A setenta y cuatro años de Hiroshima
El país que alardea ser el estado gendarme del mundo y se introduce impunemente en la política y en las vidas de las naciones como su protector contra el terrorismo, es el autor de la mayor masacre terrorista de la historia de la humanidad: Hiroshima.
Hiroshima no había recibido bombardeos en toda la guerra. Sólo una pasada de dos aviones que habían dejado caer una bomba cada uno. La primera cayó al agua; la segunda produjo dos muertos.
Los habitantes de Hiroshima se consideraban afortunados. Por la ciudad circulaban los más disparatados rumores sobre las causas de esa inmunidad. Desde que una vez acabada la guerra, los norteamericanos instalarían allí sus fuerzas hasta que la madre del presidente había visitado Japón en su juventud y había quedado prendada por la belleza de esa pequeña ciudad.
Las autoridades militares de Hiroshima descreían de estas supersticiones. Sabían que si la guerra se prolongaba, caerían bajo las generales de la ley: serían atacados con bombas incendiarias, la novedad introducida desde los ataques aéreos a Tokio. El napalm: ideal para destruir las ciudades japonesas, abundantes en papel y madera. El temor principal era la propagación del fuego. Ordenaron construir caminos cortafuegos. Para eso debían derribar numerosas casas. La abnegación japonesa salió, una vez más, a la luz. Nadie se opuso. La gente perdía sus viviendas en miras al bien común. Cada mañana miles de alumnas secundarias recogían los escombros de las veredas y las despejaban.
En la madrugada del 6 de agosto, un avión sobrevoló el cielo de Hiroshima. Sonó, como casi todas las madrugadas del último mes, la alarma antiaérea. Nadie se preocupó en demasía. Era un B-san (Señor B), como los japoneses llamaban a los B-29. Sólo uno. Pero ese B-29 no era uno más. Era el Straight Flush comandado por Claude Eatherly, integrante del cuerpo 509.
Eatherly debía hacer la ruta que sólo una hora después haría el Enola Gay y comprobar las condiciones metereológicas. Desde el cielo, la ciudad se veía con prístina claridad. Eso informó Eatherly.
El Enola Gay continuó su marcha con confiada tranquilidad. Little Boy (el nombre con el que habían apodado a la bomba atómica) esperaba ser lanzada. Una hora después el Enola Gay ya sobrevolaba Hiroshima.
En los primeros nueves segundos posteriores al impacto de “Little boy” sobre Hiroshima murieron al menos cien mil personas.
Eran las 8.15 del 6 de agosto de 1945. El último minuto de una era.
Sesenta segundos después comenzaba la era atómica. Con la muerte instantánea de más de cien mil personas. Cien mil muertos en nueve segundos. El setenta por ciento de las viviendas absolutamente destruidas. Sesenta mil heridos de gravedad. La gran mayoría de ellos murió en los días y meses subsiguientes como consecuencia de la explosión atómica.
Hoy, 74 años de la masacre de Hiroshima. ¡Nadie tiene que olvidar!
HIROSHIMA MEMORIA
José Muchnik (1)
Tu rostro de marfil estalló / en frágil instante de dioses
…
densidad de mercurio / silabeó en vientos / tu aliento planetario
…
y ya no fuiste más / hilo de seda acariciando / la cintura del poniente
¡¡¡Que nadie olvide!!! / Hermano de los Andes / diles tú / grítales Hiroshima en quechua
…
dilo con tu música / de quenas y charangos
Hiroshima será eco / de cordillera en la memoria
Hermano del África / diles tú / susurra Hiroshima en bambará
Hiroshima sera código / de tam-tam en el aire
himno yoruba o lingalá / entre tus mares
sonido alado de baobabs / en el desierto
Hiroshima / en mi lengua te pronuncio
…
en las ramas musicales / que tejieron / el alarido de mis sueños
Pero nadie / hermanos japoneses / nadie nunca sabrá / pedir perdón
Nadie pronunciará Hiroshima / con fino acento de porcelana milenaria
¡¡¡Nadie tiene que olvidar!!!
Hiroshima no es más / hilo de seda / en la cintura del poniente
fino rostro / de marfil y porcelana
Hiroshima es ahora
palabra de memoria / que deambula buscando / la paz de las gargantas.
(1) La primera versión de este poema fue publicada en 1985 en Costa Rica, bajo el seudónimo de Pablo José, en el libro « Quince poemas por la paz ».
Jose Muchnik