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Carnaval: “entre la loca alegría”

Por Mario Bellocchio

La fiesta popular del Carnaval y el uso del espacio público para la diversión tienen vieja data porteña y particularmente boedense. Eran célebres: el Corso de Boedo, los gigantescos bailes en San Lorenzo, las salas, bares y clubes barriales atestados… Y pocos zafaban del refrescante baldazo de los juegos de agua.

 

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Los multitudinarios bailes en el Viejo Gasómetro convocados por San Lorenzo

Entre la loca alegría
volvamos a darnos cita
misteriosa mascarita
de aquel loco Carnaval.
Donde estas Cascabelito,
mascarita pizpireta,
tan bonita y tan coqueta
con tu risa de cristal.

Siga el corso (Tango, 1926). Música: Anselmo Aieta. Letra: Francisco García Jiménez

 

 

 

 

 

Un bigotudo de uniforme gris trepa la escalera. Lleva una guirnalda con no menos de cuarenta lamparitas que dibujan una flor de lis. Un par de cumpas, tan municipales como él, tiran de las sogas que lo ayudan a elevarla.

¡Guarda! –la tarea se suspende por un momento: un 23 y un 30 se cruzan en direcciones opuestas y hay que respetar su paso a riesgo de no poder arrojar las próximas serpentinas. Hay que considerar que están usando las columnas tranviarias para fines decorativos. Y todavía no es cuestión de cortar el tránsito, para eso falta un par de días más. De todos modos la actividad es febril: desde Independencia hasta San Juan un centenar de operarios trabajan en la decoración de Boedo, su calle, sus veredas y el armado del palco, en San Ignacio, por donde desfilarán las mascaritas del concurso de disfraces y el animador estirará el final de los nombres de las comparsas y las murgas…

¡Con usteeeedes los Marinos Uniiidos del Plaaaata! Y se viene la comparsa. Adelante una banda con tutti que precede a los estandartes… y luego la tropa. Todos correctamente vestidos de marineros, chicos y chicas, con servilletita, gorra y demás. A pesar del despliegue, sólo una estrella de una Vía Láctea de animaciones del Carnaval.

A Pepito lo mandan ¡a las cinco de la tarde! a sentarse a una mesa del Río de Oro* para que toda la familia pueda comenzar a gozar el espectáculo a eso de las ocho y media, con las primeras oscuridades del cielo minimizadas por miles de lamparitas, inusitado brillo de aquel tiempo carente de cuarzos. Pepito no se aburre para nada, gasta los primeros centavos, que avalan una ocupación prematura, en una Pomona y un paquete de papel picado. Y observa: aparecen las primeras mascaritas. Son chicos como él. Una colombina, un “conboi”, un zorro…

Aquel está muy prolijito, me parece que se lo compraron en Casa Lamota, donde se viste Carlota, como dice la propaganda. Yo me conformo con mi careta de Frankenstein –piensa, y se la coloca provocando el espanto de una pequeñita que

pasa a su lado.

En media hora más, apenas si se podrá caminar por Boedo. Chicas y chicos, muchachas y muchachos, nonos y nonas, familias enteras revoleando serpentinas, papel picado…, alguno con mayores recursos haciendo gala de su lanzaperfume –¡Atenti con los ojos que arde!, otros con un pomo de agua perfumada envasada en riguroso tubo de plomo.

Los boliches del entorno aprovechan la bolada y meten mesas hasta en el empedrado.

Los bondis desviados, como el 30, deben ir hasta Emilio Mitre por Pavón. Los colectivos no necesitan semejante rodeo. Pero ambos hacen una “diaria” abundosa trayendo pasaje desde lugares distantes para compartir… el Corso de Boedo.

Para los que gustan de las butacas y esas comodidades, el Teatro Boedo les ofrece, a partir de las 21, a Buono-Striano y un enorme desfile de números circenses y comparsas que dura –literalmente– hasta que las velas no ardan. Cuando ya asoman las primeras luces los acomodadores baten palmas invitando a retirarse al insistente

público que pide ¡otra! Pero si usted quiere participar de semejantes animados madrugones deberá haber pasado hace un par de días por boletería, porque hoy, para hoy, no hay más localidades.

Aquí a la vuelta, por San Juan, a unos metros de Boedo, el club Mariano Boedo también ofrece lo suyo, concurso de máscaras y reunión familiar, o para constituir familia, ya que no pocos de los concurrentes se dan ahí su primer abrazo acompañados por las más selectas grabaciones. Los que le tiran más los pasodobles y españoladas, sin desdeñar algún tanguito de vez en cuando, tienen La Balear en Colombres.

Y los milongueros que se prenden a tangos y valses tanto como rumbas, mambos y fox-trots tienen el Coliseo de avenida La Plata llamado Gasómetro: ocho grandes bailes ocho. La multitud convocada empalidece a la que sube a sus tribunas para un clásico. Allí, en simultáneo, mientras D’Arienzo arremete con La Cumparsita en la pista de patinaje, Héctor y su Jazz entrega You belong to me, para que Lois Blue derrita a media concurrencia del Salón San Martín, y los Hawaian Cuban Boys pegaditos al mural de los granaderos, y en la acuática vecindad de la pileta, hagan mover hasta las piedras con los ritmos caribeños. Esperan en el banco Troilo, Fresedo, Pugliese, Tanturi con Castillo… y siguen las firmas. Hay para todas las edades y gustos con sólo caminar unos metros. Los pocos respiros los brindan las estrellas del canto: Morán puede llegar a detener la respiración de cinco mil féminas con su Pasional. La habilidad de los pies se traslada a los atentos oídos.

A continuación, las tres últimas grabaciones de la noche –en el Mariano Boedo despiden galantemente a la concurrencia a pesar de la protesta de uno al que se le fue un poco la mano con la cerveza. Algunos se mandan la última franela con el Adiós de Glenn Miller prometiendo la continuidad para mañana. Otros, más conscientes del desgaste, reparan en que este es el primer sábado y quedan otros tres días corridos por delante.

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Los baldazos barriales no tenían límite de edad

Una barra de muchachotes recuerda que mañana, después de la raviolada y un breve descanso, tienen un desafío a baldazos con las pibas vecinas. Es uno de los tantos cruces acuáticos barriales, a veces programados; otros, los más, originados en un impensado chapuzón que genera la escalada de venganzas. El agua, los resbalones y los baldes, todavía ajenos a la difusión del plástico, suelen generar algún contuso leve o un futuro ausente de las caminatas por el corso y, ni hablar, de la milonga. Por eso no son pocos los que eligen el método menos peligroso de las bombitas, pequeños globos llenos de agua y anudados en su boca que sorprenden a cualquier hora a la piba descuidada y, no pocas veces, a algún muchachito atacado por chicas agazapadas al efecto. Un pasillo sirve de escondrijo: una banda de pequeñines que todavía no participan de las guerras se encargan del llenado de globitos que pasan a ser depositados en un balde con agua a la espera de algún incauto/a…

¡No, chicos, que no me puedo mojar!

–el comandante de la barra nos susurra discretamente: –¡Déjenla pasar que está

con el “asunto”! –Y asunto terminado: a buscar otra candidata.

Hoy es el último día. Los bailes tendrán por delante un fin de semana más. El corso no. Se palpa la melancolía de la despedida mezclada con la habitual del domingo.

Pero todo el mundo empuja para que no decaiga ayudados por la expectativa sobre la consagración de la mejor mascarita y demás premios de concursos. Todo antes de la medianoche –mañana se labura–. Las ovaciones se van diluyendo. Pitos, matracas y cornetas son guardados prolijamente para el año que viene. Casi llegando a Independencia parece haber una comparsa que no desfiló: un centenar de uniformes municipales esperan la orden del capataz para empezar la limpieza y el desarmado. Las guirnaldas callan su lenguaje de watts. Los cepillos de los mussolinos juntan montañas de papel picado y serpentinas. El primer 30 habilitado, después del largo corte, hace el cambio para doblar por Carlos Calvo. Un bigotudo de uniforme gris trepa la escalera. Baja una guirnalda con no menos de cuarenta lamparitas que dibujan una flor de lis.

Fuentes: Recuerdos personales de los Carnavales de Boedo década del 50donde mis vivencias se entremezclan con algunas más añejas de vecinos convocados para el trabajo que realizó el Instituto Histórico de la Ciudad de Bs. As. en 1991, un taller de historia barrial publicado como “Boedo, chispazos de Carnaval”

(*). “Río de Oro” se llamaba el bar de la esquina de Boedo y Carlos Calvo.

La foto que presenta al artículo pertenece a la decana murga boedense “Los Dandys” en los años 50’s.

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