Chile campeón
Por Mario Bellocchio
Yo grité los cuatro goles del Pipa, pero en la final se erró un mano a mano. Yo me puse de pie y grité los tiros libres de la Pulga al ángulo, pero en la final se sacó de encima el primer penal.
Siendo Messi el que patea con las consecuencias anímicas para el resto que eso acarrea –sí, se lo sacó de encima cuando venía de un primer penal adversario atajado por Chiquito. Él que pausadamente se abrochó los botines antes de un tiro libre contra los yanquis, y convirtió– se lo sacó de encima y ni amagó contra su cumpa del Barcelona ¡Y lo tiró a las nubes! Todo bien, todo lujo antes de enfrentar a este enjundioso equipo chileno, más apegado a cantar el himno puño en pecho que a jugar un buen fútbol, si a eso se le llama mística campeona antes que juego de equipo. No son el cuco pero parecerían serlo frente a este buen equipo argentino que, si bien merecería más suerte, también necesitaría, antes que un técnico, un buen sicólogo que los despegue del diván, porque tienen más complejos que Edipo.
Y Messi, a no dudarlo, pese a su innegable e inigualable talento futbolístico, tiene mucho que ver con todo esto. ¿O no se le ganó con holgura a este mismo equipo con la Pulga en el banco?
Se sabía –y se decía, ante esa posibilidad– que si perdíamos se podía venir una crisis de convicciones técnicas, tácticas y de aptitud profesional. Aunque, lo que queda claro es que la crisis transita más por la actitud –presiones sicológicas mediante– que por la innegable aptitud del 90 por ciento de nuestros jugadores.
Lo concreto es que Chile, con otro técnico argentino, volvió a plantearnos un partido donde a Messi se lo marcaba de a tres y cuatro jugadores que se relevaban en el compromiso, pero hete aquí que los trasandinos juegan con once –y unos cuantos minutos con diez– y nosotros no supimos o no pudimos encontrar los que quedaban libres por ir a sobremarcar a nuestro crack. O sea, elemental Watson, desaprovechamos las ventajas que daban los rojos, que no son Súperman ni mucho menos, y desperdiciamos todas las opciones que dilapidamos en el primer tiempo. Después vino el disparate ansiosamente equilibrante de este macaco vestido de árbitro con la roja a Rojo por “mancha venenosa” y todo tendió a la paridad que no supimos quebrar.
Y vuelta a los penales. Y vuelta a la frustración.
The end.
Go to sing a song to Gardel.
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