A propósito del Día del Niño
Por Tito Vaccaro. Justo en la mitad de aquella década, pilotos alterados bombardearon la Plaza [1]. Nosotros, privilegiados hasta entonces, jugábamos con barquitos de papel y avioncitos de madera balsa
Por esos días, El Globo Rojo –medio metraje del francés Albert Lamorisse– ganaba el Oscar al mejor guión original. Poco más de media hora [2] para observar cómo el pequeño Pascal encuentra un globo que lo sigue a todas partes. Durante su recorrido por la ciudad, luego de intercambiar sonrisas con una niña que lleva un globo azul, sigue su camino. Se topa luego con una pandilla de chicos que lo persigue para hostigarlo y, finalmente, destruir la esfera mágica mediante impactos de piedritas lanzadas con gomeras. El encanto, entonces, se multiplica: los globos de toda París vuelan hacia el lugar donde el niño queda solo con su tristeza. Lo rodean, forman sobre su cabeza un ramillete del que pende una única cuerda. Pascal la toma y vuelve a sonreír mientras el racimo multicolor lo eleva hacia el cielo.
Chicos buenos. Chicos malos. Chicos.
Atardecer de domingo feliz. Claro triunfo del Ciclón ante Boca, con gol de taquito sobre el inmenso arquero y abundantes “ole” entonados por la parcialidad local. Veníamos cantando en alegre procesión. La pizzería de la esquina de Avenida La Plata –se llamaba Alpina– estaba llena de cuervos que, amuchados frente a la salida del horno, recibían porciones de muzzarella para “bajarlas” con un vaso de moscato en el otro mostrador. En medio del tumulto festivo, el cajero iba cobrando a medida que cada cliente detallaba su consumo. Aquella tarde –no fue la única, por cierto– los tres elevamos sucesivamente nuestras manos, recibimos los triángulos más sabrosos del mundo y en retiro sigiloso nos dirigimos hacia la puerta. Ya en el exterior la partida fue inmediata. Es de suponer que habremos bajado el récord de los cien metros llanos porque, recién luego de doblar por Muñiz y esperar que disminuyera la agitación, pudimos manducar la pizza mal habida sentados en un umbral.
Pibes tramposos. Pibes veloces. Pibes.
Otro francés, Francoise Truffaut, en el 59 filmó Los 400 golpes. Aquí, el chico protagonista se llama Antoine y, en medio de una infancia nada fácil, luego de robar una máquina de escribir es enviado a un instituto de menores. Es separado así de su mejor amigo con quien compartía juegos y fechorías. Luego de una serie de incidentes puede al final de la película cumplir su máximo anhelo: conocer el mar. Esperanza.
Niñez desolada. Niñez con sueños. Niñez.
En la esquina de Quintino y México está el local de Don Barcia. Dos vidrieras, amplio mostrador de tapa levadiza con bisagras del lado del cliente. El comerciante, ya grande y de movimientos lentos, por lo general atiende sentado. Acostumbramos a comprarle papel barrilete, algún cuaderno, goma de pegar y plumas cucharita. Pero lo que realmente más nos atraen son las golosinas que se ven bajo el cristal horizontal. A las seis de la tarde entramos los cuatro. Detrás del honesto comerciante, por sobre su cabeza, peines Pantera de distinta medida, sujetados por gomitas en exhibidores de cartulina. –¿Me da un peine? El hombre gira el torso y señala: –¿Éste?, pregunta sin darse vuelta. –¿Cuanto sale? dice uno, mientras el flaco estira su brazo largo y levanta la tapa de vidrio en un pequeño ángulo. Velozmente, Juanjo mete la mano y arranca el botín. Dos paquetes de pastillas Refresco, tres bananitas Dolca, y una cajita amarilla de maní con chocolate. Todo a los bolsillos. –¿Y el de más arriba, cuanto? Pero mejor deje, que venga mi vieja y lo elija ella… No mucho tiempo después volvimos al lugar de los hechos, pero los intentos se dirigían a capturar atados de cigarrillos Caravana. A veces lo lográbamos.
Ladronzuelos. Simuladores. Felices.
Polín es el nombre del personaje inolvidable de Crónica de un niño solo. La película de Leonardo Favio, estrenada en 1965, nos acerca al pibe que harto de ser humillado escapa del asilo en el que transcurre su niñez. Roba una cartera y vuelve su barrio pobre para alternar zozobras con furtivas aventuras, juegos abiertos a la alegría y firmes lazos de amistad. Nada le resulta fácil, pero, entre ultrajes y dolores, lo rescata siempre su impulso vital. Juega. Comparte. Ríe.
Pícaros de baja estatura. Críos indomables. Frescura y valentía.
Unos y otros. En la pantalla y en la calle. En aquella época no tan lejana, en Europa o en Boedo. Sufrientes y gozosos. Codo a codo con amigos. En tiempos en los que los pibes pudimos ser felices. Quizás con menos piedras en los caminos de la infancia. Lo fuimos.
Visto desde estos días, a pesar de la impiedad que sobrevuela y de la indiferencia de los grandes que deciden, no hay que abandonar la esperanza de que los chicos vuelvan a ser los únicos privilegiados.
- El Bombardeo de la Plaza de Mayo, también conocido como la Masacre de Plaza de Mayo, fue el bombardeo y simultáneo ametrallamiento aéreo, cometido el 16 de junio de 1955 en la ciudad de Buenos Aires y dejó un saldo oficial de 308 muertos y 800 heridos.
- Regalo gratuito para los niños en su día: mostrarles en Youtube la reproducción de esta joyita.
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