Cuando conocimos la tele
Hace 70 años, el 17 de octubre de 1951, se realizaba la primera transmisión de Canal 7. Mario Bellocchio
Una ciudad aún desprovista de televisores en los hogares recibía con asombro al nuevo medio a través de receptores ubicados en las vidrieras que exhibían electrodomésticos del centro de Buenos Aires.
Se eligió para el corte de cintas la transmisión del “Día de la lealtad popular” –el 17 de octubre de 1951– desde la Plaza de Mayo. La voz de “estamos en el aire” se pudo escuchar a las doce del mediodía cuando un par de cámaras instaladas sobre los techos del Banco Nación reflejaron las imágenes de la Plaza y se regodearon con los paneos sobre la catarata de pueblo que llegaba a la fiesta, las palmeras y las fuentes. Hubo que esperar hasta las cinco de la tarde para que Perón y Evita se asomaran al balcón de la Casa Rosada y dirigieran la palabra a los trabajadores. Fue un día muy especial. Por la tele y por Evita –ya muy enferma que fallecería meses después– que retornaba a los actos públicos.
Apenas un mes después de este acontecimiento inaugural, la tele daría otro paso en nuestro entrañable Gasómetro de Avenida La Plata. El 18 de noviembre de 1951 se enfrentan San Lorenzo y River por el torneo local y Canal 7 pone sus cámaras y transmite el encuentro en “vivo” –no podía ser de otra manera ante la inexistencia del video tape– y en “directo”, agregaría Héctor Ricardo García veinte años más tarde. Por ahora, decía “Desde Boedo” Nº 2 de noviembre de 2001: “el interrogante por ese ómnibus sin ventanillas que lleva la leyenda ‘Canal 7 TV’ se reduce al tumulto curioso a su alrededor, antes del ingreso” (…) “Ernesto Beltri, (…) aun se siente extraño relatando el encuentro, la imagen pondría en evidencia cualquier equivocación, no está tan a salvo como en su habitual trabajo radiofónico”.
Lo están televisando –comenta un hincha a otro–. Y le cuesta modular el término, sorprendido por el comienzo deportivo de un medio que a partir de ese momento pasaría a formar parte insoslayable de nuestra vida diaria”.
“Para la estadística queda un penal de Basso a Labruna que Vernazza se encarga de convertir en empate. Pitazo final, curiosidad de los que pasan cerca del desarme de las cámaras Dumont y la paradoja de conocer esos ‘sofisticados’ equipos antes que al propio televisor, un elemento aun vinculado a hogares pudientes, vidrieras de comercio céntrico o comedias de Hollywood”.
“Se acabó el fútbol. El regreso con la ‘depre’ del atardecer dominguero. Los de River por Mármol, los Santos por avenida La Plata, van camino a sumergirse en casas sin televisor”.
“Aquí en Boedo es domingo 18 de noviembre de 1951”.
Los setenta años de la tele y los veinte de nuestro periódico barrial al unísono.
Además de compañeros éramos vecinos de Parque Chacabuco, yo en Emilio Mitre y él en el pasaje Del Comercio, casi Zuviría (un par de cuadras) así que emprendimos la tarea con indisimulado entusiasmo y mientras don Villarreal padre asumía los riesgos de altura con la orientación de la antena Juan Carlos me pasaba la información de imagen frente a la tele y yo desde el patio le retrasmitía al papá: –gire un poco a la izquierda. ¡No, no, vuelva para atrás de a poquito… –¿Ahí? –Ahí está bien, déjela ahí. Este diálogo, obviamente, es un resumen simplificado de lo trabajoso que era lograr la dirección justa de nuestra antena casera que debía tener –idealmente– visión directa con la antena del canal en el edificio de Obras Públicas en la 9 de Julio –cosa posible en aquellos tiempos sin tantas torres– para que la visión fuera correcta. La mala orientación implicaba duplicaciones indeseadas llamadas “fantasmas” o desenfoques de la imagen. Lo esencial es que ese atardecer pudimos ver una muy buena imagen –para esa precaria TV– de Carlos D’Agostino conduciendo “Odol”, faltaba un par de años para que Cacho Fontana pusiera su “minuto Odol en el aire” y estampara el sello verbal indeleble de su “con seguridad” ante una buena respuesta.
“Veinte cincuenta a jefatura, se identificaba Booderick Crawford en ‘Patrulla de caminos'”: la casa de los Villareal iba a ser mi hogar del neotelevidente, no soñaba aún que años más tarde, me incorporaría a ese nuevo medio de comunicación como camarógrafo y luego director, por más de treinta años.
(1) En 1954 el gobierno de Juan Perón otorgó la licencia a la Editorial Haynes –propietaria del diario “El Mundo”– mediante el Decreto 17.959, hasta que la Revolución Libertadora anuló las adjudicaciones en 1955 mediante el Decreto Ley 170.