Arbitrariedad para todos
“Anoche, en Almagro. El dueño de un geriátrico atacó a balazos a dos inspectores”. “Se resistió a un operativo de rutina. Uno de los heridos, en grave estado”.
Hoy se cumplen 6 años de que Clarín titulara así al increíble episodio sucedido el día anterior y que aún permanece envuelto en los manejos judiciales sin la correspondiente sanción a quien lo llevó a cabo en presencia policial y que, créase o no, sólo estuvo 4 meses detenido.
El agresor, un médico dueño de la “Residencia Geriátrica Suiza”, de Gascón 741, Mario Eduardo Grinstein, consumó su delito mediante un arma de guerra calibre 38 aunque, como luego se supo, estaba inhibido por el RENAR para su portación dada la frecuencia de su participación en episodios violentos.
De todos estos hechos emergió milagrosamente con vida, luego de la oportuna intervención del SAME y el equipo médico del Hospital Durand, el inspector de bromatología del GCABA agredido, Pablo Segade.
La “residencia geriátrica” prontamente cambió de denominación: pasó de “Suiza” a “Avus”, con la evidente finalidad de lavar de culpas al establecimiento aunque más no fuera a través de su nombre. La defensa del flagrante intento de asesinato en presencia policial fue encargada al estudio de Pablo Lanusse, aquel Fiscal a cargo de la investigación de la mafia del oro y que luego, involucrado en la causa Nisman, aseguró, en 2015, que el gobierno tenía las manos “manchadas con sangre”.
La víctima aún recorre tribunales y expedientes en busca de una justicia proclive a aceptar todos los vericuetos que le permitan al reo escabullirse hasta cumplir los 70 –sólo le falta un año– para poder disfrutar de los privilegios acordados en las sanciones a mayores de edad.
El sobreviente Pablo Segade recuerda todos aquellos episodios donde, como relata, creyó que se moría.
“Faltan pocas horas para que se cumplan 6 años del hecho trágico que casi nos cuesta la vida a mi compañera y a mí. Si bien ya han pasado casi 6 años sin justicia aún, por todas las chicanas procesales que Lanusse ha presentado para que Grinstein llegara a los 70 años (ya tiene 69), el juicio oral está llegando a su fin. Este jueves 22/9 serán los alegatos y el viernes cerrará Lanusse vaya a saber con qué otro artilugio para que se siga demorando la justicia”.
“Las inspecciones de bromatología, en general, son realizadas por dos inspectores que concurren juntos, movilizándose por transporte público, camionetas del GCABA o mediante sus vehículos particulares, cumplimentando una orden de trabajo previamente indicada por escrito. El día 21/09/10 me presenté como todos los días a la DGHySA, a las 19 hs” (…)
“Ese mismo día, mi compañero habitual de inspección, el Dr. Jorge Salvanhac, ingresó más temprano y fue destinado al Operativo de Control de Venta de Alcohol que se desarrollaba en el Parque Tres de Febrero por el día de la primavera” (…) “Por tal motivo, se me designó como compañera de inspección a la Srta. Estela Mansilla” (…) “el cuarto –y último– objetivo fue el geriátrico ubicado en Gascón 741 que se encontraba con su cocina clausurada desde el día 19/9/10 por presencia de cucarachas” (…) “En este último objetivo, se nos encomendó la orden de realizar la ratificación y el sellado de la clausura preventiva de la cocina del geriátrico, procedimientos éstos que se realizan habitualmente 24 a 48 hs. posteriores a la clausura preventiva” (…)
“Siendo aprox. las 20:20 – 20:30 hs, nos presentamos en el mencionado geriátrico (…) y tocamos el timbre de Gascón 741, siendo atendidos a través de las rejas por la enfermera encargada del mismo”. (…) “Luego de identificarnos como inspectores de la DGHySA mediante credenciales y según protocolo inspectivo, le informamos que concurríamos a realizar la ratificación y el sellado de la clausura preventiva de la cocina, realizada 48 hs. antes.
Quien nos atendió nos manifestó que se comunicaría por teléfono con el dueño del geriátrico (Mario Eduardo Grinstein), por lo que debimos aguardar en la acera frente a la puerta de acceso (detrás de las rejas). Luego de hablar con el dueño, Filletti se acercó hasta la reja y a través de la misma nos manifestó que el dueño no autorizaba a ingresar, ya que ‘él estaba en desacuerdo con la medida impuesta y que durante el transcurso de la semana pasaría por la oficina a hablar…’. Dicho esto, mi compañera y yo le manifestamos (siempre detrás de la reja) que le explicara al dueño que si no podíamos realizar el procedimiento debíamos llamar al 911 requiriendo auxilio de la fuerza pública, ya que no podíamos desistir de nuestra orden, debiendo justificar la no conclusión del procedimiento y labrando acta de comprobación por la obstrucción de procedimiento. Ante lo dicho, la enfermera encargada volvió a ingresar al geriátrico para llamar nuevamente al dueño y comunicarle lo que le habíamos explicado. A los pocos minutos volvió a salir hasta la reja a manifestarnos que no nos dejaría ingresar por orden del dueño (Grinstein) y que llamáramos a la Policía, retirándose hacia el interior del geriátrico. Por tal motivo, realizamos un llamado al 911, requiriendo el auxilio de la fuerza pública, como lo hacemos habitualmente ante dificultades en la inspección.” (…)
“A los pocos minutos concurrió un móvil policial con dos agentes de la PFA. Estos dos agentes, luego de interiorizarse de los motivos de nuestro llamado, tocaron el timbre pidiendo acceder al geriátrico a la enfermera encargada, quien nuevamente les negó el acceso aduciendo que era por orden del dueño. Los uniformados nos manifestaron que no podían hacer nada más para ayudarnos y se retiraron del lugar, dejándonos en la puerta sin poder ingresar”.
Acto seguido el inspector labró un acta y se comunicó…
“…para averiguar si la clausura del día domingo había tenido algún inconveniente o si se había producido obstrucción de procedimiento, para lo cual su respuesta fue que ‘no’, que había sido una clausura normal de la cocina, sin inconvenientes (tranquila), sin complicaciones; por lo que sin más, corté la comunicación. Mientras yo realizaba esta comunicación, mi compañera Estela Mansilla se estaba comunicando por teléfono con el coordinador del turno noche Hugo Córdova quien, luego de ponerse al tanto de lo sucedido con la obstrucción del procedimiento, realizó un llamado al Fiscal dándole intervención. Este último ordenó a la Comisaría 9ª asegurar la culminación de nuestras tareas de inspección (por lo que no pudimos retirarnos del lugar), siendo enviado un segundo móvil policial a los pocos minutos, a cargo del agente Uliambre y la Agente Cuellar. Luego de interiorizados, tocaron el timbre siendo atendidos nuevamente por la enfermera encargada, esta vez con otra postura más firme, especialmente manifestando que concurrían por orden del Sr. Fiscal y que los inspectores debían terminar el procedimiento.
La Srta. Filletti ingresa nuevamente al geriátrico, entabla nueva comunicación teléfonica con el dueño del geriátrico Grinstein, transmitiéndole la llegada del segundo móvil policial y lo indicado por personal policial, y en ese momento, por alguna razón el dueño la autorizó a permitirnos acceder con el personal policial, abriendo la puerta de la reja.
De este modo ingresamos los dos agentes mencionados de PFA, mi compañera Mansilla y yo, acompañados permanentemente por la enfermera encargada Filletti.
Se trataba de un procedimiento sencillo y corto, que no debió haber requerido más de 10 minutos; me dispuse a labrar el acta circunstanciada correspondiente por triplicado y mi compañera extrajo dos fajas de clausura y comenzó a rubricarlas (…) para alcanzármelas luego y poder firmarlas, sellando con ellas la cocina clausurada.
Siempre en compañía de los dos uniformados y de la enfermera encargada, me senté en un rincón del hall de entrada, cerca de la cocina, para labrar el acta circunstanciada. A los pocos minutos, Filletti anuncia a todos los presentes que estaba ingresando el dueño (“ahí llega el dueño”), pudiendo observar que ingresó caminando, en forma tranquila, realizando la siguiente pregunta de tres palabras: “¿qué están haciendo?”(sic). Como es habitual en estos casos, donde el dueño que no está presente concurre por aviso de los presentes en el local, es nuestra obligación y costumbre explicarle pormenorizadamente el procedimiento que se está realizando (en general uno de los inspectores le explica y el otro sigue escribiendo para poder culminar con la tarea). Cabe destacar que el dueño del geriátrico ya estaba al tanto de lo que sucedía por los reiterados llamados telefónicos con la enfermera y porque no era sorpresa, ya que había sido clausurada la cocina 48 hs antes de nuestra visita, autorizando nuestro ingreso.
Ante la pregunta del dueño del geriátrico, dejé de escribir el acta (…) por una cuestión de respeto y comencé a responderle, explicándole que estábamos realizando la ratificación y el sellado de la clausura de la cocina del día 19/09/10. Al comenzar a explicarle, dejé la silla y me incorporé de pie, ya que estaba escribiendo en diagonal (incómodo) y además en señal de respeto para poder continuar escribiendo (luego de la explicación que estaba pidiendo). Siempre en cercanías del personal uniformado y en medio de mi explicación, el dueño del geriátrico realizó un movimiento con sus manos, abriendo su saco o campera y extrayendo algo desde el interior y sin mediar palabra, aviso, gesto, ademán o insulto, en forma tranquila y muy fría me disparó con un arma de fuego (que luego se comprobó que era de calibre 38) hacia mi persona, directamente a la mitad de mi pecho, a la altura del corazón.
Pude darme cuenta de que me había disparado por el estruendo (me disparó desde escasos 2 metros), por la columna de humo que salió del arma que ascendía delante de su rostro que mantuvo su mirada fija en mis ojos, como desafiante (como diciendo “sí, te tiré…”) y por el ardor que sentí en el pecho (el impacto no me desplazó, soy de contextura grande, mido 1,93 mts.y pesaba en aquel momento aprox. 112 kg; si hubiera sido mi compañera la primera persona en recibir el disparo –factor sorpresa– de contextura pequeña, posiblemente otra hubiera sido la suerte). En ningún momento hubo situación alguna de violencia, de nerviosismo, de aviso de que nos retiremos, previa al disparo, que preanunciara algo tan violento como el hecho de buscar matarnos”.
(…) “Dado que por razones fortuitas al estar dando las explicaciones y que crucé mi brazo derecho sobre mi pecho, el proyectil ingresó por mi músculo bíceps derecho, con orificio de entrada y salida, ingresando luego por el pectoral derecho, cruzando por el tórax y el abdomen hacia el lado izquierdo, no logrando emerger y quedando alojado detrás de la parrilla costal izquierda.
Al comprender que había recibido un balazo, mi primera reacción fue volver a sentarme en la silla (mezcla de mucho miedo de morir) y así lo hice. Más o menos en ese momento pude oír un segundo disparo (no fueron los dos consecutivos). Al estar sentado percibí en el pecho algo raro, como si mis pulmones o corazón trabajaran mal. Mis piernas y brazos comencé a sentirlos fríos. Traté de monitorear mentalmente en ese momento mi cuerpo. Me di cuenta de que las cosas no estaban nada bien y por miedo a morirme en ese momento o a perder el conocimiento, mi razonamiento fue dejar la silla y recostarme boca arriba en el piso del hall de entrada, para que lo que me quedara de sangre pudiera llegar a mi cabeza y no perder el conocimiento. Pude observar que el uniformado, con gritos y tirado encima del dueño del geriátrico que nos había disparado, gritaba algo así como ‘hijo de puta, estás loco, cómo vas a disparar…’. Al mismo tiempo que lo tenía reducido en el piso, se comunicaba pidiendo refuerzos y vociferando ‘heridos de bala…’. En algún momento, mientras aguantaba y aguardaba un desenlace, mezcla de miedo a morir al principio y mucha bronca, por la situación tan ridícula en la que culminaría mi vida, pensando en mi hijo de 7 años, oí los quejidos de mi compañera Estela Mansilla que se encontraba en algún rincón del geriátrico y más tarde voces de más personal uniformado que ingresaba; y médicos que me subieron a la camilla de transporte a la ambulancia”.
(…) “Luego de 6 años de experiencia en inspección, estaba seguro de haber adquirido un sentido del peligro o del riesgo, especialmente cuando las personas se ponen nerviosas o violentas; estamos acostumbrados a hacer un paso atrás y/o retirarnos en situaciones peligrosas, tratando siempre de resguardar nuestra integridad física.
En este caso, estando resguardados por personal policial uniformado, en un geriátrico, en el centro geográfico de la Ciudad de Bs. As., con un fiscal interviniente, siendo un procedimiento de pocos minutos y habiendo sido la clausura solo de la cocina (el geriátrico podía seguir funcionando, solo que debían asegurar mediante catering externo la provisión de alimentos a los abuelos internados), nada nos pudo hacer suponer un desenlace como éste, donde el dueño del geriátrico buscó matarnos fríamente”.
(…) “Llegué al hospital casi desangrado, con 10 de hematocrito, con una compresión del corazón por la sangre alojada en el pericardio luego de los orificios en aurícula y ventrículo derechos; realizándose una punción para descomprimir el corazón, extrayéndome casi medio litro de sangre del hemopericardio; con un neumotórax y lesión diafragmática; perforación de estómago, hígado y bazo destruido e irrecuperable (debieron extirparlo); intestino traumatizado pero no perforado.
Le agradezco de por vida al hospital público Carlos Durand, al SAME, a los maravillosos profesionales (enfermeras, kinesiólogos, infectólogas, cardiólogos, cirujanos) y demás equipo que me atendió magistralmente, por la sencillez de los grandes, de los genios, que tomaron decisiones acertadas en condiciones extremas para que pueda estar en este momento escribiendo este relato y, por supuesto, salvarme la vida (personas éstas ubicadas en una escala de valores diametralmente opuesta al médico empresario Grinstein, dueño del geriátrico que buscó terminar con nuestras vidas cuando realizábamos nuestro trabajo)”.
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