de lado al propio Kun Agüero. Y no conforme con encarar la renovación con –luego comprobado– “ojo clínico”, puso la mira en jugadores para los que lejos estaba de resultar impostergable la sustitución como el arquero, cuya titularidad ejercía con autoridad Franco Armani. Pero el laborioso muchachito había puesto el ojo en el arquero argentino del Aston Villa de la Liga inglesa y lo hizo debutar en la Selección cuando Armani se pescó el Covid. Y el “Dibu” Emiliano Martínez se atornilló bajo los tres palos albicelestes por su eficiencia.

Lo cierto es que para Lionel Scaloni, aquel muchachito que para el limitado conocimiento popular había entrado por la ventana a la dirección del Seleccionado Nacional, llegó el momento de la consagración luego de la resurrección del “ave Fénix” mediante atinadas incorporaciones y renovación táctica que incluyó el óptimo manejo del vestuario. Así se fue ganando respeto y confianza, no sólo de sus dirigidos sino de los exigentes futboleros locales que tuvieron que aprender a aceptar  las decisiones del técnico que no compartían   –en el barrio suele decirse: “meterse la lengua en el…”– en base a cómo les tapaba la boca Scaloni con sus innovadores planteos y sustituciones tácticas.

Más de uno dirá: ¡Con Messi cualquiera es guapo!

Y, convengamos, que con este Messi, parte de razón tendría. Porque este fenómeno mundial juega para nosotros ¡y cómo! Goleador absoluto de la selección en mundiales con 13 goles y el que más asistencias gol produjo, el capitán tomó el desafío con la punta de sus delicados botines y se hizo cargo humana y futbolísticamente de su rol de conductor con su galera repleta de conejos inasibles. “¿Qué miráh, bobo? ¡Andapayá!”

Finalmente –como corresponde a una final– él hizo el tercer gol de la Selección –segundo de su cosecha– habilitado por el culo gordo de un defensor, según alcahuetean estas milimétricas determinaciones del VAR. Debió haber sido suficiente después de la milonga con variaciones que sufrieron los galos en el primer tiempo, pero no.

Todos dieron todo, acorde a una final del mundo. Pero algunos como Di María, que quizá ya no estén en 2026 –en duda como titular hasta último momento– merecen un párrafo aparte. El fútbol estaba en deuda con este enorme jugador y él se encargó de cobrar todos los pagarés en la final donde bailó a su marcador con lujos de todo tipo, generó el penal que Messi convirtió en 1 a 0, e hizo el segundo, un golazo de arte combinado memorable. Gracias Di María, sos nuestro “Ángel” de la guarda.

Nacidos para sufrir, padecimos a un iluminado Mbappé –a partir de los 80 minutos de juego– que supo aprovechar los contadísimos segundos de relajación a diez minutos del final y coronar, a dos del terminal pitazo del alargue con otro tiro –que parecía el “de gracia”– el 3 a 3 del resultado injustamente sufrido.

Y al hablar de Mbappé habría que hacer distinción entre su genialidad deportiva y su estrechez de pensamiento que este mundial se encargó de refutar ampliamente: “En Sudamérica el fútbol no está tan avanzado como en Europa”, dijo. Justamente un mundial que consagró a los países subdesarrollados de África, de donde él proviene.

Entró en escena el “Dibu” y le contestó: “Bolivia en La Paz a 4000 metros, Ecuador con temperaturas alucinantes, Colombia que no podés ni respirar… Ellos juegan siempre en canchas perfectas, mojaditas, y no saben lo que es viajar por Sudamérica”.

Pero no es ésa su función y la Selección argentina lo sabe. Ya le había tapado un mano a mano al negrito Muani en tiempo suplementario, que habría significado el triunfo francés por 4 a 3. Pero no, el “Dibu” puso su cuota en los penales de la gloria final, el primero se lo atajó a Coman. Apostaría que él puso la energía en la mirada por la que lo erra Tchoauméni. Messi y Paredes convierten los suyos y nos ponemos 2 a 0, sí, como al comienzo del partido. Messi no espera a que lleguen los compañeros hasta el centro. Los va a buscar. La atmósfera del estadio es densa, si hay cagazo que no se note. ¿Quién va? Va Kolo Muani, y esta vez no erra. Entonces comienza a caminar Montiel, si lo hace somos campeones, si no, a padecer otra vez ¿Otra vez? ¡Por Dios! ¡Qué responsabilidad, pobre pibe! Pero el pibe –“procesión por dentro”– se muestra sereno, inconmovible y define al palo derecho de Lloris que se tiró hacia el izquierdo (¿Llorás?).

¡¡Campeones del mundo, la puta madre!!

Esta vez no pudieron refregarnos la Marsellesa. Sean eternos los laureles que supimos conseguir.

 

 

De Pablo Bellocchio a Lionel Messi

Aún sabiendo que no vas a leer esto que quiero escribirte, aun así, el amor es ilusión pura, por lo que quizá te llegue.

Cuando era chiquito, mi hermana que se había ido a vivir a España me regaló una camiseta del Barcelona con la 8 de Stoichkov y desde ese día seguí siempre al Barça.

Por lo que cuando leí en una nota perdida que había un argentino que la estaba rompiendo ahí empecé a seguirte con ilusión. Desde aquel día contra el Porto –hace 19 años– hasta hoy, vivo con un amor incondicional cada partido que jugás y agradezco ser contemporáneo de tu carrera.

Lo agradezco, no por ninguna erudición futbolística sino por algo mucho más chiquito… Desde hace 19 años que cuando te miro jugar tengo la posibilidad de transformarme en un nene y soñar imposibles. Imposibles que solo con vos se hacen realidad.

Mañana se juega la final del mundo, tu segunda, y sé que para muchos será tu última chance de encontrarte con la inmortalidad. Para mí, en mi recorrido de hincha que ha seguido cada una de tus gambetas imposibles, esa inmortalidad fue zanjada hace muchos años…

Tus pies se ataron a mi vida de hincha ilusionado que con 38 años cada vez que te ve jugar se siente nuevamente en el patio de recreo. Ojalá mañana levantes la copa y te conviertas en el póster definitivo. Ojalá porque la historia definitiva la escriben los que ganan y vos con tu zurda te mereces ese destino. Pero si no es así… Si el destino una vez más se empecina en negarte el Olimpo definitivo… Mira el pastito de Doha, sácate los botines, y sentí el abrazo de cada uno de nosotros, los hombres-niño que viviremos una vida más linda, más poética… Más plena y más repleta de ilusión, solo por haberte visto jugar a la pelota.

Eternas gracias. Tan eternas como cada una de tus gambetas.

Pablo Bellocchio

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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