Abelardo Castillo
Abelardo Castillo falleció ayer en Buenos Aires –2 de mayo de 2017– debido a una cirugía de la que no pudo recuperarse.
Durante siete años de su infancia-juventud –de los once a los dieciocho– adopta como lugar natal al pueblo de San Pedro (Buenos Aires) a donde se traslada con su padre, en 1946. Sin embargo era porteño desde el 27 de marzo de 1935, fecha de su nacimiento.
Publica sus primeros cuentos en 1959. El mismo año gana un premio en el concurso de la revista Vea y Lea calificado por un jurado prestigioso: Borges, Bioy Casares y Manuel Peyrou.
Funda El Grillo de Papel, continuada por El Escarabajo de Oro, una de las revistas literarias de más larga vida (1959-1974), caracterizada por su adhesión al existencialismo, al compromiso sartreano del escritor.
En 1967, en ocasión en que la Editorial Estuario, de Buenos Aires, publica su nouvelle La casa de ceniza, Abelardo analiza este trabajo y reflexiona sobre sus orígenes.
“Escribí este largo cuento, o esta nouvelle, en 1956. Tenía 21 años, estaba en el servicio militar y habitaba el mundo gótico de Poe. La casa de Usher y las desniveladas habitaciones del colegio de William Wilson están, notoriamente, en el origen “arquitectónico” de mi casa; mi edad cuando la inventé, y mi incapacidad para la vida castrense, son quizá su explicación psicológica. Nunca, hasta hoy, pensé seriamente publicar esta historia, nunca la sentí como un hecho literario, sino más bien como un homenaje o una despedida. Si ahora me animo a dejarla ir es porque, al releerla, descubrí que me es menos ajena de lo que yo sospechaba: he rastreado en ella una idea análoga a la de El candelabro de plata; he visto, no sin asombro, párrafos idénticos a los que años más tarde imaginé inventar en Israfel”.
“Desde 1977 hasta 1986, dirige El Ornitorrinco, siendo incluido en 1979 en las ‘listas negras’ de intelectuales prohibidos durante la dictadura.
Su primera obra de teatro, El otro Judas, escrita a los 22 años (1957) y publicada y estrenada en 1961, reitera el problema de la culpa que asume el traidor del Nazareno, tal vez como un secreto instrumento de Dios e, incluso, desde el acto existencial de la responsabilidad de un hombre por todos los hombres. Culpa y castigo que son tema de numerosos cuentos de este narrador; un hilo conductor por los arrabales, las casas, los boliches, los cuarteles, las calles de la ciudad o pequeños pueblos de provincia, donde sus personajes llegan, por lo general, a situaciones límite. No son pocas las veces que parecen concurrir a una cita para dirimir un pleito con su propio destino. La fatalidad de los sucesos hace recordar a Borges, una de sus devociones, de quien toma a veces cierta entonación criolla y distante. En otros cuentos, largos períodos apenas puntuados por la coma, aluden a la violencia, al vértigo de las imágenes, el vivir en tensión de sus criaturas.
Muchos de sus relatos incursionan en el delirio y lo fantástico y, algunos –La casa de ceniza, Las panteras y el templo– son explícitos o secretos homenajes a Poe, a quien Abelardo Castillo transformó en personaje teatral en Israfel, obra premiada en París por un jurado internacional y que tuviera un largo éxito en Argentina.
Obtuvo numerosos premios nacionales e internacionales y algunos de sus cuentos, novelas y obras de teatro, han sido traducidos al inglés, francés, italiano, sueco, alemán, eslovaco, esloveno, ruso, polaco, húngaro, griego y macedonio”.1
Abelardo Castillo falleció ayer en Buenos Aires –2 de mayo de 2017– debido a una cirugía de la que no pudo recuperarse, provocándole una infección intestinal, según informaron sus allegados. Tenía 82 años de edad. Sus restos serán cremados a partir de las 10 de la mañana de hoy –miércoles 3–, en el Cementerio Parque Pereyra Iraola de la localidad de Guillermo Hudson.
De Abelardo Castillo entrevistado por María Esther Gilio
–¿Qué es la poesía para usted?
–No es un género, no es escribir versos, es una actitud frente al mundo. Cuando uno lee novelas como El gran Meaulnes, de Alain Fournier, está ante un objeto poético. El Adan Buenosayres, de Marechal, está atravesado en todo sentido por la poesía. Los cuadernos azules, de Adán, son la obra de un poeta que escribe en prosa.
–Pensemos un poco en Jorge Luis Borges…
–Yo no creo que Borges sea un gran poeta cuando escribe en verso, gran poeta en el sentido en que lo son Vallejo o Neruda. Siempre hay en su poesía algo de prosista, de hombre que sabe escribir verso, pero que no es poeta. Sin embargo, hay zonas de su prosa que son hondamente poéticas.
–¿Cuándo podemos decir “he aquí un poeta”?
–Yo diría que el poeta lo es por su manera de situarse ante el mundo.
- https://es.wikipedia.org/wiki/Abelardo_Castillo
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