Alpedismo boedense
(a Bombón de Boedo, testigo) Por Edgardo Lois
En las mesas del Café Margot donde se cocinaron las páginas del Desde Boedo, y de no pocos libros, se fundaron, a instancia del guía espiritual: Rubén Derlis, los encuentros denominados Alpedismo Boedense.
Mi viejo Rolando se hizo hombre en Boedo. Lo escribí ya varias veces, y lo seguiré haciendo. Así como él se fundó hombre en el barrio, yo me fundé como trabajador de la cultura: esto de andar jugando, y asumiendo el rol que la herramienta de la escritura me posibilita: manchar papeles como si fuera periodista, mancharlos como si fuera escritor. Me fundé de la mano de dos amigos, dos personajes de la historia de mi barrio;con ellos fui entendiendo de chamuyos y escrituras, de compromisos y sueños. Fui entendiendo de mi vereda, de mi esquina, de mis patrias internas. Me refiero al poeta Rubén Derlis, y al periodista Mario Bellocchio. De la mano de ambos entré a ser colaborador del periódico Desde Boedo, allá por el 2001, su director era y sigue siendo Mario. Fue allí donde mi escritura tuvo la oportunidad de la puerta abierta y de la absoluta libertad; en las páginas de Desde Boedo pude crecer, pude hacerme de la mejor manera: conociendo mis orígenes, la única forma de mirar hacia adelante. En esto de conocer los orígenes, tuvo mucho que ver Derlis. Poeta urbano de palabra explosiva, con acento de amante desesperado: habitante a conciencia de su ciudad. Derlis acuñó la pista de dos señores: el Homo Boedensis y el Homo Porteñensis. Yo venía de recorrida leyendo a poetas de Buenos Aires, pero ellos eran lejanos, o ya habían partido hacia el otro barrio. Tuve entonces con Derlis la oportunidad de conocer a un notable en directo. Pude contemplarlo en su quehacer andariego por los bares de la gran ciudad. Siempre de memoria a la mano, y siempre, hombre generoso, con tiempo e interés para conocer el trabajo que yo alumbraba.
El centro de la galaxia Boedo se sostenía a media altura sobre las mesas del Margot, el café que jugó el papel de caldo primordial, de letra de origen. En sus mesas se cocinaron las páginas del Desde Boedo, y de no pocos libros, y en esas mesas se fundó, a instancia del guía espiritual: Rubén Derlis, los encuentros denominados Alpedismo Boedense: el poeta no solo ideó, convocó y juntó a las almas, sino que bautizóa la especie sin catalogar: una heterogénea sociedad secreta que vio caer muchas tardecitas sobre Boedo. Mirar desde el secreto, desde el chamuyo de felices conspiradores en el ambiente al tono que nos regalaba la trastienda del Margot.
Yo estaba en los pasos iniciales de la etapa donde se sellaría mi identidad como persona y escritor. La vivencia fue muy fuerte, determinante. Cuando las tardes de los días lunes empezaban a doblar en la esquina de la noche, los conjurados transitaban de manera casi fantasmal, por entre las mesas del salón rumbo a la puerta del fondo, a un lado de la barra. Los simples mortales tomaban su café, hablaban de temas banales, gastaban el final de su día sin tener conciencia de que La Parca nunca olvida. En cambio, los convocados por el poeta, los aquejados felizmente del Alpedismo Boedense, sabían muy bien que había un solo mundo, el presente. La muerte acecha, lo sabe el poeta, y por esto mismo nace la búsqueda desesperada de la felicidad, la damisela efímera, la de piernas bonitas, fugaces.
El título parido para tan notables jornadas no guarda sabihonda simbología milenaria. Su definición podría anotarse como: grupo de personas que se encontraban en el café Margot (San Ignacio y Boedo): escritores, poetas y gente afín a las letras y al arte en general, para hablar, para rondar en la sintonía de “estar al pedo” (con el perdón de la Academia y las buenas costumbres), o sea, con tiempo a disposición para proceder al tratamiento de los temas que surgieran del ida y vuelta de la palabra. Mientras esto sucedía, el habitué, el parroquiano ilustrado o no, podía mirar por la única ventana y por la puerta, dos hojas hechas en madera y tiempo con vidrio biselado, y contemplar los adoquines que, aún hoy, siguen dando su presente en el cuerpo de San Ignacio.Todavía eran tiempos de cigarrillo y pipa en ambientes cerrados.
A quiénes recuerdo del Alpedismo Boedense, esa es la pregunta que trataré de contestarme. El secretario general, infaltable: Derlis, abría la ceremonia, podía ser con una puteada y su razón de ser (gran puteador, el poeta) o bien una humorada. Valija sobre una silla, manoteo de pipa y tabaco. Mario Bellocchio realizando aterrizajes de distinta duración. Recuerdo al escritor Alfredo de la Fuente, a otro escritor y personaje de Buenos Aires: Otto Carlos Miller.
Recuerdo el día en que el Gordo González, de la inmobiliaria que está pegada al Margot, negocio que el Gordo atendía desde el café, aseguraba apasionado que la milonguita había sido inventada en una panadería de Boedo. Alfredo de la Fuente ya no está, tampoco el Gordo, pero acá andan, entre estas palabras. El “Profe” Ricardo De Biase, hombre de pipa, poeta lunfardo, también se piantó para el otro barrio, pero podría asegurar que su buen fantasma me sigue acompañando. Compartimos muchas charlas. Autor de una expresión inolvidable. Le preguntaron si comía pollo y respondió: No, pollo comen los suicidas. Y después explicó su aversión hacia los plumíferos. El Profe no faltaba al Alpedismo Boedense.
En cambio había un personaje que aparecía de vez en cuando: el poeta Hugo Salerno. Su aspecto correspondía al imaginario de don Quijote: flaco, desgarbado, cabello largo blanco en canas, bigote frondoso al tono, y barba con punta en la pera. Sin dudas, el Quijote. Venía desde un incierto pasado. Supe que era nacido en Boedo, y que estaba muy relacionado con el mundo del tango. Como tantos otros, poeta de andar contando las monedas. Llegaba hasta el Margot desde alguna localidad lejana del Gran Buenos Aires. Contaba la leyenda que en Carlos Calvo y Colombres estuvo su casa que, por misteriosas razones, fue demolida quedando a la vista un baldío. En esos días Salerno decía que estaba escribiendo, de a poco, un libro de poemas cuyo título era: Baldío natal. Ego asoma.
No recuerdo cuánto tiempo duró el Alpedismo Boedense, éramos muchos más que los aquí nombrados; seguro estas líneas actúen como descorchador de la memoria, y mañana lamentaré la primera ausencia.
Allá por el 2001 fue una suerte de vida hablar, compartir un espacio, y hoy una memoria, con personas que habían elegido los territorios cercanos al arte para hacer esquina en sus vidas. Y no hablo solo de escritores, poetas y plásticos, entra en la elección la decisión de la lectura, del interés por el arte y sus historias, la necesaria sintonía de vivir con el placer a la mano.
Hace pocos días me encontré con el poeta Hugo Salerno a través de las redes sociales. Hace unos años guardo en mi biblioteca, gracias al amigo poeta Víctor Pajarito Cuello, un ejemplar de Baldío natal (2006) (así, sin Ego asoma). No volví a ver a Salerno. Me cuenta hoy que vive en un geriátrico, que anda un poco jodido. Cada tanto publica un poema, elegí uno como final de memoria: Puedo morir de cualquier cosa, / menos de aburrimiento. / Es tan variado el universo, / a pesar de ser un solo verso. / Hay varios mundos / en el mundo de una pieza. / Navegamos en el espacio de los sueños. / Cuando nos vamos a dormir / en vez de “Buenas noches”, / tendríamos que desear: “Buen viaje”. / Para esos viajes no hace falta / tomarse, aspirarse ni fumarse nada. / Solo sueño. Que tengan buen viaje.
ILUSTRACIÓN: Bombón y Rubén Derlis. Y “Café Margot”, acrílico de Rolando Lois.
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