Mansa Tuca: la poesía de Ricardo Maldonado
Por Edgardo Lois |
Charlar con un escritor, y todavía más, con un poeta, el último escalón a habitar en el cielo terreno de la escritura, puede significar la aparición de un nuevo universo en nuestro horizonte, porque semejante vastedad puede ser una persona; y puede suceder, además, que ese poeta pueda llevar a puerto feliz su palabra, su quehacer, su crónica de vida, para así parir libros que se ganen en los pliegues esenciales de la memoria del lector. Me acaba de ocurrir esta maravilla: Mansa Tuca de Ricardo Maldonado es libro para recordar, hoy, ahora, en este después de lectura, y es libro para la remembranza de mañana.
Hace unos días tuve la oportunidad de charlar una hora con Maldonado en casa de Jorge García, autor de Historia de Tres Bocas. Patio al fondo, plantas, sol de domingo, y pensamientos alrededor de la escritura. La revista El Tren Zonal por la integración de los pueblos, dirigida por Maldonado, ya nos había encontrado en las vías del ciberespacio. Pude saber que a Maldonado le gusta hablar de su trabajo, como poeta y como editor con su sello: Ediciones del Clé (el Clé es un arroyo cercano a la ciudad de Gualeguay). Hay en su relato una pista feliz: disfruta de lo que hace y por tanto intenta transmitirlo. Además de esta señal comprometida con su quehacer, entre sus palabras aparecen ciertos autores que dan pista de su conocimiento. Autores, por ejemplo, como Daniel Moyano y Enrique Molina. Maldonado sabe muy bien de qué habla. Fue una alegría escuchar a alguien que recordara la única novela que escribiera el poeta Enrique Molina: Una sombra donde sueña Camila O’Gorman. Maldonado conoce muy bien los intersticios misteriosos de la creación literaria. Hablando de literatura no le quedan cabos sueltos. Hombre de palabra tranquila. La sensación es que aquello que nombra, ocurre.
El universo posible en el encuentro con un poeta, lo completa el fruto de su trabajo; en el libro termina la tarjeta de presentación, es el último desafío: ver de qué manera el hombre esfuma felizmente sus manos en la sustancia palabrera. Maldonado me obsequió Mansa Tuca. En la tapa se informa: Poema, y se avisa de la distinción: Premio Literario Anual “Fray Mocho”, Poesía, 2007. Un cd completa la edición: el autor dice el Poema, y canta un puñado de canciones.
Mansa Tuca es el personaje central del poema: (…) Voces de adentro te apodaron Mansa Tuca, / de gurí te cargaron así, / personaje a contracanto del olvido, / saliendo de aquella fragua / de humildes bajo aguacero, / bajo inclementes caridades, / bajo cerrazones patronales; / hijo de los hijos de aquellos criollos de Galarza / (…). Maldonado construye su Poema como un narrador hace lo propio con una novela. Trece poemas/capítulos que tienden puentes entre sí para contar la historia de Mansa Tuca. Cada uno de esos poemas sostiene la parada en una esquina propia, individual, a la vez que entra en el movimiento circular que posee el Poema, el todo, el libro. La sensación es de movimiento, como si el Poema hecho de poemas fuera el aro que Mansa Tuca empujaba con un alambre en su niñez.
Pienso en el Poema, y me digo que lo circular me lleva también frente a la imagen del oleaje en el mar, la manera de irse y la manera de llegar, o me deja frente a una puerta vaivén por donde pasa el Mansa Tuca, un negro de la loma, el que se fue a Buenos Aires, y el que ahora regresa buscando las señales, las identidades, las memorias de otro tiempo en su Entre Ríos.
Partió al exilio: (…) con los pasos que te llevaron a insistir / con el timbre de la ciudad, / hasta que te atendieran “cabecita negra”, / Mansa Tuca, “un tuerto más”, (…) Llaves para espiar, expiado entonces, / flaco el fulano, taller al fondo, grasa, / negro con overol, fosa para ver desde abajo, / mundo arriba y hurón abajo, / pedazo de fiambre y vino tinto entre los fierros, / toda una vida entre los fierros, / y el Gardel de traje escaso / sólo tres veces en la vida: / de novio, de casado, de recordado aniversario… / y después, bocado de rutina, / los asados de los viernes en el taller, / el truco entre aceites, llaves y soldadora, / pescas en Brazo Largo una vez al año, / y Entre Ríos guardado como un secreto que hiere / o esquela de traición hallada en el seno, / como aquellos alambres que sacan tiras todavía / y hoy venís a cruzarlos / por si acaso quedan libertades / en este rincón del planeta, / y qué planeta para portarlo entre dos orejas / y llevarlo hasta el perdón dulce de las canciones, / milongas como vos, décimas como vos: / Camisa rota de sol de noche.
El relator hace memoria, pura imagen, una: (…) Y llorabas largo por todas las ánimas en blanco, / y era escasa la grasa para la torta frita / que las tardes de lluvia hacían saltar como arco iris / de la olla abollada de mamá, / para riqueza del mundo / con casamiento de comadrejas / y paladar de quedar esperando más. (…). Luego otra: (…) Pero la ciudad no quiso saber nada de canjes: / tus huellas allá, tu sudor acá… partido en dos, / renunciar al propio estado, / fuiste obligado a un repudio de raíces, / a dar diente contra vida, (…). Mansa Tuca volvió: (…) Hoy saliste a recorrer las calles / y los que se quedaron se pusieron viejos, / y tantos ya juntaron sus alpargatas, / y estás como Auscarriaga, peluquero / que volvió a recorrer en el cementerio / a tantos que les cortó el pelo por años / cuando vivía por acá, cuando vivían / los que ahora viven sólo de pensamiento, / de postura indefensa, de perdidos en la loma… / y te dan sentido en la señalización de la ausencia. / ¿No es así acaso como vuelven las bandadas?, / recuperando quizás una saudade, / un dolor exquisito de pecho, / una neblina campera en los ojos, / un giro de trescientos sesenta grados / en tu lechuza cascoteada, / porfiado en la vuelta, / escurriendo en el sueño / una emoción que solivianta su peso / y vuela hacia esta orilla (…).
El relator es quien da pista de la vida de Mansa Tuca, lo muestra en Buenos Aires, vuelve a ubicarlo en Entre Ríos, en las ceremonias de un regreso, en las ceremonias del pasado. Alguien que lo conoció muy bien, o quizá, me digo, por qué no, el mismo Mansa Tuca viéndose desde otra de sus almas: (…) Y así estamos, ahora, vos cruzando la calle, / venciendo al niño que se te cruza por delante, / y yo con mi dolor de mandíbula trabajada / por la carcoma del castellano.
La voz guía del Poema tiene una sintonía melanco, de saudade, frente al tiempo y el lugar perdidos, adiós a un paraíso que nada tenía de regalado. Enfrenta a Mansa Tuca a un espejo “que se comió el azogue”, lo enfrenta a las bondades y dolores propios del ejercicio de la memoria: (…) “ahí va Mansa Tuca”… “negro de mierda”… / y repartías guachazos al que se cruzara. / Y ahora importa todo eso, / cuando estabas en ese como, / desde ese cuando, gurí de talón curtido, / cazador de loros, pescador de bagres, / ramblonero puro de este pago / que un día se tomó el tren y se hizo humo. / Nostalgia sin asidero, sentís ahora, / como la de esos rostros en óvalo que ya nadie llora, / como bien se lloraba antes, / cuando era una fiesta llevar flores / y ganar una “chinchibira”… / y hasta hoy te duele bien aquel gusto / y porfiás por volver a ser, ya tan lejos / cuanto más cerca de ésta, tu raíz, / tu aire en forma de raíz, tu empiezo.
No podía faltar en este regreso, el amor: Inolvidables manzanillas / en el cabello de “la rusita”, / te esperaba a la vuelta / como la vida no te esperó, / nadie más fue a esa esquina que te dice / el valor de una flor bajo pollera, / manzanas del rey para el paria que osó ese huerto. / No sabés si habrán cantado tan lindo los zorzales / como esa pollera que se abría / y qué resplandor cuando pasaba mirándote / como la vida no te miró / y te aromaba con inciensos de rito antiguo; (…).
Ricardo Maldonado ejercita pinceladas como lo hace un artista plástico: toques, destellos del color y claridad colocados estratégicamente en la pintura del paisaje de vida de Mansa Tuca. Por ejemplo en el poema referido a su encuentro con la Rusita, aparece esta pincelada: (…) una auténtica justicia social para vos (…), y cuando refiere un encuentro en un viejo galpón, cierra el poema de esta manera: (…) con estrellas de gatos maestros en el arte de amar. Líneas fantásticas como: (…) y había lechuzas que te seguían con agüeros suspensivos. (…). Más pinceladas: (…) y el bicho canasto de tu memoria, te espera (…); (…) y eras un cuzco miserable detrás de las achuras. (…).
Hay en el Poema todo la presencia del lugar y su gente, una memoria con algunos nombres propios, supongo habitantes de una lejana Galarza: los González, la panadería de Pedrazzoli, la farmacia de Carlos Burone, pero se percibe que en el libro los paisajes se aúnan, las memorias también, señales verdaderas pariendo referencias ficcionales, y no por ello menos ciertas que las de origen. Todo este mundo en movimiento para contar a Mansa Tuca que, podría decirse, como en la historia de tantos viajeros, fue una víctima más de las barbaridades que muchas veces, demasiadas, puede propinar la vida. En el espejo donde Mansa Tuca se mira y recuerda con nostalgia: ((…) jamás un regalo que no te hayas regalado a solas, / despuntando al hombre en cada masturbación, / robando mandarinas, / haciéndote el loco para que no te caguen a palos, (…).), aparecen variados dolores, y a veces, el toque de felicidad. Se sabe, la felicidad es un arte efímero: (…) El esqueleto que has enderezado / como a tu suerte ladeada, de ladera y abismo, / de árbol caminante meado por los perros; y estás aquí, sin muchas ganas de hablar / mientras sube el humo del cordero degollado / hacia la noche con sus tropelías celestes, / y el aroma se tiende con ladridos / hacia las últimas biznagas que verás en tu vida, / en este Galarza que has visitado / a la espera del último desarmadero, / (…) sólo hay un testigo y está en tu espejo / al desabrochar un silbido con sed de acordeón, / de explicar algo más de tanto que se resbala / y cae por la barranca de cierta altura de la vida / y se moja hasta las verijas, hasta el sentido. (…).
En Voz Varia, el último libro publicado por Ricardo Maldonado, y que guarda un recorrido por la totalidad de su obra poética, quedan a la vista los intereses sobre los cuales se funda su poesía: el paisaje: la patria primera, la tierra que tocó en suerte, y sus criaturas, todas, las aladas, las que fundan raíz y ramas, las que caminan las calles de la historia: los hacedores de los oficios, los eternos náufragos del amor. Todo un paisaje que tiende a unir la tierra y el cielo, pero a saber: el cielo de Maldonado es un cielo para los hombres, para esos hombres que buscan en vida la retribución para su esfuerzo: un cielo de justicia social plantado en el centro de los días. Hay música propia en la poesía de Maldonado, que encara el oficio con tinta y guitarra, con una identidad parida en la contemplación de su aldea.
Mansa Tuca guarda lugar destacado dentro de Voz Varia. La poesía de Ricardo Maldonado funda, construye memoria.
El poeta es viajero aplicado –va con guitarra y poesía a la mano, y con los libros que edita– a los caminos de su provincia: Entre Ríos. Lo dicho: trabajando, construyendo memoria.