Notas desde Boedo...Primera plana

Avenida Corrientes en una noche

La escritura teje, como el tiempo, sus líneas en el silencio de la noche, cuando la criatura sueña. Edgardo Lois

La escritura es vampira. Convoca historias. Deja hacer, se entrega, y toma, posee mientras dura el viaje. La vampira incita, promete, suelta acertijos en la noche.Y al fin vampiro este trabajador.

Eterna la palabra. La escritura anda por el barrio. En Boedo anoto estas líneas. Cuando una eternidad deriva por el río.

Aparece el llamado con destino de tinta. Es tiempo de una noche hecha de noches. Lugares y tiempos. Recortes de la memoria. Una noche como la criatura del doctor Frankenstein. Noches en una noche que busca volver a la vida. Aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo. Noche regreso. Noche rescate. Una procesión de buenos fantasmas. Yo uno más. El que vuelve, cuenta, inicia camino.

Desde que fui pibe y muchacho (nacido habitante de la localidad de Martín Coronado, provincia de Buenos Aires) soñé con andar, con hacer la vida en el Centro, la Capital, esta ciudad de Buenos Aires. Digo que a los 9 años supe que el centro del mundo a conocer estaba en Corrientes y Callao. Para entender de qué trataba el grande universo había que caminar por Corrientes. Aun sabiendo, como luego supe, que se puede ver la Luna rodando por Callao. Avenida Corrientes fue la llave que brilló en la mano de mi padre. Él me enseñó que la Avenida era la puerta de la ciudad.Desde ella se podía hallar sus tesoros. Por ejemplo, las calles donde esperaban las galerías de arte. De galería en galería. Así mañanas y tardes de infancia. Así el nacimiento de la curiosidad, estas ganas de ver y de contar que hasta hoy me lleva. Y esa sensación de estar haciendo algo importante porque caminaba por Corrientes, porque me detenía frente a una obra de arte. De esta manera tuve noticia de que había imágenes, historias a las que siempre se regresa.

Después fue tiempo para que el muchachito de provincia hiciera salidas al cine con algún amigo. Maravilló el cine, y los cines del Centro. Tanto le debe esta escritura vampira a las películas en continuado.

En esta fantasmagoría se acerca la apertura de la noche.

Es el fin de la tarde. Apaga la tardecita. Cae una garúa de acentuar destinos. Estoy parado en Corrientes y Callao. Escucho una canción. Por primera vez escucho a Fito Páez. Los bafles de la disquería en la vereda. Música en la Avenida. Ciudad de pobres corazones, tituló el poeta a la hora de girar en la ciudad, en tantas ciudades. En esta puta ciudad…, repetía como tango oscuro, dolido. Saludo a Juan, el empleado. Antes de iniciar viaje compro el vinilo. Vuelve aquella noche. Me voy con un poeta de la mano. Por la Avenida, la Ciudad.

Cada librería un afluente de la vida. Pienso. Desde alguna de estas librerías de Corrientes salieron, allá lejos, los libros que mi padre me regaló desde que comencé a andar en el arte de la lectura. Regreso a Las aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain, Colmillo blanco de Jack London, Un capitán de quince años de Julio Verne.

Entro a una librería. Luego a otra. De las que ofrecen ofertas. Libros de saldo, o provenientes de bibliotecas que perdieron a su guía espiritual, su hacedor. En las mesas de estas librerías aguardan cantidad de libros, de momento, olvidados, perdidos. Y muertos. Y resurrectos luego de hallados en estas islas pirata que siempre esconden tesoros.

El Obelisco al fondo es el gnomon de mi reloj de urbanía. Desde la 9 de Julio la mirada se va camino al Bajo. El artilugio mágico sueña, sea con sol o luna, en la garúa eterna del tiempo. Una garúa que nada más llega, chamuya en silencio, mientras colorea, veloz y lenta su manera, la arena de la playa escenario donde transcurren los días.

Regreso a mi huella sobre la Avenida en la esquina de Corrientes y Montevideo. Café La Paz. Mi mesa preferida en la ochava, a un lado de la puerta, la de la izquierda, la que mira hacia la Avenida. Pero en esta noche las mesas se iluminan con toque de luciérnaga en el aire interior del café suspenso en el tiempo. Café de tardes de lectura y escritura. Ambiente amplio y pocas mesas ocupadas. Tan plena esta noche que escribo, que hasta convoca ciertas tardes de ayer. De tarde cuando, a poco de conocer en una librería al escritor Gabriel Montergous, fundamos el primer café en La Paz. Ninguno sabía que aquella tarde comenzábamos a reconocernos como amigos. Además, en La Paz de esta noche, vuelvo a verme tentado, atraído por el esquivo sueño del amor en la mirada de delicadas damiselas.

Es noche de jueves a la que vuelvo. Elijo llegar temprano al punto de encuentro: Corrientes y Montevideo. Espero sobre Corrientes. Frente a La Paz. Eterno el estacionamiento. Parado en la esquina para ver pasar a los caminantes. Alguien con aire de personaje literario, de posible invitado al banquete de Severo Arcángelo, casi vuela sobre la vereda de La Paz. Lleva galera, pelo largo entrecano y enrulado, frac, anteojos circulares, bigote, una pincelada de barba, una gota, en la pera. Va montado sobre patines. Un habitué del escenario urbano. Veo pasar hermosísimas mujeres. Me veo habitando la noche de la Avenida. La ciudad como telonera de la llegada de los amigos.

Una fija. Luis llega primero. Esperamos unos minutos. Claudio que avisa con brazo en alto. Somos tres habitués de Buenos Aires. Caminamos por Montevideo hasta Sarmiento. Aguarda Chiquilín en la ochava. Con qué fuerza se manifestaba la vida en aquellos años, a buen resguardo del muchachito ingenuo, a buena distancia del hombre mayor que ahora mismo veo en el espejo del baño, el hombre que bien entiende que el tiempo para las historias también se evapora de noche. Sólo un par de tragos de vino queda en la copa. El aroma del tiempo invita al interior de esta noche en Chiquilín. Eternos los amigos sentados a la mesa. Afuera la maravilla de la ciudad. Noche de entraña y ensalada de apio y radicheta. Vino tinto de la casa. Jarra metálica. Si había moneda para la comida, no alcanzaba para una buena botella.

En esta noche de ayer volvemos todos los que fuimos habitués de los jueves. Tres en la base: Luis, Claudio, y quien esta ceremonia recuerda. Pero luego en las mesas, otra vez la intermitencia de la luciérnaga, se iluminan Daniel, Ricki y el Turco. Todos actores y bailarines de tango, en esencia los inicios de un grupo de amigos artistas. Saqué la sortija en la calesita de mi vida cuando llegué hasta ellos. Quizá para que a través de los años haya sido testigo y cronista de esta historia. Sobre mesas de madera el cuento de nuestras historias perdidas, la lista de los lastimados. Amigos que se escuchan en la noche. Hay tristeza. También la humorada que equilibra. Este nuevo brindis propuesto a Luis y Claudio. Salud a todos.

Nos despedimos sobre Avenida Corrientes. Continúa la noche, la garúa. Continúa nuestra historia de amor con Buenos Aires. El amor, casi siempre se trata del amor.

Afuera de cada Buenos Aires espera Buenos Aires, eterna su presencia como eterno el impulso necesario de cada escritura. Quizá la ciudad sea la historia de amor primera luego de soltar amarras en el puerto de la vida. Otra historia de amor es la escritura. Como en cada una de las historias enamoradas, el dolor de la tristeza, de los finales, está mano a mano –entrelazado el boceto– al sueño efímero de la felicidad. Buenos Aires vampira. Escritura vampira. En esta puta ciudad…, canta el poeta. Y hay personas viviendo en la calle, bajo la autopista. Y se abrazan los amigos. Buenos Aires siempre fue un refugio duro, lo fue, lo sigue siendo. Una historia de amor en la noche, en la garúa. Real. Salvaje. Desde Corrientes y Callao sigo la Avenida. Sigo el impulso de escribir mi propia Buenos Aires, la ciudad de donde nunca me tendría que haber ido. La ciudad a la que regresé. La ciudad donde pasé el aislamiento. En Buenos Aires mi fundación, mi amor y mi desamor. Mis soledades y mis miedos. El poeta me invitó aquella vez a ser en la ciudad, una identidad devenida desde poética urbanía.

En la noche Luis pidió pedacitos de queso provolone para el final. Llevo el vinilo de Fito a la mano. En esta noche. En esta puta ciudad…, duele, puede doler Buenos Aires, y al mismo tiempo es felicidad ante el día que promete el capítulo presente, y esa misma música, ese mismo tango, tan nuestro en el abrazo melanco, permite el regreso a aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo.

 

Edgardo Lois / Febrero 2022 / Buenos Aires

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