Crónica aislada
Hago mi vida en Boedo. Mi vida dentro de la vida grande, mi barrio dentro de la galaxia que abraza barrios: Buenos Aires. Por Edgardo Lois
En la historieta inaugurada no hay copos de nieve en el jardín. Tal vez hubo problemas de parte de uno de los imperios en pugna. Vaya el pueblo un sable. Pero hay algo que sí se sabe, como todo bicho canasto, así también venía con sorpresa –una muy distinta al Topolín de la infancia–: una bolsita trucha con chupetín amargo y con chuchería de escupir egoísmo. El bicho canasto viaja desde lejos, y el bicho en él oculto se quita la careta y renace en los asociados de siempre.
Bicho y asociado no viajan en tren, asociado en avión. Andante en clase media y andante en clase mayor. Ante las recomendaciones del Estado frente a la pandemia, el asociado oculta, olvida estadía. Para qué acordarse de tantos detalles, mejor no hablar de ciertas cosas . Olvida además la labia orgullosa con que se chamuyaba: Mire, don asociado, qué bonito es mirar desde arriba. El barrilete con tiros defectuosos podría resultar huésped. En avión carabela la santa maría se la pinta –caripela mentida– como si fuera la niña que nada recuerda de Europa ni de los mongoles y chinos que viera Marco Polo.
Bicho y asociado se revuelcan y juntos nacen más asociados. Andante de cerrar el puño y cargar –yo en clase media y yo en clase mayor–, de apretujar changos: meta frasco de mermelada sin color, peor que el famoso deme dos. Jamás una duda con higiénico del mejor. El que sigue en la fila no importa. De solidario ni sombra en el asociado que anda y se maquilla. Andante extasiado sale pleno del mercadito chino, y harto lustroso del hiper. Avanza el andar del andante que escombra el paisaje. Prepotencia de paco plástico, marroco de dios salvador, hostia/estampita que baila en la fule pertenencia. En pista de finirla se eterna el tango ceguera: andar contra un tiempo/sueño que quiere cantar para todos un destino mejor.
Andante y viajero, amigo primero del bicho, ¿de dónde es que viene el caballero? Desde una esquina de bar en la ciudad que hermana, se ventila: Es otario de barrio bien, garca de country y palacete que se quiere esfumar. El piola zurce, con labia y ovillo de enredar, su tragedia de derechos mancillados. Una maligna payasería apronta otra muerte con clase ante los ciegos que no quieren ver (ensayó Saramago).
Conspirados los descontadores que ciegan con mentiras y nubes fulería. Destructores mano lista, bolsiqueadores desde un asiento en primera. Mientras tanto el mundo escombra, se escombra. Corta la vida del otro el filo maula del egoísta. Así en el cielo, cuando el avión, como en la tierra, cuando se atraganta el carro con mercadería (sin importar el precio asesino que anota otro de los asociados). Andante y viajero este virus con cara de bicho conocido: vive del barullo, baila sobre la cáscara del día, no quiere saber de destinos. Sin embargo el andante y viajero, su sistema, saca sortija en cada órbita de había una vez.
Que no me quedo en casa, dice el bicho, el andante viajero, y el andante de cabotaje, ese que no se pierde vacación de fin de semana ni aunque vengan degollando. ¿A solas con quién soy? ¿Quince días, treinta? ¿Sin cuatro o cinco en el fondo para que alimenten la tribuna? Mi dios de los domingos: ¿A quién comprar el alimento balanceado para pollos? ¿A quién exigir mi libertad de mercado?
En la primera tarde del otoño se escucha, sábado en la ciudad, por la tarde, la respiración lenta del último calor. Se escuchan, escucho, casi nada más, yo mismo, el que solitario anda por la vereda de la avenida, escucho, digo, mis pasos, casi nada más, escucho, yo mismo… y nosotros, los pasos que se escuchan pasos. Todos nosotros los muertos, también nosotros en la película del mundo desdichado, con primeros planos de miedo y silencio dentro de las casas.
Boedo no escucha tangos, se viene tras mi avance de muerto, sobre el cemento vacío de Garay, mis pasos hasta la esquina de barrio, bolsita del mercado chino que flamea con un vino barato dentro de un corazón que piensa en acostarse cuando la noche sea en el tiempo en que suena la radio.
Impresiona la ciudad de desespero escondido, presiona el cuore que escucho me dice: solo deberás cuidarte, solo transitar la ciudad muda, y solo morir si te toca; solo, además, deberás contar las monedas hasta la última, que muchas no quedan.
¿Cuántas vueltas más hasta el giro cerrado sobre el mercado chino de Pavón? La calesita detendrá sus caballos y yo estaré solo en el centro de la plaza. El jinete, su tos poligriya tallada en la misma madera con que corren los caballos luego de dejar el día. Toda vida tiene su calesita, contra las agujas del reloj gira y se eterna el tango: el baile de un mundo que al fin se ha roto.
¿Qué, cómo nacer desde el silencio en esta ciudad con aire de decorado? Escuchando el silencio entre mis pasos apareció la idea de esta escritura que junta historias de broncas, derrotas y posibles victorias. Imágenes, sensaciones, la realidad y la ficción de las palabras, todo el revuelto Gramajo sobre la calesita de los días que, a diferencia del paisaje, gira rápido. Entonces uno se mira en el espejo propio y pasa al espejo de todos. Desde cada refugio se busca ser parte del refugio de todos; es el pensamiento y la toma de consciencia la llave que habilita la puerta por donde pueda circular la suma de los nuevos pasos, esos que se escuchan, esos que alumbran los caminos luego de habitar tiempos de encrucijada. Sueño con una sociedad héroe, con otro final, basta de finales de película: la docilidad de la costumbre. Recuerdo a Juan Salvo, el eternauta, uno más de nosotros, uno más entre nosotros, un hombre de historieta argentina donde el pueblo termina con el invasor y sus asociados.
El renacimiento de una mirada clara como herramienta para una renovada pertenencia a aquello que apuntala lo humano, el derecho olvidado. No toda la sociedad argentina, tampoco la global, entiende memoria y derechos humanos. Filos como neoliberalismo, mérito, egoísmo, odio, pertenecen al serrucho con que el lobo trabaja el barullo en la caramelera del que no se sabe ignorante, del que no sabe que él mismo es filo del hacha de nublar del verdugo.
Tiempos de aislamiento. Muestrario salvaje de la estupidez humana trabajada día a día, cuando la velocidad funda el olvido (Marcelo Schapces). A la vez, horas para encontrarse pensando, leyendo más allá de la historia propia, por dolorosa que esta sea. Existimos, existiremos en tanto podamos ver al otro, ser en el otro.
Era un día con el corazón asediado. Escuche mis pasos en Mármol y Garay. En todo el día había pronunciado una sola palabra: Gracias, dije al chino. Supe que ignoro cómo termina esta historieta. También supe que no estoy solo en este mundo enfermo por el virus de un capital que discrimina, excluye y mata. Luego encendí mi radio, la mirada clara desde la esquina del barrio de todos.
Edgardo Lois / Marzo 2020 / Buenos Aires