12 de octubre: dos mundos, dos visiones
El escritor y periodista español David Jiménez y la socióloga argentina María Virginia Ameztoy aportan su punto de vista sobre la celebración del 12 de octubre.
¿Qué se “celebra” el 12 de octubre?
Por David Jiménez*
12 de octubre de 2018
MADRID — Un gran desfile militar sirve para que España celebre cada 12 de octubre su fiesta nacional y el ideal de una gran comunidad hispana que se extiende desde la Patagonia a Murcia y donde el aniversario de la llegada de Cristóbal Colón a América se conmemora con orgullo. La festividad tiene, en sus pretensiones de “proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos”, un inconveniente: los españoles la celebramos en soledad.
Lo que en España conocemos como el Día de la Hispanidad, en Argentina es el Día del Respeto a la Diversidad Cultural, en Colombia y México el Día de la Raza, en Uruguay el Día de las Américas y en Venezuela el Día de la Resistencia Indígena. Españoles y latinoamericanos hablamos el mismo idioma, pero lo utilizamos para contar versiones opuestas de nuestra historia común.
Las escuelas españolas enseñan que los conquistadores fueron aventureros que llegaron a América tras grandes odiseas, civilizaron el Nuevo Mundo y sirvieron con honor a sus reyes, que los premiaron con oro y propiedades. Rara vez dejamos que las sombras de aquella gesta, con sus expolios y abusos sobre las poblaciones nativas de todo un continente, estropeen el relato.
Los Cabos, un destino generoso y aventurero
Para que el 12 de octubre sea una verdadera celebración de la hispanidad, España debería ofrecer la reparación de la verdad y empezar por recordar también a las víctimas de la Conquista, no solo a sus héroes. Instituciones, universidades y administraciones podrían erradicar el chauvinismo imperante en los estudios sobre la época.
Organismos oficiales, medios de comunicación y ciudadanos haríamos bien en deslegitimar a los historiadores, académicos o dirigentes públicos que se niegan incluso a definir como colonialismo la presencia española en América.
Aunque no tiene sentido juzgar la historia bajo los códigos morales de la actualidad, la Conquista fue un acto de violencia sostenido durante tres siglos que provocó la desaparición de comunidades enteras y tuvo como principal motivación el expolio de las riquezas del continente. El mundo era entonces un lugar donde los fuertes invadían a los débiles —todavía lo hacen, pero menos—, las naciones no dirimían sus diferencias en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y al término genocidio le quedaban cuatro siglos para ser acuñado por Raphael Lemkin. Y, sin embargo, el contexto histórico no debería ser una excusa para ocultar los hechos, sino una oportunidad para aceptarlos sin que suponga transmitir la culpa a las generaciones actuales, que nada tuvieron que ver con ellos.
El conquistador de Perú, Francisco Pizarro, fue un buen ejemplo de las contradicciones de la colonización española.
Sus cartas, documentos y diarios, reunidos por el historiador Guillermo Lohmann Villena, muestran a un militar implacable que trató de gobernar con eficacia, a un buen estadista que tenía más empatía por los indígenas que muchos de sus correligionarios. Si la mayoría de las más de cien biografías que existen de Pizarro lo describen como un “genocida” no es porque tuviera un plan deliberado de exterminar a los locales, sino porque ése fue uno de los efectos de la dominación del continente. Para 1590, seis décadas después de la llegada de Pizarro, la población del Imperio Inca se había reducido en más de un 80 por ciento, en gran parte por los estragos provocados por las enfermedades llevadas por los europeos.
Que las víctimas de la Conquista no merezcan ningún protagonismo en la Casa Museo de Pizarro, en su ciudad natal de Trujillo, indica lo lejos que España está aún de asumir el lado más oscuro de su etapa colonial. Los guías turísticos de la localidad extremeña prefieren centrarse en la victoria del guerrero español sobre 40.000 incas con tan solo doscientos soldados de su lado o su determinación para emprender las misiones más valientes. El recibidor del museo está adornado por un gran mural donde dos indígenas están rodeados de abundancia gracias al intercambio de productos entre América y Europa. “A consecuencia del Descubrimiento y Colonización”, se puede leer en un texto junto a la lista de veintinueve frutas que los peruanos disfrutan hoy gracias a los españoles.
Ni siquiera el invencible Pizarro, vaciado en bronce sobre su caballo, ha resistido en los últimos años las discrepancias históricas. Dos estatuas idénticas del conquistador fueron esculpidas por el artista estadounidense Charles Cary Rumsey y enviadas a principios del siglo pasado a Trujillo y a Lima, la ciudad fundada por Pizarro en 1535. La primera de ellas sigue presidiendo la Plaza Mayor de la localidad española. La otra ha sido reubicada de un sitio a otro, cada vez menos visible, de la capital peruana; la última en 2003.
Aún no estamos de acuerdo en cómo catalogar a los protagonistas de la Conquista, si como héroes o como villanos, en si los españoles descubrimos o invadimos América o en si el 12 de octubre debería llamarse el Día de la Hispanidad o de la Resistencia Indígena.
Pero sí podríamos estar de acuerdo en resignificar la jornada. Esto sería posible si España ofreciera a sus ex-colonias una compensación asequible: una mayor honestidad histórica. Solo así la fecha podría ser una verdadera celebración del mundo hispano y de una lengua compartida y los vínculos culturales comunes a ambas orillas del Atlántico.
Las mutilaciones intencionadas de la historia en museos, libros o escuelas no ayudan y tienen el agravio adicional de ser completamente innecesarias. Medio milenio parece suficiente tiempo para que los españoles podamos afrontar los excesos de aquellos días sin sentirnos heridos en nuestro orgullo patriótico. Y, de la misma forma, los países de América llevan suficiente tiempo emancipados como para resistir la tentación de caer en el confortable victimismo de los colonizados.
Una de las veces que en Lima se discutía qué hacer con la estatua de Pizarro, el historiador peruano José Antonio del Busto, fallecido en 2006, explicó los matices. No se refirió al conquistador como héroe, pero sí como un personaje que ayudó a crear las bases del Perú moderno: el inicio del mestizaje, la implantación del cristianismo, la fundación de sus principales ciudades y la enseñanza de una lengua común. “Nosotros somos descendientes de los vencidos y de los vencedores. Pero no somos ni vencedores ni vencidos”, escribió Del Busto. “Somos el resultado de ese encuentro”.
Han pasado demasiados siglos como para que tengan sentido las comisiones de la verdad, las reparaciones materiales e incluso las disculpas. Bastaría con la construcción de un relato que, sin dejar de contar la importancia del Imperio español, reflejara las profundas heridas que dejó en el continente americano.
(*) David Jiménez es escritor y periodista. Su libro más reciente es “El lugar más feliz del mundo”.
Opinión |comentario publicado en https://www.nytimes.com/es/2018/10/12/opinion-dia-hispanidad
12 de octubre
Por María Virginia Ameztoy*
El 12 de octubre se celebraba en nuestro país el “Día de la raza” desde que el presidente Hipólito Yrigoyen lo decretó en 1917.
Durante muchas décadas se acató como un imperativo esa celebración a la que se agregó el intento fallido del reino de España, a fines del siglo XX, de suavizar el recuerdo de su colonización, exterminio y saqueo acuñando el falaz concepto “encuentro de dos culturas”.
Fue necesario que transcurrieran diez años del siglo XXI, el 3 de noviembre de 2010, para que la fecha pasara a llamarse Día del respeto a la diversidad cultural –Decreto 1584/2010, firmado por la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner . Decía parte de su enunciado: […] Que, asimismo, se modifica la denominación del feriado del día 12 de octubre, dotando a dicha fecha, de un significado acorde al valor que asigna nuestra Constitución Nacional y diversos tratados y declaraciones de derechos humanos a la diversidad étnica y cultural de todos los pueblos.
A partir del 12 de octubre de 1492 se perpetró en los territorios ocupados por los invasores uno de los genocidios más grandes de la historia de la humanidad ya que fueron exterminados millones de pobladores originarios.
A finales del siglo XV, cuando arribaron los conquistadores europeos a América, existían aproximadamente 70 millones de indígenas. Un siglo y medio después quedaban apenas tres millones y medio.
La invasión del imperio español dejó a su paso muerte, desolación y saqueo de las riquezas naturales. Los pueblos originarios fueron esclavizados, torturados, despojados de su tierra y su cultura. De aquí que bien puede hablarse de genoetnocidio, ya que el término etnia alude a las colectividades definidas a partir de sus semejanzas culturales, lingüísticas y territoriales, entre muchas otras.
Además la invasión genoetnocida no solo exterminó a millones de pobladores de la región, sino que también secuestró, deportó y sometió a la esclavitud a millones de habitantes del continente africano, enviándolos como mano de obra barata al “nuevo” mundo y, de alguna manera, como “reemplazo” de los indígenas exterminados.
En la actualidad asistimos a la colonización económica por parte del capital concentrado y a la colonización del pensamiento que en determinados sectores sociales corresponde a la prevalencia de lo extranjero por sobre lo propio.
Así como la apropiación de las tierras de los pueblos originarios por parte de la auto denominada Campaña del desierto fue una continuación de las maniobras expoliadoras de la colonización inicial, hoy en nuestro país asistimos a la apropiación ilegítima de regiones de nuestro territorio por parte de capitalistas internacionales.
El proceso de constitución del Estado argentino se define a partir de la subordinación y dependencia al centro del sistema capitalista mundial teniendo como base de sustentación, en lo local, al tipo oligárquico de dominación política. Se estableció una doble dependencia, de las fracciones dominantes internas a los países centrales y de los sectores subalternos hacia la oligarquía dominante, debido a la necesidad de instrumentar políticas para afirmar las pautas económicas y la subordinación al centro del sistema.
Así, la colonización inicial seguía reponiendo sus pautas ya que la dominación oligárquica constituyó un Estado del cual fue su principal beneficiaria. No es aventurado afirmar que la jerarquización estamental de la colonia repuso en el nuevo Estado la exclusión social.
La inexistencia de las razas humanas y el “Día de la raza”.
El concepto de raza se elaboró a partir de la búsqueda de definiciones para el reino animal. Hablar de raza refiriéndose a los seres humanos es un vulgar reduccionismo.
Respecto a los seres humanos solo puede hablarse de fenotipos [1], esto es el resultado de la interacción entre factores genéticos (genotipo) [2] y el ambiente. El fenotipo incluye tanto rasgos físicos como conductuales.
En la antropología tradicional el concepto acerca de las razas humanas se refería a los grupos fenotípicos en que se subdividían los seres humanos de acuerdo con diversos sistemas de clasificación que tuvieron vigencia entre el siglo XVIII y mediados del XX.
A partir de la primera mitad del siglo XX, estos sistemas de clasificación cayeron en desuso con el advenimiento de nuevas corrientes antropológicas. Hoy hay consenso científico en que no existen razas humanas.
El denominado racismo ha penetrado y alterado las investigaciones históricas arribando a conclusiones pseudocientíficas, cargadas de prejuicios y creencias discriminatorias de los grupos considerados diferentes al concepto euro y ario céntrico con el objeto de que prevalecieran los grupos apropiadores del poder político y económico y manipuladores del resto.
Así se lleva a cabo, desde el inicio de la colonización y hasta nuestros días, la tarea genoetnocida.
¿De qué hablamos cuando hablamos de etnia?
La etnicidad hace referencia a las prácticas culturales que diferencian a una determinada comunidad. Los miembros de los grupos étnicos se autoperciben como culturalmente diferentes de otros grupos a la vez que son percibidos diferentes por los otros grupos; todos ellos se distinguen por su historia, su lengua, su ascendencia, su religión, entre otras características.
Hoy en día, en muchas partes del mundo se producen luchas entre diversos grupos culturales, algunas de las cuales han conducido a sangrientos enfrentamientos. Por otra parte cantidad de refugiados y de inmigrantes intenta escapar de esos conflictos y muchos de ellos encuentran la muerte en medio del océano o, si logran arribar a otro país, son rechazados, paradójicamente, por sociedades que varios siglos atrás fueron constituidas por inmigrantes.
A los habitantes de los países expulsores y a los discriminadores de las diferentes etnias habría que recordarles que el primer homínido del que se tiene conocimiento fue Lucy, un conjunto de fragmentos óseos pertenecientes al esqueleto de un Australopithecus afarensis, de 3,2 a 3,5 millones de años de antigüedad,? descubierto por un equipo de antropólogos en el mes de noviembre de 1974, a 159 km de Adís-Abeba, Etiopía. Es una parte del esqueleto de una hembra de aproximadamente 1,10 metros de altura y de alrededor de 20 años de edad.
Una perlita para los discriminadores: Lucy, nuestro antecedente homínido, era mujer y negra.
- Fenotipos Conjunto de caracteres visibles que un individuo presenta como resultado de la interacción entre su genotipo y el medio.
- Genotipo es la colección de genes de un individuo.
(*). Lic. María Virginia Ameztoy. Socióloga UBA, especialista en cultura, Matrícula profesional Nº 499 (CPS).