Bares y toldos: Boedo en la mira
Por Mario Bellocchio
En poco tiempo más un panorama ya habitual del centro de Boedo con su variada oferta gastronómica puede ser sólo un recuerdo.
Hablamos del par de cuadras de la avenida que van desde Estados Unidos hasta Humberto Primo donde, desde hace ya unos años, la gastronomía le cambió la cara al centro del barrio.
El éxito comercial auspiciado por la aceptación popular del convite y el generoso ancho de las veredas originó la masiva gestión de permisos para ubicar mesas al aire libre.
“Frente a los establecimientos habilitados como bares, cafés, confiterías, heladerías, pizzerías y restaurantes puede autorizarse la delimitación sobre la acera de un área gastronómica, dentro de la cual estará permitido instalar mesas, sillas y parasoles”1 –señala con respecto a la habilitación de uso comercial del espacio público, la reglamentación vigente1.
Pero “¿quién quiere pagar los altos costos de su habilitación durante un año para poder usar el permiso, con suerte, cuatro meses?” –pregunta Pablo Durán, propietario del Café Margot. Sí, porque el clima, nuestro clima porteño, acota demasiado las perspectivas de uso exterior si no se lo protege de las inclemencias mediante entoldados u otras coberturas. Y ahí comienzan los problemas de convivencia con las ordenanzas que dejan librada a la interpretación de la “autoridad de aplicación” muchas aristas, demasiadas, como para que los funcionarios desplieguen libremente su parecer, su gusto personal, su capricho y, lo que es sumamente importante, la honestidad con que desempeñan su cometido.
Simultáneamente en una ficha educativa2 publicada por el Gobierno porteño, se señala con especial énfasis a la “ocupación ilegal del espacio público” como una de las problemáticas de la Ciudad de Buenos Aires, resaltando que “la ocupación de la vía pública quita espacio de circulación y esparcimiento, generando conflictos entre los peatones”. Y agrega: “La obstrucción del paso en veredas a causa del incumplimiento de la normativa con respecto al tamaño o cantidad de mesas y sillas de bares y restaurantes, puestos de diarios o de flores, obstaculiza el paso de peatones”.
Ahora bien: de la transformación de las veredas en un desfiladero por parte de algunos abusadores de espacios reducidos –por caso ciertos quioscos de vereda angosta–, a la holgada distribución de mesas en las amplias veredas boedenses hay una considerable distancia a tener en cuenta por funcionarios “más papistas que el Papa”.
Aquella ficha educativa citada completa la observación señalando que: “La colocación inapropiada de toldos, afiches publicitarios, carteles salientes, marquesinas o estructuras publicitarias en veredas, impide la visualización de señales viales y carteles informativos, degrada el paisaje urbano, distorsiona el patrimonio construido y genera contaminación visual”.
Lo referido a “la colocación inapropiada de toldos” requiere, cuando menos, una detallada enumeración sobre cuando esa colocación resulta “apropiada” y cuando no.
Al respecto la reglamentación vigente señala que: “En aceras de ancho igual o superior a cuatro metros el área gastronómica puede contar con un elemento de protección a modo de cubierta (se refiere al entoldado) que se ajuste a las siguientes condiciones: a) Las cubiertas deben ser de materiales ignífugos, textiles o similares, soportados por elementos ligeros, totalmente desmontables. No pueden contener publicidad salvo el nombre del establecimiento, su isologotipo y el rubro. b) En ningún caso se aceptarán paramentos o faldones laterales, que actúen a modo de cierre ni se permitirá la colocación de maceteros u otro tipo de elementos sobre la acera y c) No se admite la colocación de parasoles y cubiertas simultáneamente”3.
El rigor del inciso b) –en “ningún caso faldones laterales”– es un elemento claramente objetable de la reglamentación que transforma a los entoldados en meros cubresoles veraniegos e inútiles protecciones de otros rigores climáticos en una ciudad que despliega temperaturas de un dígito ya comenzado noviembre. Y sirve en bandeja la intimación y el rigor a inspectores quisquillosos.
¿A qué se debe el particular “esmero” de los funcionarios que hace acordar a la severidad desplegada post-Cromagnón? Circularon versiones al respecto: “que se está preparando el angostamiento de veredas para un presunto metrobús”; “que Boedo sería el corredor hacia la Sede de Villa Lugano para los Juegos Olímpicos Juveniles de 2018 y debe exhibir espartana prolijidad”; “que la queja de los comerciantes boedenses sobre los abusos tarifarios puesta en el aire por diversos canales de cable generó una persecuta reglamentaria”; “que el visible éxito comercial de las veredas boedenses generó la codicia de los funcionarios que tienen en sus manos –y la ambigüedad legal los habilita– la sanción o tolerancia de la interpretación reglamentaria”; “que…”, en fin.
Lo cierto es que ya desmantelaron la vereda de “Pan y Arte” y están en camino los establecimientos de la vereda impar:
“Me gasté una fortuna en un entoldado super moderno con control remoto de sus faldones porque los inspectores me lo señalaron como ‘el entoldado reglamentario’, los mismos funcionarios que ahora me lo quieren hacer sacar”, señala Cristian Corigliano, titular de “Don Boedo”, dejando en evidencia que el presunto rigor de las habilitaciones responde a otro tipo de finalidad que va más allá de lo estrictamente legal.
Es importante señalar que este periódico sostiene una conducta sobre el uso del espacio público cuyo epítome es su actuación en la conquista de la Plaza Mariano Boedo. Y que la invasión de las áreas destinadas a espacios verdes es inadmisible, tal como el bar que se pretende instalar en Parque Chacabuco o el Edificio Comunal dentro de la plaza Mariano Boedo. Igualmente sostiene que la existencia legal de las áreas gastronómicas en veredas de amplio porte –Boedo, por caso– reconocen otro tipo de tratamiento siempre y cuando no constituyan una usurpación del lugar público que haga imposible la convivencia con el goce gratuito de ese espacio.
Finalmente señalamos que la reglamentación, en cuanto a entoldados y faldones de áreas gastronómicas, circula a contramano de las tendencias urbanas que tanto se pretende imitar. París, por caso, ofrece decenas de entoldados cerrados, que este cronista no auspicia y que no son, de ninguna manera, los de Boedo, abiertos a la circulación interna y cobijantes del peatón ante adversidades climáticas. De igual modo pueden observarse ejemplos similares en Madrid, Roma, Valencia y hasta en nuestra bella vecina Río de Janeiro.
Pero no necesitamos andar tanto para tener ejemplos de entoldados, antirreglamentarios para nuestra ciudad. Un viaje en subte alcanza para observar el techado de la peatonal Perú, vecino a la Avenida de Mayo, instalado por la Confitería London, que lleva incluídos, al parecer sin objeción alguna, faldones fijos de vidrio y madera. Y decenas de ejemplos similares en Palermo y Recoleta cobijados por la mano de Dios y por los hombres de buena voluntad.
¿Hijos y entenados? ¿O las “luces del centro” hacen invisible al entoldado?
(1) Capítulo 11.8.1, Anexo I de la Ley 2.523 que sustituye al Cap. 11.8 “Colocación de mesas y sillas en las aceras” de la Ordenanza N° 34.421.
(2) “Ficha educativa Nº 9, Espacio público”, realizada por la Gerencia Operativa de Educación Ambiental del GCABA en 2013
(3) Capítulo 11.8.10, Anexo I de la Ley 2.523 que sustituye al Cap. 11.8 “Colocación de mesas y sillas en las aceras” de la Ordenanza N° 34.421.
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