Chau, Rafael Vásquez
La escritura nos salva.
Edgardo Lois.
Mi amigo Rafael partió de su Buenos Aires a los veinticinco días de agosto de 2020, el año de la pandemia. Se fue a otra Buenos Aires, a una de otro tiempo. Establecimos café y charla, las entrevistas, los encuentros en presentaciones de libros (el último en la tarde que el Teuco Castilla presentó tres libros, hermosa locura de poeta); primero fue la admiración por su poesía, después nuestra amistad, un mundo que sucede desde 2011. Rafael siempre dejaba claro que era un hombre avisado; comprendía la vida, por eso la hizo suya.
En diciembre de 2011 el poeta Rafael Vásquez, a poco de la aparición de Explicaciones y retratos me decía:
Estoy jugado por las cosas que he hecho y por el paso del tiempo, soy un hombre viejo. Creo que sí, en este libro la muerte está mucho más presente, y en él se entrecruzan los amigos muertos. Hay un poema “Disposiciones últimas” que lo encontré un poco duro, y si bien mi mujer, mis hijos, lo conocen, nunca quise leerlo en público, pero en concreto ese es mi pedido, quiero que me cremen y esparzan las cenizas en algún lugar donde hemos estado, basta un buen recuerdo. No voy al cementerio, los afectos, los muertos familiares, los amigos, están en mí, en los recuerdos, en lo que tengo, si fueron poetas, también en los libros. No están en la tumba.
Recordaba estas palabras en una nota de 2016, acababa de aparecer Pequeñas muertes, provisorios olvidos, inevitable mirar hacia el mojón anterior. El reflejo de una encrucijada a gusto de Rafael que, podría afirmarse, ha ensayado en estos dos últimos libros, sobre la vida, el tiempo y la muerte, sobre los amores, los amigos, la memoria y el olvido.
En 2016 escribí: Al poeta no hace falta que nadie le avise que es un hombre mayor, que los años se fueron sumando, y que esa suma dio aire al buen poeta y peldaños de gran altura –que es cuando se supera el puentecito de los 80 pirulos– al hombre, motor y esencia del poeta. Sabe entonces Rafael que implica un riesgo andar por las grandes alturas de la vida, y entonces (esto ocurre en los dos libros citados) asume los presentes sucesivos. No deja de agradecer la felicidad en esta vida, aunque a la vez no deja de marcar los límites. Dice con la tranquilidad de haber vivido a consciencia, la tranquilidad que da el haber entendido de qué se trata la vida cuando se la acompaña con el pensamiento y el compromiso con la escritura.
En 2018 apareció Tanta luz de recuerdos. De sus páginas: La voz del semejante:
Nadie vence la muerte. / Y es lo justo, pienso cuando los años / se acumulan y acuden los recuerdos. / ¿Qué señales dejamos? / La luz de los encuentros todavía / nos dicta un argumento. / La escritura nos salva. / Y aquella otra palabra que nos viene / cargada de poesía: la voz del semejante. / Vale la pena el día / cuando por la lectura / descubrimos la voz que no esperábamos.
Es tiempo de Disposiciones últimas, el poema exige: Cuando me vaya / no quiero ceremonias. / Si alguien vuelve a acercarse que lo haga entre recuerdos. / No quiero ceremonias, ninguna noche en vela, / porque la noche amable se hizo para el amor o para el sueño. // Apenas lo que mande la ley. Puedo estar solo / porque el diálogo escaso de mi vida ya se habrá terminado. // Ya no sabré escribir, por donde se filtraba / mi verdadera voz / así que en paz quedemos. / Tampoco quiero flores porque su olor se enturbia / y no sabré verlas. / Que a mis pocos amigos les sorprenda el aviso, / como a mí me ha pasado; uno se queda preso / del último momento compartido: una charla en un bar, / una lectura, un viaje en subterráneo / o los cinco minutos de un encuentro casual al cruzar una plaza. // Mi mujer y mis hijos ya lo saben: / las cenizas no pesan y se esparcen, / pueden volver al agua o a la tierra / y hasta entibiarse al sol sin dejar rastro. / Les queda mi apellido firmando lo que he escrito, / esa forma piadosa de engañar al olvido. / A veces me permito todavía repetirme: / no creo en inscripciones grabadas en la piedra / ni en el bronce; ni en huecos que guarden la materia. / La materia es la nada. Me basta un buen recuerdo.
Sabés, Rafael, tu partida me sorprende escribiendo sobre un barco, sobre la forma barco que nos trae, nos sostiene sobre el río, nos espera, nos lleva entre los puertos de hasta ayer no más, mientras las manos hacedoras nacen la escritura que nos salva, siempre sobre la cubierta y los alrededores del barco, el paisaje, la conjunción de la madre en la naturaleza.
Como escribió nuestro amigo poeta José Muchnik:
Querido poeta / a Rafael Vásquez / Te conocí apenas / tus destellos de bondad / tu saludo generoso / algunos poemas / Poesía de luto / ¡Hasta siempre amigo! / Ya nos veremos / de todos modos / una vida era poco / para hablar contigo.
La seguiremos, Rafael, amigo poeta.
Edgardo Lois / Agosto 2020 / Buenos Aires