Coto, ahora sí te conozco
Vicente Ferrer, 68 años, demencia senil, muerto por intentar robar un trozo de queso, una botella de aceite y dos chocolatines.
Por Mario Bellocchio
Cuando el viernes 16 de agosto por la tarde Nico Ramos pasaba frente al Coto de Brasil y Perú vio un tumulto que le llamó la atención. Cruzó y pudo observar tendido en el suelo a un hombre de edad avanzada a quien un policía de la Ciudad –aparentemente– trataba de practicar reanimación. Tomó la foto del suceso y la subió a la web mientras otro policía lo increpaba por testimoniar el hecho.
A partir de ahí pudo enterarse el porqué del revuelo: la víctima era Vicente Ferrer, de 68 años, quien momentos antes había sufrido una paliza descomunal de manos de Gabriel Alejandro de la Rosa, vigilador privado contratado por Coto, 27 años de edad, y Ramón Cerafín Chávez, 32 años, empleado de Coto, por negarse –aparentemente– a devolver mercadería hurtada del comercio: 500 gramos de queso fresco, dos chocolatines y una botella de medio litro de aceite.
Las versiones dispares del incidente, sin embargo, no permiten divergencias en las fatales consecuencias: Vicente Ferrer falleció como consecuencia de los golpes recibidos y los autores del asesinato están detenidos, acusados de homicidio. El caso es investigado por el juzgado Criminal y Correccional 33 a cargo de Darío Osvaldo Bonanno.
De la víctima trascendió que se trataba de un humilde vecino jubilado quien vivía solo en un departamento de pasillo a dos cuadras del lugar del hecho y que –al parecer– padecía de demencia senil. Su hija, que vive en Alemania, viajó al país ni bien se enteró del suceso que conmovió por la crueldad con que dos jóvenes atacaron a un anciano enfermo que roba una pequeña ración de alimento.
A raíz de esta tragedia contemporánea hija del hambre y la desocupación, a los periodistas Matías Máximo (1) y Sebastián N. Ortega (2) se les ocurrió emprender una investigación sobre la metodología “Coto” de salvaguarda de su mercadería y el régimen disciplinario con su vigilancia interna y sus empleados, y recurrieron para evaluar sus averiguaciones a los conocimientos que la socióloga Paula Abal Medina (3) estudió durante más de una década.
“Si le roban a Coto pagan los empleados”
“Para entender el homicidio de Vicente Ferrer es necesario comprender el sistema de castigos y maltratos a los empleados: cada vez que alguien roba mercadería los trabajadores deben pagarlas de su bolsillo”, comienzan diciendo en su trabajo para “Cosecha Roja”(4).
“Uno de los entrevistados por Paula Abal Medina lo dice claro: ‘Coto nunca pierde’. Cada vez que hay un faltante de mercadería en una sucursal el responsable es el jefe de sector. Si alguien se roba un queso el encargado de lácteos debe pagarlo de su sueldo y él y los miembros de su equipo pueden recibir una suspensión temporal o una degradación del cargo. Eso explica –en parte– la inexcusable violencia con la que responden los empleados ante un intento de hurto; eso explicaría por qué dos trabajadores persiguieron a un jubilado y le pegaron hasta matarlo”.
Hastiado de los descuentos a que lo sometían cada vez que faltaba mercadería en su sector, un empleado desarrolló un método de escarmiento por el que mantenía encerrados durante 20 minutos a oscuras en cámaras frigoríficas de 21º bajo cero a los capturados in fraganti “Está oscuro, tienen miedo y frío. Ese tipo no vuelve más”, explicó. Otros preferían el encierro con paliza incluída. “Llega un momento en el que vos decís ‘yo no quiero perder, no quiero que me falte plata, y así es como te vas uniendo a todo eso. Después te terminás riendo, lo contás como una hazaña o como algo gracioso”, relató un ex encargado sin aclarar qué tipo de escarmientos se le propinaba a las mujeres.
“Ser sólo un número más. Trabajadores jóvenes, grandes empresas y activismos sindicales en la Argentina actual”, es el libro en el que Paula Abal Medina incluyó varias de las decenas de entrevistas en profundidad que realizó entre 2001 y 2010. “Coto era el orden de la ilegalidad, allá por el 2001. Y vuelve a serlo cada vez que le resulta posible”, contó la socióloga a Cosecha Roja.
“En esa empresa funciona un dispositivo que llamé de ‘exaltación de la debilidad del trabajo’ que transforma situaciones límite de este tipo en algo rutinario. Es decir: no siempre desembocan en la muerte, pero sí crean un sufrimiento y una indefensión descomunal”, explicó Paula Abal Medina.
En la Comisaría Vecinal 1 E de la Policía de la Ciudad una empleada de una panadería próxima al lugar indicó que “previa a la detención los empleados de seguridad le habían efectuado gran cantidad de golpes de puño, en momentos que el sujeto intentó arrojar la botella de aceite que tenía en sus manos hacia uno de ellos, sin lesionarlo”.
Además se señala que el empleado de seguridad de una empresa tercerizada que recibe órdenes de la cadena de supermercados, Gabriel de la Rosa, de 23 años “cumplió con el protocolo que es proteger que no se lleven las cosas. Civilmente se puede retener a un individuo que hurta, no detener: se llama arresto ciudadano eso”, dijo a Cosecha Roja Alejandro Broitman, abogado defensor del joven, quien agregó que “la foja de servicio de Gabriel de la Rosa es intachable respecto de todos los exámenes psicofísicos y jamás tuvo una sanción. Si cumple mal con sus funciones corre el riesgo de ser despedido. Él está para cuidar que la gente no se lleve cosas del supermercado. Esta persona traspasó la línea de cajas sin compra alguna pero llevaba entre sus ropas la mercadería. El protocolo que él tenía que cumplir era pararlo y llamar a la policía, que es lo que hizo”.
Desde su inauguración en 1987 el emporio Coto ha adquirido dimensiones colosales a punto tal que despliega sus 121 sucursales distribuidas en la Ciudad de Buenos Aires (65), 43 en el Conurbano (16 en la zona norte, 14 en la sur y 13 en la oeste), 7 en Santa Fe, 3 en el Partido de la Costa, una en Entre Ríos, otra en Neuquén y la restante en Mendoza.
Joaquín Coto le pasó la posta a su hijo Alfredo sobre comercialización de carne. Y Alfredo, que sobrevivió a todas las crisis, fue construyendo su propia metodología para sobrellevar hambrunas e hiperinflaciones sin que los saqueos resultaran devastadores, a través de la autodefensa que llegó hasta la acumulación de su propio arsenal. “El empresario convirtió a sus empleados en ejércitos armados con palos para defender cada una de las sucursales”. En diciembre de 2001 declaraba “Coto es una empresa y la asistencia social no es una tarea que nos corresponde a nosotros”.
“En 15 años la familia Coto acumuló ametralladoras, rifles, escopetas, pistolas, revólveres, armas antitumultos, chalecos antibala, 22 cascos, 29 escudos antitumulto, 227 granadas y más de 3 mil municiones que escondieron en un depósito en la casa Central de Caballito. El arsenal fue descubierto de casualidad por un grupo de inspectores de la Agencia Nacional de Materiales Controlados (ANMaC), el organismo que controla la tenencia y comercialización de armas”.
Según explicó el periodista Diego Genoud en la revista Crisis, de la declaración de los empleados se desprende que las armas eran para reprimir posibles saqueos.
¿Justicia por mano propia? ¿Un empresario que se siente dejado de lado y resuelve cubrir la plaza abandonada por el Estado en su debida protección? Eso, quizás, en su momento fue el origen de esta militarización. Pero ¿Cómo se detiene ahora este despropósito empresario salido de madre?
A Paula Abal Medina un ex encargado del sector de lácteos le explicó: “Cuando llegás a jefe tenés que ser un hijo de puta, si no, no servís; es así”. Y Paula reseña: “La exaltación de la debilidad del trabajador como singularidad histórica del capitalismo neoliberal”.
En Coto, por caso: “Los encargados de sector deben rendir cuentas mensualmente de sus balances en estas reuniones a las que a veces también asiste el dueño de la empresa. Un nivel de ventas en el sector que la empresa considera menor al esperado, desencadena una multiplicidad de sanciones: desde una disminución salarial hasta un descenso”.
La política del gallinero. La descarga piramidal de la cadena de violencias: del empresario a los jerárquicos, de los encargados de área a los repositores y guardias de seguridad.
Este tipo de procedimientos con matices diversos no es exclusividad de Coto. Coto lo exacerba por ser una cadena de venta directa alimentaria que ha creado la perversa reglamentación de descuento y sanción a sus empleados por los robos de su sector sumadas a las carencias que el hambre y el desempleo multiplican.
…Y un pobre anciano enfermo termina muerto por un trozo de queso, una botella de aceite y dos chocolatines.
(1). Matías Máximo (@letrasalfilo) Redes sociales y comunicación. Es especialista en periodismo cultural por la UNLP, universidad en la que participó como docente. También estudió en TEA, donde obtuvo un primer premio de crónicas. Colabora con varios medios culturales de Argentina y América Latina cubriendo noticias sobre disidencia sexual, literatura y judiciales. Participa en eventos de poesía y filosofía.
(2). Sebastián N. Ortega @ElFantasista_Leproso (Hincha de Newwells). Periodista. Rosarino exiliado. En @CosechaRoja. Le pongo voz a #HeVistoMorir, el podcast de forenses y criminales de @revistaanfibia y @A24com.
(3). Paula Abal Medina (1975) es socióloga y trabaja como docente y como investigadora en la Universidad Nacional de San Martín y el CONICET. Participa también en experiencias de formación política y sindical en FOETRA, Sindicato de Trabajadores del Subte, CONADU y SEC (Rosario).
(4). cosecharoja.org